La maquinación de George Soros contra Europa
Raphaël Stainville y Louis de Raguenel
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SOROS es recibido por los grandes hombres, políticos y financieros, de este mundo. Numerosos presidentes desenrollan ante él la alfombra roja como si fuera uno de los suyos. Nada sorprendente para alguien que dice ser “un jefe de Estado sin Estado”. Artesano del desarraigo, animador de los flujos migratorios masivos para debilitar a los Estados europeos, Georges Soros despliega su estrategia mediante el dinero, tan discreto como cínico y destructivo.
En la cena anual que organiza en Davos, en un lujoso hotel de la estación de esquí suiza, los patronos mundiales se presentan para escuchar sus oráculos. En 2018, criticó a Donald Trump y profetizó un final precoz, al mismo tiempo que denunciaba los imperios de Google y Facebook como “monopolios siempre más poderosos que podían estar tentados de aliarse con los regímenes autoritarios”.
Genio de las finanzas para unos, especulador impenitente y depredador sin escrúpulos para otros, que recuerdan cómo ganó su primer millardo apostando contra la libra esterlina en 1992, hasta el punto de merecer el sobrenombre de “el hombre que hizo saltar el Banco de Inglaterra”, Soros suscita tanta admiración como odio, mientras que sus obras filantrópicas no disuaden a los que creen que está detrás de numerosos desórdenes mundiales.
“Yo me veo como Dios, creador de todas las cosas”, explicaba en uno de sus ataques de megalomanía que le caracterizan. Pero él no cree en Dios ni en el Diablo. Sin embargo, si la gran fuerza del Maligno es la de hacer creer que no existe, muchos ven en él a un nuevo Belcebú bajo la máscara de un pródigo benefactor. Si bien no dispone de un ejército, Soros es rico en millardos y los utiliza como si fueran misiles balísticos, tanto en sus negocios y fondos de inversión como en sus actividades presuntamente humanitarias. La revista Forbes estimaba su fortuna personal en 8 millardos de dólares después de que transfiriese la parte esencial de su patrimonio (18 millardos) a la Open Society Foundations (OSF), su red de fundaciones, asociaciones y ONG en octubre de 2017.
Open Society Foundations, una organización tentacular
Se le supone como el último hombre que está detrás de la desregulación del mundo. Georges Soros fascina, inquieta, atemoriza. Hasta el punto de que Donald Trump, Vladimir Putin, Viktor Orbán y Benyamin Netanyahu lo consideran como un peligro para la seguridad de sus respectivos países. Es cierto que el millardario de origen judeo-húngaro, después de haber contribuido a la campaña de Hillary Clinton (con 7 millones de dólares) y haber perdido varios millones la mañana siguiente a la victoria de Trump al hablar de una caída de la Bolsa de Nueva York, no oculta que quiere “demoler” al presidente norteamericano teleguiando a los movimientos de oposición y las manifestaciones anti-Trump. Cantor de una “sociedad abierta” y sin fronteras, tan querida por el filósofo Karl Popper, del que fue su discípulo, Soros no duda en invitarse a los debates nacionales sin temor a que se le reproche su injerencia, provocando, por ejemplo, la cólera del primer ministro israelí, que le acusaba de manipular las manifestaciones contra el programa de control de migrantes establecido en Israel.
La OSF es una organización tentacular presente, a través de una miríada de ONG (como OXFAM, financiada también por la Unión europea), en más de 100 países. Incontestablemente, al hombre le gusta mover los hilos de la política mundial.
¿Su fuerza? Identificar el estado de las fuerzas sociales de un país, para mejor poder atacar sus debilidades, con la precisión de un depredador que se abalanza sobre su presa. De la misma forma que el financiero dispone de preciosas puertas de entrada en las numerosas empresas que cotizan en Bolsa, con discretas participaciones (del 1 o el 2% del capital) que le permiten acceder a informaciones privilegiadas, el filántropo financia a numerosas asociaciones, como caballos de Troya para desplegar su filosofía. Con mucha habilidad, Soros ha logrado, en algunos años, imponer su visión de “open society” a muchas democracias. En Europa, aconseja a numerosos dirigentes. Un soft power de una temible eficacia que ejerce promoviendo oficialmente los derechos humanos, la libertad de los individuos, la justicia social, la lucha contra el cambio climático, la gobernanza democrática…
Si la OSF anuncia siempre buenos sentimientos, mediante la financiación, por ejemplo, de la bolsa de estudiantes negros de Sudáfrica, la formación marxista de los jóvenes de Europa, o las fundaciones humanitarias en territorios de la ex-Yugoslavia, también aparece rápidamente como la organización que financia, de forma oculta y opaca, a las asociaciones que militan por la supresión de fronteras, la llegada masiva de migrantes, la promoción del aborto y la eutanasia, la despenalización de las drogas…
William Bourdon, abogado de los yihadistas y celoso amigo de Soros
Desde principios de los años 2000, Soros y su OSF se meten en cuerpo y alma en la denuncia de la corrupción y la defensa de los derechos humanos. “Siendo loable este último objetivo, oculta una ambición: la caída del sistema occidental y de sus valores”, nos confía un antiguo colaborador. Desde los años 80, se estima en 11 millardos de dólares la suma invertida por Soros, vía OSF, para financiar sus proyectos de subversión de Estados y sociedades. Financia el movimiento de las Femen y las revoluciones “de color”. En Ucrania, bajo la cobertura de acudir en ayuda del régimen de Kiev para que el país escape definitivamente de la influencia de Moscú, Soros aprovecha para echar el guante sobre Naftogaz, la sociedad de gas y de energía. Detrás de los buenos sentimientos, nunca olvida sus intereses y aplica con devoción los mismos métodos para lograr sus fines, utilizando a los militantes utópicos, a los idealistas y a las personas que se adhieren a sus asociaciones con buenas intenciones, que ignoran que estas últimas están financiadas por el millardario, siempre de forma indirecta.
Entre sus más celosos amigos, se encuentra el abogado William Bourdon, que actualmente asiste a los yihadistas que vuelven a Francia para ser juzgados. Fundador y presidente de Sherpa, una asociación que milita oficialmente para acudir en ayuda de las poblaciones víctimas de la crisis económica, el abogado se beneficia de la generosa ayuda de la OSF y del apoyo de numerosas asociaciones satélites de la galaxia Soros. Bourdon es miembro del comité de derechos humanos de París (Human Rights Watch) y administrador de esta fundación que Georges Soros financia abundantemente (en 2010 la financió con 10 millones de dólares). De ahí, parte del dinero pasó al presupuesto operacional de Sherpa. Más ejemplos. Bourdon está regularmente asociado con Global Witness, una ONG especializada en la lucha contra el saqueo de los recursos naturales. Una vez más, encontramos a la OSF entre los financiadores de la organización, habiendo recibido, entre 2011 y 2016, la suma de 15 millones de euros. En su consejo de administración figura un tal Alexander Soros, hijo del millardario, nacido en 1985, que dispone ya de una fundación caritativa a su nombre, la cual financia directamente a Global Witness. Sorprendentemente, la ONG nunca ha denunciado las actividades de expolio medioambiental de Soros.
En la guerra secreta que Soros conduce para asegurar su influencia y hacer prosperar sus activos, nunca olvida de rodearse de valiosos aliados. La guerra que conduce pasa por la información y la desinformación. Así, la red de la OSF financia a Reporteros sin fronteras y al Consorcio internacional de periodistas de investigación, así como al European investigative collaborations, a los cuales pertenecen, por ejemplo, en Francia, Le Monde y Mediapart. Son los que, presuntamente, estuvieron en el origen de las revelaciones surgidas en torno a los llamados Paradise Papers, que apuntaban especialmente a Bernard Arnault, el patrón de LVMH. Mientras tanto, Soros había transformado Quantum, su mítico fondo de inversión, durante mucho tiempo instalado en las Antillas holandesas, en un Family office, una sociedad familiar de inversiones, que utiliza para escapar a toda obligación de transparencia.
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