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martes, 14 de abril de 2020

Coronavirus: Contemos malditos BULOS ¡Tralará!

Pasa el ángel exterminador
4. Vamos a contar malditos BULOS (tralará)
Laureano Benítez Grande-Caballero
14/4/2020

Si bien es cierto que una imagen vale más que mil palabras, también lo es aquella frase de nuestro escritor Baltasar Gracián, escritor de nuestro Siglo de Oro, quien decía que «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Lo que, traducido a román paladino, viene a significar algo así como que con muy pocas palabras se pueden explicar asuntos muy complejos, que con unos cuantos vocablos esmeradamente seleccionados se pueden ahorrar palabrerías y explicaciones alambicadas.

Llevo investigando el asunto del coronavirus bastante tiempo, prácticamente desde que se inició, guiado por mi intuición de que una catástrofe tan global sólo puede obedecer a intereses globalistas. Y, una vez más, he comprobado la tremenda eficacia de la famosa frase de Voltaire: «Para saber quién gobierna sobre ti, simplemente encuentra a quien no estas autorizado a criticar».

Chapeau, porque estas breves palabras bastan para descubrir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre la pandemia, siguiendo la máxima de que cuando los poderes fácticos que rigen el mundo quieren censurar y ocultar una información al precio que sea, eso significa que esa información es correcta, pues es peligrosa para ellos.
En el fondo es un juego divertido, que invito a practicar a los lectores: ponga usted en la barra de Google una frase como «Origen del coronavirus», o una expresión parecida, y le aseguro que tendrá que pasar muchas páginas hasta que le aparezca alguna mínima referencia a que puede ser verídica la hipótesis de que el virus fue manipulado en un laboratorio, pues la práctica totalidad de los sitios web son absolutamente unánimes a la hora de calificar esta teoría como bulo, conspiración, mentira, etc.

Si a eso le añadimos que ya se están borrando de manera sistemática todas las informaciones en ese sentido, esta censura totalitaria muestra a las claras que alguna verdad tiene que haber en las teorías que afirman que el coronavirus es artificial.

Para rematar este hecho, todos sabemos que los medios de comunicación y los gigantes de las redes sociales están en manos de la mafia luciferina del NOM, así que la conclusión final es irrebatible: estamos ante un fenómeno provocado por ella.

Incluso si usted pone en la barra «Origen artificial del coronavirus», no hay forma: una abrumadora cantidad de páginas le volverán a repetir lo del bulo. Y, si el juego le entretiene, pruebe a poner las palabras «Pucherazo elecciones»… De inmediato le faltarán a la yugular las panteras de «Newtral», «Maldito bulo», etc. Porque ya no existen las mentiras, sino los bulos.

Resulta sumamente sospechoso que todas las informaciones que van en contra de los postulados del sistema, que se enfrentan al pensamiento único oficial sobre cualquier tema, son calificados de inmediato de «bulos». Qué cosas, que solamente lo que dicen ellos sea conforme a la verdad. Y es que son tan listos, y tienen tanta suerte.

Es de una claridad meridiana que ya se ha instalado entre nosotros el Ministerio de la Verdad de Orwell, que describe en su su novela «1984», y cada vez se están dando más pasos para pasar a la siguiente fase: la policía política ―thinkpol― que perseguirá a los «crimentales». Incluso hay podemitas que quieren penalizar a los que nieguen el cambio climático, y juezas que pretenden perseguir a los que nieguen la violencia de género: y a esto le llaman «democracia».

Hasta hace poco calificaba al engendro político que tenemos ahora en España como «dictacracia», pero, damas y caballeros, hemos entrado ya en una plena dictadura, cada vez más parecida a la del 36, sólo que ésta es con toques más caribeños.

Lo más gracioso de todo esto de la pandemia y de la teoría oficial que mantiene que el virus se originó en una sopa de murciélago o un pangolín infectado es que los mismos argumentos que dan para demostrarla dejan ver bien a las claras un montón de razones para dudar de su verosimilitud.
Basándose solamente en el hecho de que una parte de los primeros casos de la pandemia se dieron en un mercado de animales salvajes en la ciudad china de Wuhan, la teoría oficial enseguida se apresuró a afirmar que estábamos ante un caso de transmisión zoonótica, que se originó por medio de una mutación perfectamente natural, que posibilitó que un coronavirus presumiblemente perteneciente a un murciélago saltara a la especie humana, infectándola.

La explicación que proporciona esta teoría oficial es sumamente pintoresca, rocambolesca, e incluso ridícula, si me apuran, pues, partiendo del hecho reconocido de que, a pesar de que los murciélagos son el mayor reservorio de coronavirus, ninguno de éstos había saltado hasta ahora a la especie humana ―ningún coronavirus de murciélago puede identificarse por su genoma con el COVID-19―, se afirma que fue necesario el concurso de una especie intermedia, que podría haber sido o bien las serpientes de la zona de Wuhan, o el famoso pangolín, ambos infectados por un murciélago.
Y aquí empieza al baile, damas y caballeros ya que, a pesar de que el genoma del virus del pangolín tiene más similitudes con el COVID-19, éste presenta características muy distintivas que están ausentes en murciélagos y pangolines, con lo cual el fenómeno se complica hasta extremos francamente risibles: el virus salta de un murciélago a un pangolín, mediante un procedimiento parecido a la mutación; luego, desde el pangolín salta a la especie humana, pero, como todavía no es exactamente el coronavirus del SARS-CoV-2, vuelve a sufrir una nueva mutación en la especie humana ―referida concretamente a la adquisición de una secuencia que favorece la escisión de los péptidos que forman la proteína espiga de los pinchos del virus―, cambio que no se sabe si ocurrió en otra especie antes de la transferencia u ocurrió después, en la especie humana. O sea, salta del murciélago a una serpiente o a un pangolín, de aquí a un humano, y, una vez ahí, sufre otra mutación. Hagan juego, damas y caballeros.

Esta secuencia increíble de acontecimientos les parece a la comunidad científica del sistema mucho más creíble que el hecho de que fuera elaborado sintéticamente en un laboratorio a partir de una plantilla de virus existente (el SARS).

Sin embargo, hay científicos que admiten abiertamente serias dudas sobre el origen del virus. Como señala Edward Holmes ―virólogo evolutivo en la Universidad de Sidney que ha participado en la caracterización del genoma del virus y la investigación sobre su origen―, «El papel que han jugado los pangolines en la emergencia de SARS-CoV-2 (la causa de COVID-19) todavía no está claro». En efecto, los resultados finales de las investigaciones concluyeron que los metagenomas del virus encontrado en éstos y los del ser humano eran similares solo en un 90 por ciento, por lo que fue descartado.

Junto a estos argumentos científicos, están otros derivados del sentido común, que nos llevan a pensar cómo pudiera haberse realizado la transmisión desde un pangolín, y en un mercado muy concurrido y popular, cuando estos animales están muy protegidos, siendo ilegal su caza. Para más INRI, parece ser que Wuhan no es una ciudad comedora de especies «exóticas», gastronomía que hay que buscar a cientos de kilómetros de allí.

A esto hay que añadirle que hubo también un grupo importante de infectados que no tenía nada que ver con ese mercado, y el hecho de que los chinos llevan comiendo pangolines y murciélagos desde hace muchos siglos, sin que jamás hubiera producido ningún fenómeno pandémico por su causa.
En la parte superior, los crematorios de un tanatorio durante la incineración de un fallecido de coronavirus. Debajo, los crematorios de un campo de concentración alemán en los años cuarenta del pasado siglo.

Los ecologistas de la «Pachamama» proclaman con su típico semblante avinagrado que todo esto se debe al maltrato a la naturaleza, a que la urbanización ha fagocitado zonas naturales, y tenemos mayor contacto con animales, pero a eso cabría oponer que justamente el imparable crecimiento urbano nos ha alejado más de la naturaleza, y ha disminuido nuestro contacto con el mundo animal, con la añadidura de que ahora hay más higiene y más diversificación en la dieta, y los chinos no tienen que comer tantos murciélagos ni pangolines para asegurarse proteínas en su dieta.

Pero el hecho más relevante es, sin duda, que ese mercado de animales está a solamente 30 kilómetros del mayor laboratorio biotecnológico de China: el de Wuhan, un laboratorio de máxima seguridad, de nivel BSL-4, de los que hay muy pocos en el mundo, construido por ingenieros franceses de Lyon, acabando su construcción el año 2015, por lo que sus instalaciones serían perfectamente seguras, a salvo de las goteras que producen edificaciones más antiguas.

Naturalmente, esta proximidad geográfica ha hecho sospechar a muchos que el virus se pudiera escapar del laboratorio, originando la pandemia. Pero, ¿no estamos hablando de un laboratorio de máximo nivel de seguridad? ¿Cómo pudo llegar el virus tan tranquilamente al mercado, sin originar destrozos por el camino? Chi lo sa.

Es completamente alucinante que, tras muchos siglos de contacto con murciélagos y pangolines, se produzca una mutación justamente ahora, y precisamente muy cerca de un laboratorio que experimenta con agentes patógenos, con lo grande que es China, con lo de pangolines y murciélagos que habrá en ese inmenso país.

Yo, la verdad, cuando presencio tantas casualidades juntas, empiezo a sospechar… y a investigar, por supuesto. Y, mira por dónde, descubro que en Wuhan se desarrolló en el año 2018 un simposio internacional de virología, al que acudieron destacadas personalidades de ese ámbito, y que esa ciudad es la primera población china en disponer de la tecnología 5G. Más casualidades.

El colmo de la mala suerte es que el maldito virus saltó o se escapó justo en las vísperas del Año Nuevo Chino, la época del año donde más desplazamientos se producen en el inmenso país asiático, con lo cual el virus puede extenderse a su voluntad. Y, claro, el salto mortal del coronavirus se desarrolló justamente en la época del año más propicia para el desarrollo de las pandemias gripales. ¿Quién da más?

En resumidas cuentas, la comunidad científica oficial acepta sin rechistar la alucinante secuencia de un virus saltarín y embustero que va de aquí para allá, mutándose y transmutándose, sufriendo impactantes metamorfosis ―que equivalen a convertir un limón en una naranja―, y, sin embargo, no es capaz de aceptar que posiblemente todo se originó en un laboratorio situado muy cerca del epicentro de la pandemia, que investiga con virus. ¿Por qué?: pues porque esto les obligaría a reconocer que el coronavirus fue sintetizado, que es una creación humana.

Y, amigos, la gran pregunta: ¿Por qué tanto empeño en negar esta posibilidad? ¿Por qué se obstinan denodadamente en calificarla como bulo? Ah, pero ésa es otra historia.
Símbolo de la encerrona «Quédate en casa»
Por cierto, se me olvidaba: ¿Se han fijado en la imagen adjunta, que es el símbolo de la encerrona? ¿A qué les recuerda? ¿Lo adivinan? Con ella se explica todo, y sobran las mil palabras, y los mil artículos, y mueren los mil bulos… Así de fácil: tralará.

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