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martes, 21 de abril de 2020

CORONAVIRUS: creado en laboratorio como arma de guerra bacteriológica

Laureano Benítez afirma en «Buenos días, España» 
que el CORONAVIRUS fue creado en un laboratorio 
como arma de guerra bacteriológica
18/4/2020

El escritor Laureano Benítez Grande-Caballero ―colaborador habitual de AD― fue entrevistado nuevamente por Santiago Fontenla en el programa «Buenos días, España», de Radio Cadena española, sobre el tema de la pandemia del coronavirus. El objetivo de su intervención era debatir sobre el origen del coronavirus, respondiendo al interrogante de si es de origen natural, o ha sido creado artificialmente en un laboratorio.


El debate se inició denunciando la censura en los medios de comunicación sobre cualquier hipótesis de la pandemia que ponga en tela de juicio la versión oficial de los medios de comunicación paniaguados, tras lo cual el entrevistado procedió seguidamente a poner de relieve el «Himalaya de mentiras» en que se fundamenta la versión oficial ―que no se asienta en ningún dato ni prueba científica―, que afirma que la pandemia se originó por medio de una mutación perfectamente natural, que posibilitó que un coronavirus presumiblemente perteneciente a un murciélago saltara a la especie humana, infectándola, hecho que sucedió en un mercado de animales de Wuhan.

En un artículo anterior, Laureano Benítez explicó los argumentos para desmontar el gran vuelo de esta versión oficial, artículo que puede consultarse en el link http://www.alertadigital.com/2020/04/13/pasa-el-angel-exterminador-4-vamos-a-contar-malditos-bulos-tralara/

«¿Dónde y cómo se originó entonces la pandemia, entonces?», preguntó seguidamente Santiago Fontenla. Descartado el mercado como epicentro, el entrevistado respondió que se hacía inevitable desviar la mirada hacia el laboratorio de bioseguridad de Wuhan, a 30 kilómetros del famoso mercado de animales, pues es lógico suponer que tendrá algo que ver con la pandemia, ya que en este laboratorio de biotecnología se trabaja con los patógenos más peligrosos del mundo.
«Este laboratorio es de máxima seguridad, lo cual hace prácticamente imposible que un virus letal pueda escapar de sus instalaciones».


Preguntado sobre la posibilidad de la creación de virus en laboratorios para emplearlos como armas biológicas, Laureano Benítez argumentó que la manipulación de agentes patógenos para ser empleados como armas bacteriológicas tiene ya una amplia tradición, y subrayó que es ya recurrente en los foros internacionales que se anuncien pandemias, que se amenace a la población mundial con calamidades sin cuento a costa de virus letales.

Ese sentido, el entrevistado expuso un proyecto de la fundación Rockefeller del año 2010, titulado «Escenarios para el Futuro de la Tecnología y el Desarrollo Internacional», en el cual se diseñó un escenario conocido como Lock Step ―«fase de bloqueo», es decir, «cuarentena»―, escenario prácticamente idéntico a la situación mundial creada por la pandemia.

Lo más sorprendente este proyecto ―señaló Laureano Benítez― es el hecho de que este escenario apocalíptico se basaba en el desencadenamiento en el año 2012 de una pandemia provocada por una cepa de influenza «extremadamente virulenta y mortal», del tipo H1N1 ―un coronavirus―, pandemia que efectivamente sucedió, cuando a finales del año 2012 se desencadenó la pandemia del SARS (SARS-CoV-1) ―«síndrome respiratorio agudo grave»―. Esta pandemia no tuvo mucha incidencia, ya que hubo poco más de 8000 contagiados y 758 muertos, debido a que las características del virus no favorecían demasiado su contagio. «Así podemos decir que este primer intento fracasó», puntualizó el entrevistado, «pero hay que subrayar que el virus del COVID-19 es muy parecido a ese virus del SARS, que, como veremos, se pudo utilizar como plantilla para su elaboración».

En el programa salió debate si ha habido en los tiempos actuales pandemias de las que se pueda sospechar que los agentes patógenos fueron manipulados en un laboratorio previamente. Laureano Benítez expuso entonces las sospechas sobre la pandemia de ébola en África occidental, de la que se sospecha que se originó en las instalaciones de biotecnología de los Estados Unidos, localizadas en Sierra Leona.

Otro ejemplo meridiano es el caso de la pandemia de gripe A (H1N1) de 2009-2010, «que fue provocada por una variante del influenzavirus, consistente en una cepa H1N1 que contenía material genético proveniente de una cepa aviaria, dos cepas porcinas y una humana,​ mutación que dio un salto entre especies desde los cerdos a los humanos, para después permitir el contagio de persona a persona». Como mutación natural, esta mezcla es imposible.


Laureano Benítez denunció asimismo una modalidad muy peligroso del trabajo los laboratorios consiste en «resucitar» virus que en el pasado originaron pandemias, como el de la polio, y, especialmente, el virus de la gripe H1N1, productor de la tremenda pandemia conocido bajo el nombre de «gripe española», que entre 1918 y 1919 mató a entre 50 y 100 millones de personas, convirtiéndose en la pandemia más grave de la historia reciente.

También citó el caso de Yoshihiro Kawaoka, virólogo en la Universidad de Veterinaria Wisconsin, creador de una cepa mortal del virus de la gripe aviar (H1N1), ¡resistente al sistema inmune!, Lo cual le hace prácticamente indestructible en casos de infección.

Ante el interrogante de cuáles son las técnicas que se utilizan para crear los virus en un laboratorio, Laureano Benítez respondió que hay dos procedimientos básicos: el de creación, y el de mutación.
En cuanto al primero, «El procedimiento consiste en, partiendo del genoma del virus, encargar sus moléculas de ADN a empresas especializadas en este campo ― Integrated DNA Technology, Twist Bioscience y Atum―, algo que cuesta unos pocos miles de euros. Una vez conseguidos, se unen para crear una copia del genoma del coronavirus, el cual se inyecta en células vivas con el fin de “dar vida” al virus. Es algo parecido a un “bricolaje”».

En cuanto a las estrategias para conseguir la mutación de un virus en una dirección determinada ―por ejemplo, mayor virulencia, mayor facilidad de contagio, y que afecte las células humanas―, el entrevistado señaló que hay dos procedimientos básicos, según explica en un documento el grupo de investigación del Dr. Ralph Baric, de la Universidad de Carolina del Norte, en su dilatada línea de «mejora» de la virulencia de coronavirus de animales:

«En primer lugar, tenemos la técnica de la selección genética, que consiste en practicar infecciones repetidas de virus de murciélago en ratones, ―lo que se suele llamar “pases”― para posteriormente seleccionar en cultivos las cepas de alta virulencia. Como se ve, en este procedimiento no hay manipulación directa del genoma, pero, a pesar de su simplicidad, se pueden obtener con 15 «pases» 6 mutaciones adaptativas de gran virulencia, precisamente aquellas que ocurren durante la evolución de la secuencia genética para la adaptación del SARS-CoV desde animales a humanos, incluida la que altera la glucoproteína de la corona spike (espiga) para poder infectar células humanas. Justo esto es lo que sucedió con el COVI-19».

Por si esto fuera poco, «es muy difícil, si no imposible, distinguir entre estos virus seleccionados y los de origen natural, de ahí que en el estudio del genoma del coronavirus no aparezcan trazas de su manipulación, de ahí que sea difícil distinguir si las mutaciones que los hacen capaces de saltar a humanos son espontáneas, inducidas por selección artificial».

El segundo procedimiento es el de la ingeniería genética, que ―según explicó el entrevistado― consiste en la manipulación de virus en laboratorio, por recombinación de RNA de murciélagos, tomando como estructura base un tronco de coronavirus SARS de ratones, para obtener virus quiméricos capaces de infectar humanos con gran virulencia. En este caso, la manipulación de los genes puede dejar huellas y «cicatrices» que sí podrían demostrar su origen artificial».


Finalmente, en el programa se dejó constancia de que estos laboratorios que trabajan en la creación de monstruos patógenos lo hacen de manera generalmente coordinada, en el sentido de que comparten con mucha frecuencia personal, medios, informaciones, etc., hasta el punto de que sus investigaciones han creado una trama oculta, una oscura red, un Deep State difícil de penetrar. Sin ir más lejos, en el laboratorio de Wuhan trabajaban científicos estadounidenses, británicos, canadienses, y alemanes, junto a los chinos.

Como ejemplo de cómo funciona esta red de laboratorios, Laureano Benítez aportó la hipótesis que se maneja en algunos foros para explicar cómo llegó a Wuhan el COVID-19: una mutación del SARS aparece en Arabia Saudita a finales de 2012; se envía una muestra a Rotterdam, que elabora su secuencia genética; esta muestra se envía al laboratorio de Winipeg (Canadá), donde va a parar a manos de un investigador muy experto en SIDA; en junio de 2019, un matrimonio de investigadores chinos que trabajaba en Winnipeg es despedido bajo la acusación de haber robado material de laboratorio, regresando a China ―¡no los detuvieron!―; el COVID-19 aparece en Wuhan; científicos indios informan que el COVID-19 es un virus SARS al que se le han injertado inserciones del SIDA, justo la especialidad del científico de Winipeg.

Y ahora, las preguntas: si efectivamente el COVID-19 es un injerto entre el SARS y el VIH, ¿Dónde se efectuó esa operación? ¿Por qué hay laboratorios occidentales de virología que comparten información con laboratorios chinos, sea su intencionalidad es crear posibles armas biológicas? ¿Cómo fue posible que los trabajadores de Winipeg pudieran robar impunemente una muestra de virus tan peligrosa? Si esta versión es correcta, ¿cómo pudieron volver a China los dos médicos expulsados, portando información confidencial, sin que los detuvieran?

Y, claro, la pregunta del millón: ¿Se escapó fortuitamente el monstruo vírico de las instalaciones de Wuhan? ¿O fue liberado conscientemente? Si es así, ¿por quién?… Pero ésta es otra historia, y será contada en otra ocasión.

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