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viernes, 8 de abril de 2022

***USA-CHINA-RUSIA: El Nuevo Orden Mundial que nos preparan con el pretexto de la guerra en Ucrania. Por Thierry Meyssan

El Nuevo Orden Mundial que nos preparan 
con el pretexto de la guerra en Ucrania. 
7 abril 2022

La operación militar de Rusia en Ucrania comenzó hace un mes. Pero las operaciones ‎de ‎propaganda de la OTAN están en marcha desde hace mes y medio.

Como siempre, la propaganda de guerra de los anglosajones se coordina ‎desde Londres. ‎Los británicos han adquirido –desde la Primera Guerra Mundial– una experiencia ‎sin precedente ‎en ese campo. En 1914, Londres logró convencer a su población de que el ‎ejército alemán había ‎violado mujeres masivamente en Bélgica y de que cada británico estaba en ‎el deber de acudir ‎en ayuda de aquellas pobres mujeres. Aquello era más convincente que tratar ‎de explicar que ‎el Káiser Guillermo II estaba tratando de rivalizar con el Imperio colonial inglés. ‎Al final del ‎conflicto, la población británica exigió que las víctimas fuesen indemnizadas. ‎Se procedió ‎entonces a contabilizarlas y resultó que se había exagerado extraordinariamente ‎lo que ‎realmente había sucedido.‎

El presidente ucraniano Volodimir Zelenski declaró la guerra a Rusia ‎cuando ordenó a los banderistas incorporados a su ejército atacar a los ciudadanos rusos del ‎Donbass, ataque iniciado el 17 de febrero. Y después provocó a Moscú al declarar, ante los ‎dirigentes políticos de los países miembros de la OTAN, que Ucrania se dotaría de la bomba ‎atómica, en violación de los tratados internacionales firmados por ese país.

Esta vez, en 2022, los británicos han logrado convencer a los europeos de que, el 24 de ‎febrero, ‎los rusos atacaron Ucrania para ocuparla y anexarla. Según esa versión, Moscú estaría ‎tratando ‎de reconstituir la Unión Soviética y se dispondría a atacar una tras otra sus ‎antiguas ‎‎“posesiones”. Claro, esta versión es para los occidentales más honorable que hablar de ‎la ‎‎«trampa de Tucídides», la cual mencionaré más adelante.‎

En realidad, el 17 de febrero, las tropas de Kiev atacaron a la población del Donbass. ‎Después, ‎Ucrania agitó un pañuelo rojo ante el toro ruso con el discurso del presidente Volodimir ‎Zelenski ‎ante los dirigentes políticos y militares de la OTAN reunidos en Munich. Zelenski anunció ‎allí que ‎su país se dotaría del arma atómica ante Rusia. ‎

Si no me cree, estimado lector, aquí van los reportes de la Organización para la Seguridad y ‎la ‎Cooperación en Europa (OSCE) [ver el cuadro que aparece al final de este párrafo]. Hacía ‎meses ‎que no había combates en el Donbass, pero los observadores de la OSCE reportaron –‎a partir de ‎la tarde del 17 de febrero– 1 400 explosiones diarias. Inmediatamente, las provincias ‎rebeldes de ‎Donetsk y Lugansk –que seguían considerándose ucranianas aunque reclamaban la ‎autonomía en el ‎seno de Ucrania– evacuaron a más de 100 000 civiles para protegerlos de la ‎lluvia de fuego ‎desatada por las tropas de Kiev. La mayoría de esos civiles se replegó hacia el ‎interior del ‎Donbass y otros huyeron hacia Rusia. ‎

En 2014 y 2015, cuando se produjo la guerra civil entre Kiev, por un lado, y Donetsk ‎y Lugansk ‎del otro lado, los daños humanos y materiales eran una cuestión interna de Ucrania. ‎Pero, a partir ‎de entonces, prácticamente toda la población del Donbass se planteó la posibilidad ‎de emigrar y ‎adquirió la nacionalidad rusa. Por consiguiente, los bombardeos que Kiev inició el 17 ‎de febrero ‎en el Donbass fueron un ataque contra rusos ucranianos. Y Moscú acudió en ayuda de ‎sus ‎ciudadanos a partir del 24 de febrero.

La cronología de los hechos es indiscutible. No fue Moscú sino el gobierno de Kiev quien ‎quiso ‎esta guerra, aun sabiendo el precio –previsible– que tendría para Ucrania. El presidente ‎Zelenski ‎puso deliberadamente a su pueblo en peligro y sobre él recae –sólo sobre él– la ‎responsabilidad ‎de lo que hoy sufren los ucranianos. ‎

‎¿Por qué actuó así Zelenski? Desde el inicio de su mandato, Volodimir Zelenski mantuvo el ‎apoyo ‎del Estado ucraniano –apoyo iniciado por su predecesor Petro Porochenko– a las ‎malversaciones ‎de fondos que cometían sus padrinos estadounidenses y también mantuvo el ‎respaldo a los ‎extremistas de su país –los “banderistas”. El presidente ruso Vladimir Putin calificó ‎a los primeros ‎de «banda de drogadictos» y a los segundos de «neonazis» ‎
Además, Volodimir Zelenski no sólo declaró públicamente que no quería resolver el conflicto ‎en ‎el Donbass aplicando los Acuerdos de Minsk –acuerdos que Ucrania firmó en su momento– ‎sino ‎que también prohibió a sus conciudadanos hablar ruso en las escuelas y en las ‎administraciones –‎a pesar de que al menos la mitad de los ucranianos hablan ruso en su vida ‎diaria. Peor aún, el 1º ‎de julio de 2021, Zelenski firmó una ley racial que de hecho excluye a los ‎ucranianos de origen ‎eslavo del ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales. ‎

El ejército ruso penetró inicialmente en territorio ucraniano no desde el Donbass sino ‎desde ‎Bielorrusia y Crimea, destruyó las instalaciones militares ucranianas que la OTAN ya ‎venía ‎utilizando desde hace años, arremetió contra los regimientos banderistas y ahora ‎está ‎dedicándose a eliminar esos regimientos en el este de Ucrania. Los propagandistas ‎de Londres y ‎sus casi 150 agencias de comunicación aseguran ahora que, luego de ser rechazado por la ‎gloriosa resistencia de los ucranianos, ‎el ejército ruso ha renunciado a su objetivo inicial, que sería ‎tomar Kiev. ‎
Pero el presidente Putin nunca dijo, ¡absolutamente nunca!, que Rusia tomaría Kiev, derrocaría ‎al ‎presidente Zelenski u ocuparía el país. Al contrario, Putin siempre recalcó que sus objetivos ‎de ‎guerra eran «desnazificar Ucrania» y eliminar los arsenales de armamento extranjero ‎‎(de ‎la OTAN) acumulado en el país. Eso es exactamente lo que está haciendo el ejército ruso. ‎

La población ucraniana está sufriendo. Otra vez comprobamos que la guerra es cruel y ‎que ‎siempre mueren inocentes. Pero no nos decían eso cuando las tropas de potencias ‎occidentales ‎arrasaban Faluya, por ejemplo. Hoy la propaganda manipula nuestras emociones y, ‎como ‎nadie habló de los bombardeos ucranianos iniciados contra el Donbass el 17 de febrero, ‎la ‎opinión pública de Occidente responsabiliza a los rusos y los califica erróneamente ‎de ‎‎«agresores». ‎

Pero, independientemente de toda la compasión que podamos sentir, el sufrimiento del ‎alguien ‎no demuestra que tenga razón. De hecho, los criminales sufren como los inocentes. ‎

La delegación ucraniana ante la Corte Internacional de Justicia logró ‎obtener una medida cautelar contra Rusia.
Ucrania se dirigió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– y ‎esta ‎ordenó a Rusia, el 16 de marzo, poner fin a las operaciones y retirar sus tropas . Sin embargo, ‎como acabo ‎de demostrar más arriba, el Derecho da la razón a Rusia. ‎

‎¿Cómo es posible que se haya llegado a manipular la Corte Internacional de Justicia? ‎Ucrania ‎refirió el hecho que el presidente Putin había declarado, en su discurso sobre la ‎operación militar ‎especial rusa, que las poblaciones del Donbass eran víctimas de un ‎‎«genocidio». Ucrania negó ‎ese «genocidio» y acusó a Rusia de haber utilizado indebidamente ‎ese argumento. ‎

En derecho internacional, la palabra genocidio ya no designa la erradicación de una etnia sino ‎una ‎masacre coordinada por un gobierno. Durante los 8 últimos años entre 13 000 y 22 000 ‎civiles ‎fueron asesinados en el Donbass –Kiev afirma que fueron 13 000 y según las estadísticas ‎de ‎Moscú en realidad son 22 000. Rusia, que envió a la CJI un alegato escrito, señala ‎que ‎su operación militar no se basa en la Convención para la Prevención y la Represión del ‎Crimen de ‎Genocidio sino en el Artículo 51 de la Carta de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza ‎en caso de ‎legítima defensa –lo cual el presidente Putin ya había mencionado en su discurso. ‎Pero la CIJ ‎aceptó como bueno el desmentido de Ucrania… sin proceder a ninguna verificación y ‎concluyó ‎que Rusia había utilizado injustificadamente la mencionada Convención. Como Rusia ‎no había ‎creído necesario el envío de representantes y se había limitado a enviar su defensa ‎por escrito, ‎la CIJ aprovechó la ausencia física de representantes rusos para imponer a la ‎Federación Rusa una ‎decisión aberrante. Segura de estar en su derecho, Rusia se negó a aceptar ‎la decisión y reclama ‎ahora una conclusión sobre el fondo de la cuestión, conclusión que ‎no se presentará antes de finales ‎de septiembre.‎

Después de haber visto esto, sólo es posible entender la duplicidad de ‎los occidentales ‎si ponemos los acontecimientos en contexto.

Hace una decena de años que los politólogos estadounidenses nos dicen que el ‎incuestionable ‎ascenso de Rusia y de China desembocará inevitablemente en una guerra. ‎Esa afirmación ‎se basa en un concepto creado por el politólogo Graham Allison: la «trampa de ‎Tucídides». ‎Con ‎ese concepto, Graham Allison toma como referencia las guerras del Peloponeso que ‎tuvieron ‎lugar en el siglo IV a.n.e entre Esparta y Atenas. El estratega e historiador ateniense ‎Tucídides ‎analizaba que la guerra se había hecho inevitable cuando Esparta, que dominaba ‎Grecia, comprendió ‎que Atenas estaba conformando en el exterior un imperio que la llevaría a ‎cuestionar la ‎hegemonía espartana. Aunque parece lógica, esa analogía es falsa. Basta recordar ‎que Esparta y ‎Atenas eran ciudades-Estados griegas vecinas mientras que Estados Unidos, Rusia ‎y China ‎ni siquiera comparten la misma cultura. ‎

Por ejemplo, China rechaza la proposición de competencia comercial del ‎presidente ‎estadounidense Biden. Y es que China tiene su propia tradición de establecer una ‎relación en ‎la cual todos salgan ganando, lo que ha dado en llamarse «win win». Pero cuando ‎China ‎propone ese tipo de relación no se refiere simplemente a contratos comerciales ‎provechosos ‎para ambas partes sino a su propia historia. Veamos.‎

La población de la «Nación del Centro», así ‎designan los chinos a su país, es extremadamente ‎numerosa y su territorio es muy vasto. Desde ‎la época de la China imperial, eso hacía que ‎el emperador se viera obligado a delegar gran parte ‎de su autoridad –incluso hoy China es el país ‎más descentralizado del mundo. Cuando ‎el emperador emitía un decreto podía suceder que ‎aquella medida, útil para ciertas provincias, ‎no tuviese consecuencias prácticas para otras. Pero ‎el emperador tenía que ‎asegurarse de cada gobernador local pusiera en aplicación su decreto, ‎en vez de ignorarlo por ‎considerar que no era importante para su provincia. En aras de preservar ‎su autoridad, ‎el emperador otorgaba entonces alguna concesión extra a quienes pudiesen ‎no tener un interés ‎particular en aplicar el decreto imperial y así garantizaba que aquellos ‎gobernadores estuviesen ‎siempre interesados en respetar su autoridad. ‎

Desde el inicio de la crisis ucraniana, China, más que limitarse a mantener una posición ‎de ‎no alineamiento, ha protegido a su aliado en el Consejo de Seguridad de ‎la ONU. ‎Erróneamente, Estados Unidos temió que China proporcionase armamento a Moscú. ‎Pero eso ‎no ha sucedido nunca. China observa el desarrollo de los acontecimientos y se basa en ‎esa ‎experiencia para saber lo que podría suceder si ella misma tratara de recuperar ‎Taiwán. ‎Resultado: Pekín ha declinado cortésmente las proposiciones de Washington. Pekín actúa ‎con una ‎visión de largo plazo y sabe, por experiencia, que si permite que Rusia sea ‎destruida ‎los occidentales no tardarán en volverse nuevamente contra China. La propia China ‎sólo puede ‎salvarse si se mantiene junto a Rusia, aunque tenga algún día que reclamarle la ‎Siberia. ‎

Volvamos ahora a la «trampa de Tucídides».

Rusia sabe que Estados Unidos quiere sacarla de la escena y está previendo una ‎eventual ‎invasión/destrucción. El territorio de Rusia es inmenso pero su población, en relación ‎con ‎su enorme superficie geográfica, no es numerosa, lo cual dificulta su defensa. Desde ‎el siglo ‎XIX, Rusia ha sabido defenderse evadiendo al enemigo. Cuando Napoleón –en el siglo ‎XIX– y ‎Hitler –en el siglo XX– la invadieron, Rusia desplazó su población hacia el este y quemó ‎sus ‎propias ciudades antes de la llegada del invasor. Los invasores se vieron así en la ‎imposibilidad de ‎aprovisionar sus tropas, tuvieron que enfrentar el invierno sin lo necesario y ‎finalmente se vieron ‎obligados a retirarse. Esa estrategia defensiva de “tierra quemada” ‎funcionó porque Napoleón y ‎Hitler no tenían bases logísticas cerca de Rusia. ‎

Hoy en día, la Rusia moderna sabe que el almacenamiento de armamento estadounidense ‎cerca ‎de sus fronteras –en el centro y el este de Europa– conspira contra su estrategia defensiva. ‎Es ‎por eso que, en el momento de la disolución de la URSS, Rusia precisó que ‎la OTAN ‎nunca debería extenderse hacia el este. Conocedores de la Historia, el presidente ‎francés ‎Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, exigieron entonces a sus ‎aliados ‎occidentales que aceptaran ese compromiso. Durante la reunificación alemana, ‎redactaron y ‎firmaron un tratado que garantizaba que la OTAN nunca cruzaría la línea Oder-‎Neisse, o sea la ‎frontera germano-polaca. ‎

Rusia obtuvo que ese compromiso quedara registrado en las declaraciones de la OSCE ‎emitidas ‎en Estambul (1999) y en Astaná (2010). Pero Estados Unidos violó ese principio:
  1. en 1999 (incorporación de Chequia, Hungría y Polonia a la OTAN),
  2. en 2004 (incorporación de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia),‎
  3. en 2009 (incorporación de Albania y Croacia),‎
  4. en 2017 (incorporación de Montenegro) y, más recientemente,
  5. en 2020 (incorporación de Macedonia del Norte). ‎
El problema no es que esos países se hayan aliado a Washington sino que almacenan ‎armamento ‎estadounidense en sus territorios. Nadie critica que esos Estados hayan escogido sus ‎aliados, ‎lo que Moscú les reprocha es que están sirviendo a Estados Unidos como bases en ‎la ‎preparación de un ataque contra Rusia. ‎

Victoria Nuland no conoció personalmente a Leo Strauss. ‎Pero ‎el pensamiento de Leo Strauss llegó a ella a través de su esposo, Robert Kagan. ‎Este ‎matrimonio –Victoria Nuland y Robert Kagan– fundó el Proyecto para el Nuevo ‎Siglo ‎Americano (PNAC, siglas en inglés), el “think tank” que expresó públicamente su deseo de ‎que ‎Estados Unidos sufriera una catástrofe similar a la Pearl Harbour para que ‎ese país ‎se decidiera por fin a aplicar su política. Para esa gente, los atentados del 11 de ‎septiembre ‎de 2001 fueron una “sorpresa divina”, que permitió prolongar el predominio ‎de ‎Estados Unidos.

En octubre de 2021, la “straussiana” Victoria Nulan, número 2 del ‎Departamento ‎de Estado, viajó a Moscú para intimar a Rusia a aceptar el despliegue de ‎armamento ‎estadounidense en el centro y el este de Europa. Comenzó prometiendo que ‎Washington ‎invertiría en Rusia. De las promesas la señora Nuland pasó a las amenazas y, como ‎Moscú ‎mantenía su posición, concluyó que Washington pondría al presidente Putin ante un ‎tribunal ‎internacional.

Después de ponerla a ella en la calle, Moscú respondió –el 17 de diciembre– ‎enviando a ‎Washington una proposición de tratado que garantizaría la paz sobre la base del ‎estricto respeto ‎de la Carta de las Naciones Unidas. Y esa es la causa de la tormenta actual ‎porque respetar la ‎Carta de la ONU –basada en el principio de la igualdad y la soberanía de ‎los Estados– implicaría ‎tener que reformar la OTAN, cuyo funcionamiento establece ‎precisamente una jerarquía entre ‎los países miembros de esa alianza bélica. Atrapado en la ‎‎«trampa de Tucídides», ‎Estados Unidos fomentó los actos que llevaron a la actual guerra ‎en Ucrania. ‎

La manera de actuar de los anglosajones ante la crisis ucraniana encuentra toda su lógica ‎si ‎admitimos que su intención excluir a Rusia de la escena internacional. No tratan de ‎rechazar ‎militarmente al ejército ruso, tampoco tratan de coartar la acción del gobierno ruso sino ‎que ‎están empeñados en hacer desaparecer toda huella de la cultura rusa en Occidente. Y ‎de paso, ‎debilitan a… la Unión Europea. ‎

Comenzaron congelando los bienes de los oligarcas rusos en Occidente –medida que la ‎población ‎rusa aplaude porque considera que esos individuos se enriquecieron ilegalmente con el ‎saqueo de ‎la Rusia postsoviética. Después, los anglosajones impusieron a las empresas ‎occidentales el cese ‎de sus actividades en Rusia. Siguieron adelante cortando la comunicación ‎entre los bancos rusos y ‎los bancos occidentales a través del sistema SWIFT. Pero, si bien los ‎bancos rusos se ven ‎duramente afectados por esas medidas –que sin embargo no afectan al ‎gobierno ruso–, ‎lo interesante es que el cese de la actividad de las empresas occidentales ‎en Rusia en realidad ‎está beneficiando a Rusia al permitirle recuperar sus inversiones a ‎bajo costo. ‎

Por cierto, la Bolsa de Moscú, que estuvo cerrada desde el 25 de febrero –el día siguiente al ‎inicio ‎de la «operación militar especial» en Ucrania– hasta el 24 de marzo, registró una ‎fuerte ‎progresión en cuanto reinició sus operaciones. El índice RTS retrocedió el primer día en ‎un ‎‎4,26%, pero ese es el índice que mide principalmente valores especulativos. En cambio, el ‎índice ‎IMOEX, que mide la actividad económica nacional, registró un alza de 4,43%. ‎Los verdaderos ‎perdedores resultan ser los países miembros de la Unión Europea, que cometieron ‎la estupidez de ‎adoptar las «sanciones» contra Rusia. ‎

(Imagen: Paul Wolfowitz entró en contacto con el pensamiento de Leo ‎Strauss ‎a través de su profesor de filosofía, Alan Bloom. Wolfowitz se convirtió después en ‎alumno de ‎Leo Strauss, en la universidad de Chicago. Leo Strauss lo convenció de que los judíos ‎no tienen ‎nada que esperar de las democracias y de que, para protegerse de un nuevo ‎Holocausto, tienen ‎que instaurar su propio Reich, según el principio de que siempre “es mejor ser ‎martillo que ‎yunque”.)

Ya en 1991, Paul Wolfowitz, otro “straussiano”, escribía en un informe oficial que ‎Estados Unidos ‎tenía que impedir que alguna potencia lograra desarrollarse hasta convertirse en ‎un competidor ‎para la gran potencia estadounidense. En aquella época, la URSS estaba en ruinas ‎y Wolfowitz ‎designó a la Unión Europea como el rival potencial que Estados Unidos tendría que ‎abatir. ‎

Y eso fue exactamente lo que el propio Wolfowitz hizo en 2003, cuando se convirtió en ‎el ‎segundo personaje más importante del Pentágono. Paul Wolfowitz prohibió que ‎Alemania ‎y Francia pudiesen participar en la reconstrucción de Irak. De eso hablaba también Victoria ‎Nuland, en 2014, cuando ‎instruyó al embajador estadounidense en Kiev «¡Que le den por ‎el culo a la Unión Europea!» ‎

Ahora, en 2022, Washington ordena a la Unión Europea poner fin a sus compras de ‎hidrocarburos ‎rusos. Si la UE se pliega a ese dictado, Alemania se irá a la ruina, y con ella el resto de la Unión ‎Europea. Eso no sería un “daño colateral” sino el resultado de una estrategia ‎estructurada y ‎claramente expresada en Washington hace 30 años. ‎

Lo principal para Washington es excluir a Rusia de todas las organizaciones internacionales. ‎Ya ‎logró excluirla del G8 en 2014. El pretexto entonces no era la independencia de ‎Crimea ‎‎–independencia que la población de Crimea ya reclamaba desde la disolución de ‎la URSS, ‎meses antes de que Ucrania fuese independiente– sino la incorporación de esa península ‎a la ‎Federación Rusa.

Ahora, en 2022, la crisis alrededor de Ucrania sirve de pretexto para tratar ‎de ‎excluir a Rusia del G20. Ante esa pretensión, China señaló inmediatamente que nadie puede ‎ser ‎excluido de un foro informal que ni siquiera tiene estatutos de membresía. Pero ‎no importa, ‎el presidente estadounidense Joe Biden volvió a la carga sobre ese tema el 24 y el ‎‎25 de marzo, ‎mientras se hallaba en Europa. ‎

Washington también multiplica los contactos para excluir a Rusia de la Organización Mundial ‎del ‎Comercio (OMC). Pero los principios básicos de la OMC ya están siendo ‎gravemente ‎cuestionados, no por Rusia sino por las medidas coercitivas unilaterales que ‎Occidente instaura ‎bajo la denominación de «sanciones». El hecho es que sacar a Rusia de la ‎OMC sería perjudicial ‎para todos. Y sobre ese punto es conveniente releer los escritos de Paul ‎Wolfowitz, quien ‎escribía en 1991 que Washington no tiene que tratar de ser «el mejor» sino ‎‎«el primero», ‎por encima de los demás. Eso implica, precisaba Wolfowitz, que para mantener ‎su hegemonía ‎Estados Unidos no debe vacilar en sufrir cierto daño… con tal de que los demás ‎salgan mucho ‎más perjudicados. Estamos a punto de convertirnos en víctimas de esa manera de ‎‎“razonar”. ‎

Lo más importante para los straussianos es excluir a Rusia de las Naciones Unidas. ‎Eso es ‎imposible… si se respeta la Carta de la ONU. Pero Washington no vacilará en pisotear ‎ese ‎documento, como ya lo ha hecho con tantos otros. Salvo unas pocas ‎excepciones, ‎Estados Unidos ya ha entrado en contacto con todos los países miembros de ‎la ONU.

Ya ‎permeados por la propaganda anglosajona, casi todos están convencidos de que un ‎Estado ‎miembro del Consejo de Seguridad de la ONU ha emprendido una guerra de conquista ‎contra un ‎país vecino y Washington podría alcanzar su objetivo si logra convocar una Asamblea ‎General ‎extraordinaria de la ONU y modificar los estatutos de la organización. ‎

Una especia de histeria se ha apoderado de Occidente, donde se ha desatado una forma ‎de ‎cacería de brujas contra todo lo ruso, sin que alguien se tome el trabajo de preguntarse ‎si eso ‎tiene algo que ver con la crisis ucraniana. Se prohíben las actuaciones de artistas rusos, ‎aunque ‎sean notoriamente contrarios al presidente Putin. La universidad X prohíbe el estudio de ‎las obras ‎del escritor antisoviético Solzhenitsin mientras que la universidad Y prohíbe el estudio ‎de ‎Dostoievski –el campeón del debate y del libre arbitrio. Por acá, se cancela la actuación de ‎un ‎director de orquesta… porque es ruso y más allá se suprimen las obras de Chaikovski ‎del ‎repertorio de las orquestas. Todo lo que es ruso tiene que desaparecer de nuestras mentes, ‎como ‎cuando el Imperio Romano arrasó Cartago y destruyó metódicamente toda huella de ‎su ‎existencia, tanto que aún hoy no sabemos gran cosa sobre aquella civilización. ‎

El 21 de marzo, el presidente Biden dejó muy claro lo que Washington pretende. Ante un ‎auditorio ‎de jefes de empresas, Biden declaró: «Es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros ‎tenemos ‎que dirigirlo. Y tenemos que unir el resto del mundo libre para hacerlo.» ‎‎ ‎

Ese nuevo orden diviría el mundo en dos bloques herméticos, sería un corte como ‎no se ha ‎visto nunca antes, como no se ha visto ni siquiera en la época de la guerra fría. ‎

Algunos países, como Polonia, creen aun así tendrían algo que ganar con esa ‎división. ‎Por ejemplo, el general polaco Waldemar Skrzypczak acaba de reclamar que el enclave ‎ruso de ‎Kaliningrado sea puesto en manos de Polonia. Y, en efecto, después de la división del mundo, ¿cómo podrá Moscú comunicarse con ese ‎territorio?‎