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martes, 11 de enero de 2022

***NOM: Se acabaron las máscaras. La fuerza eterna de la vida ante la muerte

Se acabaron las máscaras: 
La fuerza eterna de la vida ante la muerte
Por Ángel Núñez*
7-1-2022

Llama mucho la atención las prisas que tienen los gobiernos por condicionar, coaccionar y hasta obligar a ponerse la vacuna milagrosa, incluso estableciendo un periodo de tres meses para inocularse la tercera dosis o de refuerzo. Nunca en la historia de la humanidad se ha vivido semejante dislate; nunca la ciudadanía ha estado tan alejada del poder, un hecho muy relacionado con la pandemia covidiana.

El primer recurso que se empleó fue el confinamiento forzoso para establecer a los medios de comunicación como propaganda de la nueva secta satánica y, de paso, generar un caos vital tal que los sujetos que vivieron tan desagradable experiencia sufrieron un cuadro de estrés postraumático, gracias al cual han podido condicionar a medidas más que absurdas. Pero los problemas de sus planes residen en varios aspectos: en primer lugar, la pandemia aparece justo cuando se inicia el fin del ciclo económico y surge la inevitable crisis, la misma que apareció en 1929 con el crack de Nueva York o en 2008 con la caída del Banco Lehman Brothers. Todos los sistemas, ya sean económicos, políticos o ideológicos no son más que experimentos de los Rothschild y otras familias para controlar el alma humana, sin lugar a dudas, el mayor enigma del cosmos conocido. Lo cierto es que todo ello ha sido un fracaso y la pandemia no es la excepción a la regla, aparte de carecer de todos los fundamentos científicos e incluso lógicos. Sería muy largo detallar este asunto.

Regresando a nuestro tema de hoy, el fallo es más que evidente por el uso del miedo como único recurso, en el torpe manejo de unos gobiernos, representantes de las élites, cuyo fin es buscar la ruina de todos para echar abajo el sistema actual y construir, por fin, aquel en el que vivirán tranquilos por los siglos de los siglos. Las estrategias económicas y los chantajes sirven para crear el momento en el que el sistema ya no se sostenga y creen el nuevo, basado en la esclavitud humana hacia las máquinas y la poderosa inteligencia artificial, en un mundo feliz, sin guerras y sin fe de ningún tipo, donde lo humano se asocie al sufrimiento y, por qué no decirlo, a la muerte.

Sin embargo, el panorama no es tan tétrico y en estos tiempos estamos viviendo la gran oportunidad de salir de un sistema para generar otro con reglas diferentes. Ayn Rand define la filosofía del capitalismo en los términos de utilitarismo o decisiones rápidas, efectivas y de muy bajo coste emocional. Para ello sostiene la fuerza del individualismo como elemento básico para el funcionamiento social y de las relaciones interpersonales, en el marco de la culpa, inducida desde todos los frentes, partiendo del yo profundo. En este sentido solo cabe el egoísmo, las conductas interesadas, la falta de empatía con el otro y la instauración del principio darwinista de sálvese quien pueda. Es por ello que desde Adam Smith se propone la total ausencia del Estado y de su nulo control de cara al bienestar del individuo, el cual depende exclusivamente de sí mismo. No es casualidad que se utilice el chantaje laboral, económico o la misma incapacidad para acceder a ser un ciudadano de derecho con tal de obligar a las personas a que pongan esa vacuna con grafeno y proteína spike, que tantos muertos han causado y seguirá originando.

De hecho, el trasfondo del capitalismo ondea en la pandemia. Tengamos en cuenta que si el fin de darle la patada al sistema actual ocasionando el suicidio de la población que no desea entrar en semejante absurdo y disparate, no es tampoco extraño deducir que dichas normas ya no sirven y que no hay reglas. Los gobiernos aplican su agenda porque ellos también van a desaparecer.

El problema de sus objetivos reside en el miedo. Una población que vive en el marco de un sistema inservible, en el que no cree, con una pandemia con más incongruencias que un reality show deja de temer a su gobierno y toma su propia bandera. Los protocolos asociados al uso de mascarillas, distanciamiento social, lavado de manos o uso de protectores faciales simplemente se caen por su propio peso, dado que la gente deja de seguirlos al no haber evidencia de ninguna pandemia por mucho que hagan el teatro de los hospitales colapsados, de las cifras de muertos por la nueva enfermedad que ha enterrado a las otras en el olvido o que insistan en el terror psicosocial. Finalmente, muchos ciudadanos hacen caso omiso de todas esas estúpidas reglas y, finalmente, se originan dos corrientes: una en forma de dictadura del más irrisorio absurdo y otra de quienes, simplemente, haciendo oídos sordos, optan por no obedecer más a papá Estado.

El problema surge porque los gobiernos ya no convencen y, por ende, los ciudadanos ya no escuchan sus disparates, de modo que las órdenes quedan en agua de borrajas. No es solo que millones de personas hayan despertado en todo el mundo, sino que en sus estilos de vida ignoran los medios de comunicación y a los políticos que representan a los Rothschild delante de nuestras propias narices. La consecuencia es que sus órdenes no tienen el impacto deseado y cada vez estos genios se encuentran con la contrariedad de que el tiro les salió nuevamente por la culata. Reducir la población de 7.800 millones de personas a sólo 500, tal como dicen las piedras de Georgia, no es tarea fácil, sobre todo cuando muchos de ellos ya conocen el principio y el fin del cuento.

Estamos ante el dantesco espectáculo de la muerte, de su decadencia y de la caída de sus máscaras. Poco a poco veremos pasar ante nosotros monstruos de espantoso aspecto que se consumen sus propias vísceras y que tratarán de sobrevivir provocándonos las peores pesadillas de nuestras vidas, antes de que sean ellos mismos los que desaparezcan en el último intento por salvar sus desnudos pellejos. En la guerra del Bien contra el Mal hay que estar con los ojos bien abiertos y saber qué parte del modelo en el que nos encontrábamos nos hace daño, no solo a nosotros, sino también a nuestros hermanos humanos.

Se acabaron las máscaras. Es por eso que nos las imponen como recordatorio de un pasado que ya no existe; se acabaron las órdenes y sus fuerzas de coerción; llegó el momento de sentarnos, hablar como seres humanos mediante reglas humanas y propias de nuestra más elemental y sabia conciencia para crear un nuevo mundo para que el alma humana se haga presente. Bienvenidos. La realidad la creamos entre todos con nuestro amor.

*Psicólogo

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