Guerra y paz… ¿y verdad?
23 de marzo de 2022
¿Es posible juzgar con ecuanimidad la guerra de Ucrania? El bombardeo mediático, unánime diario y unidireccional (como con el covid), diseñado para provocar reacciones emocionales que anulen la capacidad de raciocinio, ha provocado una extrema parcialidad de la opinión pública occidental, aunque no así en el resto del mundo.
Me pregunto si es posible juzgar con ecuanimidad la guerra de Ucrania. El bombardeo mediático, unánime diario y unidireccional (como con el covid), diseñado para provocar reacciones emocionales que anulen la capacidad de raciocinio, ha provocado una extrema parcialidad de la opinión pública occidental, aunque no así en el resto del mundo. “El corazón tiene razones que la razón no alcanza”, decía Pascal, y es cierto. Resulta imposible no conmoverse e indignarse al ver las sobrecogedoras imágenes que causa el horror de la guerra. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí ni reducir una realidad compleja a un simplismo maniqueo y pueril.
Sin duda, existen motivos objetivos para estar sesgados ante este conflicto. En una entrevista en Le Figaro, un general francés apuntaba acertadamente a que somos “culturalmente más sensibles al débil, a David frente a Goliat” y también “a la herencia histórica y psicológica de la amenaza soviética en tiempos de la Guerra Fría”, lo que distorsiona nuestra percepción de Rusia. El general insistía en que era difícil formarse una opinión equilibrada dada la propaganda “de ambos bandos” y parecía envidiar “la prudencia mostrada por el resto del mundo (…), que no ha apoyado a Occidente sin por ello tomar partido por Rusia[1]”.
La guerra es entre EEUU y Rusia
En efecto, si creemos (equivocadamente) que el conflicto es entre Rusia y Ucrania resulta inevitable identificar a Rusia con el matón Goliat. No obstante, sabemos que Ucrania, siendo víctima, no es actor principal, pues su gobierno es una marioneta de EEUU. Y si la guerra es entre EEUU y Rusia, ¿quién es el fuerte y quién el débil? Porque en el mundo sólo hay un Goliat menguante, que es EEUU, y un Goliat ascendente, que es China, y los demás somos todos David de mayor o menor tamaño, incluyendo Rusia (mal que le pese a Putin). Desde esta perspectiva, más ajustada a la realidad, el pobre pueblo ucraniano sería el inaceptable daño colateral inocente (no así su gobierno) de un conflicto entre EEUU y Rusia causado por la expansión hacia el Este de la OTAN forzada por EEUU, que desoyó las advertencias rusas durante 15 años y despreció las reservas mostradas por unas renuentes Francia y Alemania. Por tanto, la consigna repetida ad nauseam de que la agresión rusa no responde a provocación alguna es, simplemente, mentira.
Reconocer que existe una causa de este conflicto provocado por EEUU no implica justificar la desproporcionada, brutal e injustificable reacción rusa por la que han muerto 925 civiles, según datos provisionales de la ONU[2]. Son cuestiones que merecen juicios independientes, y así lo entiende el ecuánime presidente de Sudáfrica, que fue profesor invitado de Derecho en la Universidad de Stanford[3] y se postula como posible mediador: “El análisis de las causas de este conflicto, compartido por prestigiosos expertos en relaciones internacionales y muchos políticos, indica que esta guerra podía haberse evitado si la OTAN hubiera hecho caso a las advertencias de algunos de sus propios dirigentes y funcionarios a lo largo de los años de que su expansión hacia el Este provocaría una mayor inestabilidad en la región. A pesar de que sea importante comprender las causas del conflicto, no podemos aprobar, sin embargo, el uso de la fuerza ni la violación de las leyes internacionales[4]”. Es difícil expresarlo mejor.
¿Es Putin el problema?
El objetivo central de la campaña de propaganda occidental ha sido la demonización personal de Putin como no se ha hecho con ninguno de los numerosos dictadores que pululan por nuestro planeta, incluyendo algunos amigos íntimos de EEUU. Este retrato lo pintaría hoy – no antes de febrero del 2022 – como un loco expansionista nostálgico del imperio soviético, expansionismo que muchos conocedores de la realidad rusa ponen en duda. El Director del Intelligence Project de la Harvard Kennedy School Paul Kolbe, con una trayectoria de 25 años en la CIA, aclaraba en 2019 que Putin “no está tratando de reconstruir la Unión Soviética, pero quiere tener vecinos sólidos, quiere que se acepte que Rusia tenga esferas de influencia y quiere poder asegurarse que las amenazas no se acerquen a su frontera[5]”.
Me parece importante recalcar que el resto del mundo observa con creciente resentimiento que un país como EEUU, que mantiene 750 bases militares en 80 países diferentes sin importarle si son democráticos o no[6], acuse de expansionismo a otro. Este doble rasero que defiende abiertamente EEUU (“las reglas son para vosotros, no para mí”) fue irónicamente criticado por Putin en un artículo firmado por él mismo en 2013. En aquellos tiempos Putin aún podía escribir (y publicar en el New York Times) que su relación con Obama estaba marcada “por una creciente confianza”. El artículo, destinado a despertar la simpatía del mundo no occidental, decía así: “Es extremadamente peligroso animar a la gente a considerarse excepcional, sea cual sea la motivación. Hay países grandes y pequeños, ricos y pobres, los que tienen una larga tradición democrática y los que todavía están buscando su camino hacia la democracia. Todos somos diferentes, pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales[7]”. Si Putin es un expansionista, ¿dónde está la evidencia histórica de que lo es tras 22 años en el poder? Y ¿por qué no se le acusó de ello antes? La explicación más probable es que el relato que quiere explicar la invasión de Ucrania como una repentina fiebre imperialista de un individuo enloquecido se ha construido a posteriori para disimular que el principal responsable de esta crisis “es Occidente, y en particular Norteamérica[8]”, según John Mearsheimer, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chicago, en un artículo publicado en The Economist.
No cabe ninguna duda que un yonqui del poder autoritario como Putin tiene todos los rasgos de la patología del poder, pero ¿es Ucrania una obsesión personal? No lo parece, pues la pertenencia de Ucrania a la OTAN es considerada por Rusia – y no sólo por Putin – una “amenaza existencial”. William Burns, actual Director de la CIA y ex embajador de EEUU en Rusia, dejó claro en sus memorias (publicadas en 2019) que “la entrada de Ucrania en la OTAN es la más roja de las líneas rojas para la élite rusa y no sólo para Putin”, añadiendo: “En más de dos años y medio de conversaciones con personajes clave de Rusia, desde los más cavernícolas del Kremlin hasta los liberales más críticos con Putin, aún no me he encontrado con nadie que no vea la entrada de Ucrania en la OTAN como una desafío directo a los intereses de Rusia[9]”. En la misma línea, la experta Alexandra Vacroux afirmaba en un encuentro celebrado en Harvard en 2019 que “es un error pensar que Putin es el problema[10]”.
Propaganda
La propagada bélica de ambos bandos hace siempre difícil hacerse una idea de la marcha de cualquier conflicto y exige un constante ejercicio de escepticismo independientemente de la simpatía que genere uno de los contendientes. En el caso de Ucrania, y sin observadores independientes sobre el terreno, vivimos un sorprendente oscurecimiento informativo, pues el contendiente ruso permanece hermético (salvo por sus gélidos partes de guerra, censurados por Occidente) y el ucraniano está inmerso en una campaña de propaganda tan estridente que desgraciadamente ha perdido toda credibilidad, aunque sea la única fuente de “información” de los medios occidentales (que dan por bueno, sin verificarlo, todo lo que les cuentan). En palabras de un exasesor militar del Secretario de Defensa de EEUU, “la mayor parte de la información que sale de Ucrania se desacredita como mentira en 24/48 horas[11]”.
El mismo valor propagandístico tiene la canonización del presidente ucraniano por parte de la prensa occidental como “héroe” a ojos de una ignorante opinión pública. Esta caracterización causa perplejidad a cualquiera que conozca un poco la realidad de Ucrania. ¿Debemos olvidar que es uno de los países más corruptos del mundo[12] y que ya en 2019 el 12% de su población (más que Venezuela) había tenido que emigrar?[13] ¿Debemos olvidar que uno de sus oligarcas, acusado de alzamiento de bienes, fue valedor de Zelensky[14] y que en mayo del 2021 éste mandó arrestar al líder de la oposición parlamentaria democrática prorrusa y cerró de manera totalitaria todos sus medios de comunicación[15] con el visto bueno de los americanos? Naturalmente, el líder de la oposición prorrusa es tan títere de los rusos como Zelensky lo es de los norteamericanos, pero el golpe de mano de Zelensky/EEUU fue otra provocación directa a Rusia. Y para más inri, hace sólo dos días Zelensky ordenó la suspensión de actividades de once partidos de la oposición[16]. ¿Cómo encajan estos datos con la imagen de un paladín de la libertad de un Estado libre y democrático?
¿Qué quiere Rusia?
Aparentemente, Rusia invadió Ucrania con un objetivo militar, un objetivo territorial, un objetivo “policial” y un objetivo político. El objetivo militar era destruir la capacidad militar del ejército ucraniano, y eso lo ha logrado en pocos días. Así, goza de una casi absoluta superioridad aérea, como demuestran las estériles peticiones ucranianas de que se cree un espacio de exclusión aérea, y de una abrumadora superioridad terrestre. La ventaja inicial rusa, no obstante, se ha visto temporalmente frenada por la inesperada llegada masiva de eficaces armas ofensivas provistas por la OTAN, que han levantado la moral ucraniana: misiles tierra-aire Starstreak y Stinger, capaces de derribar aviones de combate a baja altitud, misiles anticarro NLAW y Javelin, ligeros, rápidos, operados por una o dos personas y capaces de neutralizar un carro de combate a 4 km de distancia, drones de combate turcos TB2 armados con misiles MAM, cuya eficacia quedó probada en el reciente conflicto entre Armenia y Azerbayán, y drones merodeadores kamikaze tipo Harpy isrealíes o Switchblade americanos, baratos y eficientes. Los drones son vulnerables a los avanzados sistemas rusos de guerra electrónica como el Pole-21 o las unidades móviles Krasukha, pero los misiles pueden alargar el conflicto, que es lo que pretende EEUU.
El objetivo territorial de la invasión rusa parece consistir en asegurar la independencia de la rusófila región de Donbass en Ucrania oriental y la consolidación de Crimea como parte de Rusia. De ahí la importancia de Mariupol, castigada ciudad portuaria del mar de Azov. El siguiente mapa, que habrán visto en muchos medios, resulta muy elocuente (fuente: El País):
Las posiciones rusas, en rojo, apenas han variado en semanas e indican que en la inmensa mayoría del territorio de Ucrania no hay ni un solo soldado ruso (ni lo habrá). Los medios occidentales lo atribuyen a la resistencia ucraniana dando por sentado que el objetivo ruso es la completa ocupación del país. Más allá de que anexionarse Ucrania implicaría precisamente lo que Rusia quiere evitar, esto es, tener más frontera en común con la OTAN y no un estado medianero neutral, esta teoría presenta flancos débiles.
Con 150.000 hombres el objetivo ruso difícilmente puede ser la ocupación de un país del tamaño y población de Ucrania. Para que se hagan una idea, en la Segunda Guerra Mundial la Alemania nazi reunió 1,5 millones de soldados para tomar la mitad de Polonia, y en la primera Guerra del Golfo EEUU y sus aliados reunieron cerca de 900.000 hombres para entrar en Iraq. Así, el contingente ruso estaba diseñado para destruir la capacidad de combate y, sobre todo, la voluntad de combatir del bando ucraniano y la consecución de sus otros objetivos, incluyendo objetivos territoriales limitados al Este y Sur del país donde la población simpatiza más con Rusia. Nótese que en una encuesta del 2015 sólo el 20% de los ciudadanos de Odesa apoyaba entrar en la OTAN[17]. El cerco de Kiev, en el norte, no parece tener como objetivo, por ahora, la toma de la ciudad, sino apretar la tenaza para forzar la negociación. Toda guerra es, ante todo, una confrontación de voluntades, pero este conflicto en particular no es tanto un enfrentamiento militar (perdido de antemano por Ucrania) cuanto una prueba de resistencia en la que cada bando quiere que el contrario llegue lo más debilitado posible a la inexorable negociación.
Por otro lado, parece evidente que Rusia no contaba con el apoyo europeo, que ha dado alas a Zelensky para posponer lo inevitable (aun a costa de su propia población). Rusia ha perdido la iniciativa que buscaba una rápida capitulación ucraniana, lo que no obsta para que el ejército ucraniano esté derrotado y no haya guerrilla posible en un país sin selvas ni montañas, salvo que ocupe las ciudades utilizando de facto a su población civil como escudo humano.
¿Desnazificar Ucrania?
El objetivo “policial” de la invasión consiste en la eliminación de elementos ucranianos que los rusos tildan de neonazis. De hecho, la justificación más extravagante esgrimida por Putin para invadir Ucrania – siendo Zelensky de origen judío – ha sido buscar su “desnazificación”. Esta terminología tiene un claro valor propagandístico de cara a la opinión pública rusa, pues recuerda a la Gran Guerra Patriótica (la II Guerra Mundial) cuya victoria se conmemora en Rusia como Fiesta Nacional. Sin embargo, tiene un fondo verosímil, aunque obsoleto.
Un artículo de Foreign Policy del 2014 reconocía “la incómoda verdad” de que “una parte importante del gobierno de Kiev y de los manifestantes que lo llevaron al poder son, en realidad, fascistas[18]”. Recuerden que éste fue el gobierno resultante del golpe de Estado del 2014, apoyado por EEUU, que derrocó a un presidente democráticamente elegido. Foreign Policy menciona al partido Svoboda, fundado como Partido Social-Nacional de Ucrania (“un nombre deliberadamente evocador del Partido Nacionalsocialista” o nazi), que impuso el ucraniano como única lengua de la Administración “marginalizando instantáneamente al tercio de la población de Ucrania (y el 60% de la de Crimea) que habla ruso”. Según Foreign Policy, uno de sus parlamentarios habría fundado el Centro de Investigación Política Joseph Goebbels y tildado el Holocausto de “período brillante” de la Historia[19]. La creación de milicias armadas “neonazis” (como el Batallón Azov, cuyo cuartel general es precisamente Mariupol) también ha causado preocupación en los últimos años[20] e incluso hoy en día[21]. Aunque este “neonazismo” sea hoy políticamente residual en Ucrania, quizá explique la tibia y prudente posición de Israel en este conflicto, más allá de que su verdadera preocupación sea el nuevo acuerdo nuclear con Irán (donde Rusia tiene un papel que jugar).
Finalmente, el objetivo político de la violenta invasión rusa es asegurarse definitivamente una Ucrania neutral no perteneciente a la OTAN, petición “sumamente razonable” (en palabras de un exembajador de EEUU en la URSS[22]) cuya aceptación, de haber obrado EEUU de buena fe, habría evitado el que probablemente haya sido el conflicto más evitable de la historia.
Frente a esta invasión, EEUU ha impuesto una serie de sanciones económicas sin precedentes. ¿Quiénes serán los grandes perdedores de estas sanciones, los norteamericanos o los europeos? Seguro que conocen la respuesta, que analizaremos en el siguiente artículo.
[1] Ukraine : sous-estime-t-on la puissance de l’armée russe à cause de la guerre de l’information ? (lefigaro.fr)
[6] 750 Bases in 80 Countries Is Too Many for Any Nation: Time for the US to Bring Its Troops Home | Cato Institute
[8] John Mearsheimer on why the West is principally responsible for the Ukrainian crisis | The Economist
[9] The Back Channel, by William J. Burns, Random House 2020
[10] Íbid.
[11] Macgregor: Zelensky Is No Hero, He’s A Puppet That Is Putting His Own Population At Unnecessary Risk | Video | RealClearPolitics
[19] Ibid
[21] Allan Ripp: Ukraine has a Nazi problem, but Vladimir Putin’s ‘denazification’ claim for war is a lie. (nbcnews.com)