El plan destructivo de la humanidad
está en marcha y con velocidad de crucero
Por Magdalena del Amo
28-3-22
El refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer” siempre me pareció una invitación al conformismo disfrazado de prudencia; un culto al pesimismo; una negación a la fe, a la esperanza, a la confianza en el poder transformador que late en nosotros. El dicho no deja de ser un decreto que nos aprisiona y frena a un amplio abanico de posibilidades. Ignoramos que somos cocreadores de nuestra realidad y destino. Nuestro poder para cambiar las cosas es inmenso; solo nos falta darnos cuenta y aprender a utilizar esta “aplicación” maravillosa que traemos de serie. Cambiar el viejo y cauteloso consejo por el constructivo “más vale bueno desconocido que malo conocido” es un buen punto de partida; un primer paso al nuevo paradigma que debemos construir entre todos. No olvidemos que en los miles de ángulos oscuros siempre hay otros miles de arpas olvidadas, esperando a ser desempolvadas.
La normalidad anterior a 2020 por la que muchos suspiran no volverá, ni falta que hace. No porque lo que viene sea más halagüeño; todo lo contrario. El plan destructivo para la humanidad está en marcha y con velocidad de crucero. Nos espera una sociedad de diseño, esclavizada, controlada, robotizada, animalizada y separada de su esencia divina; seres de laboratorio controlados por la inteligencia artificial, al servicio de unas élites que sirven a su vez a otros “amos”, de los que desconocemos casi todo, excepto que buscan nuestro sufrimiento.
Pero este mal augurio de futuro, lejos de hacernos añorar la etapa que está finalizando, debe ser el resorte que active la lucha en todos los ámbitos posibles. Si somos sinceros y autocríticos debemos reconocer que vivimos en un mundo corrupto e insano que, entre todos, hemos ido conformando: unos por acción y otros por omisión. “Para que el mal prolifere basta el silencio de los buenos”, decía Edmund Burke. Nos hemos dormido en los laureles y hemos dejado hacer; hemos elegido a líderes corruptos y malvados y hemos aceptado sus propuestas sin rechistar. No hemos sabido ver sus dobles caras e intenciones. Incluso nos han robado a Dios y han conseguido anular la inclinación humana a la espiritualidad, a lo sagrado. Este es el origen de este presente de caos reinante. Un mundo de mentira, de distorsión de valores, de ciudadanos frívolos, interesados en el ocio sin fin, en lo banal, en lo fácil, en lo efímero; aspirantes a tener, cuanto más mejor, para poder competir y llenar nuestro vacío existencial cada vez mayor. Una sociedad sin rumbo, sin brújula ni estrella Polar, que suplantó el Ser cotiza a la baja, y el Valer por el Parecer ocupan el podio. Una “sociedad monstruo”, ramplona y utilitarista de la que brotaron leyes para legalizar lo ilegalizable de acuerdo al derecho natural, anterior al derecho positivo y a cualquier norma dictada por el hombre. Hoy se matan niños y viejos con la ley en la mano, bajo un manto eufemismos para maquillar el disparate.
Este mundo tan irracional y distópico, de seres distraídos y adormilados, nos ha traído una falsa pandemia, que marca un antes y un después en nuestra historia; una pandemia que fue un golpe de Estado global, pretexto para instaurar el principio de dictadura prevista en los papeles. De paso, se eliminó a muchos viejos que sobraban, según el pensar de los psicópatas ideólogos. Una pandemia causada por un virus que actuaba por horas, tan juguetón y escurridizo que se manifestaba incluso en modo asintomático y se escondía en lo más recóndito de la nariz. Había que ir a la barrera hematoencefálica a buscarlo, pero nunca nadie consiguió darle caza. Nuestra identidad quedó hecha trizas con las mascarillas que escondieron nuestras sonrisas y contrariedades durante dos largos años, quedando solo los ojos para mostrar la tristeza y el miedo inoculado a través del terrorismo mediático en sesión continua. Nos cerraron en casa privándonos del sol mientras cuadriculaban nuestros cielos con nanopartículas tóxicas e instalaban la red 5G, sin testigos, para controlarnos. Nadie habla de esto último, a pesar de ser más importante y trascendente que cualquier guerra. La vacuna nos inoculó óxido de grafeno, causó y sigue causando muertes y discapacidades y dividió a familias y a amigos, estableciendo una brecha irreconciliable entre vacunados y no vacunados. Prohibir fue el verbo más conjugado. Prohibido reunirse, acercarse, los abrazos y los besos. Prohibido no creer la versión oficial. Prohibido ser feliz. Prohibido todo. Y aún quedan restos de la insensatez. El virus se ha ido a la guerra, pero ya hay alfombra roja para nuevos modelos.
El engaño continúa, aunque cambie el modo y el escenario. Ahora se nos mantiene entretenidos con la guerra Rusia-Ucrania –una guerra mediática de libro—, con desinformación continua para justificar los efectos de falsas causas. El gas y la electricidad llevaban tiempo por las nubes. El conflicto ha creado más malestares y divisiones entre los simpatizantes de Putin y los partidarios de Zelensky, con propaganda a tutiplén en los dos bandos, cosa que se traduce en más dolor, más incertidumbre y más miedo.
Los carburantes y la electricidad que habían alcanzado cotas máximas antes de la guerra –por impuestos y demás componendas de las renovables, la mayoría en manos de amiguetes de los políticos, todo hay que decirlo— se han incrementado y apuntan al conflicto como causa. No es así es realidad, pero el efecto dominó no se hizo esperar: huelga del transporte, transportistas divididos, policía y guardia civil contra los piquetes, ganaderos sin alimento para sus reses, lecheros que arrojan la leche a la alcantarilla… Caos, sobre todo, mediático. Los medios exageran sobre el desabastecimiento como lo hacen sobre la guerra y lo hacían sobre la pandemia. Es cierto que faltan algunos productos, porque los propios consumidores están almacenando y creando búnkeres caseros. No quiero decir que la situación no sea grave. Lo es, sobre todo, por lo que se está preparando. Porque mientras permanecemos muertos de miedo, comprando compulsivamente y arrasando los lineales de los supermercados, como si no hubiera un mañana, los amos del mundo continúan trabajando en su cruzada contra la humanidad, empleando todas sus estrategias hasta conseguir nuestra “conquista” total como rebaño con denominación de origen.
Tenemos noticia de la preparación de una nueva variante que justifique el no bajar la guardia ni eliminar la camisa de fuerzas hasta que la humanidad integre que nunca más será libre. Sabemos que podrían poner en marcha algún mosquito genéticamente modificado, similar a los que se liberaron en Brasil en el 2012, teóricamente para eliminar los mosquitos causantes del dengue y la chikunguña, lo que provocó que un tiempo después más de 4.000 niños naciesen con microcefalia. (La patente de este supermosquito pertenece al emporio Rockefeller, y la empresa que los liberó en Brasil está relacionada con el falso filántropo y magnate de las vacunas de puntos cuánticos, Bill Gates). ¡Menuda tropa!
Esta gente no pierde el tiempo. Teníamos noticia, desde hace un año, que se estaban dando los pasos para ceder la soberanía de salud a la OMS, que ejercerá de ministerio de sanidad del nuevo gobierno global. Esto ya lo era, de facto, pero a partir de ahora –el 1 de marzo empezó la negociación— será con carácter vinculante, con lo cual los Estados adscritos al tratado no tendrán ni voz ni voto ni podrán contravenir órdenes o expresar opiniones contrarias a lo que previamente hayan determinado los personajes y corporaciones que financian la ONU. Es decir, gente a la que nunca hemos votado y ni siquiera conocemos decidirá el destino de nuestras vidas.
Por otro lado, al tiempo que se anuncia la eliminación del pase covid, el Ministerio de Sanidad, con fecha 22 de marzo, habilitó una dirección web para obtener el Certificado covid, de lo cual se deduce que esta imposición pende como espada de Damocles, con carácter nacional y no autonómica como hasta ahora. Coincide esto con una publicación de la CNN en la que se informa sobre los avances de un pasaporte covid internacional, con el fin de unificar los cuatro sistemas de pasaporte sanitario existentes en este momento: el certificado digital de la Unión Europea, el programa DIVOC de la India, el VDS-NC de Australia y el pase de salud inteligente (Smart Health), de Estados Unidos.
Empezamos el artículo diciendo que no queríamos el mundo anterior al 2020 y que tampoco queremos el que están gestando para nosotros. No tenemos que elegir entre uno y otro. Mi propuesta es optar por una tercera vía: un mundo donde las personas evolucionen y se desarrollen en armonía con la Creación. Tenemos que ser coautores en la construcción de la nueva sociedad. No es momento de queja, sino de trabajo, de reflexión y de calma para tener nuestra alma en paz. Solo así se puede pensar con cordura y actuar con acierto. Aunque no lo creamos, podemos revertir esta distopía de pesadilla. No porque ningún político venga a traernos soluciones y salvaciones, sino a través de nuestro despertar consciente. El “amaos los unos a los otros” es la clave, pero nunca lo hemos entendido ni practicado. ¿Empezamos?
*Psicóloga, periodista y escritora