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miércoles, 10 de mayo de 2023

LA TRADICIÓN. Por Daniel Iglesias Grèzes

LA TRADICIÓN
Daniel Iglesias Grèzes
10.5.2023

La palabra tradición proviene del latín traditio, y éste a su vez del latín tradere, que significa entregar. Cualquier tradición (profesional, artística, política, etc.) es una sucesión temporal de entregas: un padre, maestro o predecesor entrega (o sea, enseña o transmite) un conocimiento teórico o comportamiento práctico a un hijo, discípulo o sucesor, quien lo asimila y, a su debido tiempo, a su vez lo entrega a otro, y así sucesivamente.

El filósofo polaco Józef Maria Bochenski (1902-1995) consideró a la tradición como una de las cinco cualidades más notables que distinguen al hombre de los otros animales1. El hombre no es un animal social por sus instintos, como las hormigas o las abejas, sino por el aprendizaje de las tradiciones de las sociedades humanas. Ese aprendizaje es posible gracias al lenguaje, que también se genera y perpetúa como una tradición.

Incluso la ciencia se configura en gran medida como una tradición. Los científicos no parten de cero en su estudio del objeto de su ciencia; se valen del conocimiento acumulado por muchas generaciones de estudiosos que los precedieron. Al igual que en las demás tradiciones, también en la tradición científica desempeña un rol fundamental la "fe humana": la confianza en el testimonio de testigos a quienes, por motivos racionales, consideramos fidedignos. Nadie, por más brillante o longevo que sea, puede reproducir por sí solo todos los cálculos ni las demostraciones de todos los teoremas de todas las ramas de la matemática. Nadie puede tampoco reproducir por sí mismo todas las observaciones y los experimentos realizados en toda la historia de la física, la química y las otras ciencias naturales. Ningún historiador puede examinar por sí mismo todas las fuentes históricas. En mayor o menor grado, siempre habrá de apoyarse en lo informado por sus colegas.

No se debe confundir las tradiciones científicas con los objetos de las ciencias. El mismo Bochenski, en su Historia de la lógica formal2, muestra que la lógica aristotélica y la lógica india no son dos ciencias distintas, sino dos formas de analizar una misma realidad: las leyes que rigen el pensamiento humano, que eran las mismas en la antigua Grecia y la antigua India. Asimismo, las leyes naturales son las mismas en todas partes, sea cual sea el nivel de conocimiento de ellas en las distintas sociedades humanas o las distintas épocas. La ley de la gravedad regía universalmente antes de que Newton la descubriera.

Algo análogo ha de decirse sobre la relación entre las tradiciones morales y la ley moral. El relativismo moral se basa en la falacia de que la diversidad de costumbres sociales implica la inexistencia de un orden moral objetivo. La ley moral es la misma en todas las épocas y lugares, aunque sus formulaciones varíen. C. S. Lewis demostró esto mediante un catálogo de formulaciones concordantes de ocho leyes morales3 en muchas tradiciones distintas: egipcia, babilonia, griega, romana, judía, china, hindú, nórdica, cristiana, etc4. Todas las civilizaciones condenaron el homicidio, el adulterio, el robo y la mentira, aunque hubo diferencias sobre si ciertos casos particulares caían o no dentro de la condena general. Los relativistas exageran la importancia de esas diferencias fronterizas. El árbol de los casos particulares no les deja ver el bosque del masivo consenso de la tradición moral de la humanidad.

La cadena de la tradición no es estática. En cada eslabón, tras la recepción de un contenido, se le puede agregar algo (verdadero o falso, bueno o malo) antes de retransmitirlo. Así las tradiciones se desarrollan o se corrompen a lo largo del tiempo. El teólogo inglés John Henry Newman (1801-1890), en su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana (1845), propuso siete notas o criterios para distinguir los desarrollos genuinos de una idea de sus corrupciones: preservación de su tipo, continuidad de sus principios, poder de asimilación, secuencia lógica, anticipación de su futuro, acción conservadora sobre su pasado, y vigor crónico. Esos criterios pueden aplicarse para analizar el desarrollo de cualquier sistema de ideas.

Las tradiciones humanas tienen luces y sombras, pero corresponde reconocer que nos han dado muchísimas cosas de enorme valor. Todas las sociedades han valorado sus tradiciones y se han esforzado por conservarlas, excepto quizás el Occidente actual, que muy a menudo parece odiarse a sí mismo y a sus raíces cristianas.

El rechazo global de las tradiciones es un rasgo característico del espíritu revolucionario. Los filósofos ilustrados del siglo XVIII consideraron que la herencia religiosa y cultural de la Cristiandad medieval no era más que un cúmulo de ignorancia y superstición. Durante la Revolución Francesa se prohibió el culto católico, se abolió el calendario cristiano y se cambió la semana de siete días por una "semana" de diez días, a fin de borrar incluso el recuerdo del Domingo, el día del Señor. Ese espíritu revolucionario no murió en 1989. Hoy sigue vivo y es una de las causas principales de nuestros males sociales. Karl Marx lo expresó con unas palabras del Mefistófeles del Fausto de Goethe: «Todo lo que existe merece ser destruido».

1) Las otras cuatro cualidades consideradas son la técnica, el progreso, la capacidad de pensar de un modo totalmente distinto y la reflexión. Cf. J. M. Bochenski, Introducción al pensamiento filosófico, Editorial Herder, Barcelona, 1986, pp. 78-81.
2) Editorial Gredos, Madrid, 1967.
3) La ley de la beneficencia general, la ley de la beneficencia especial, las obligaciones con nuestros padres, mayores y ancestros, los deberes hacia nuestros hijos y hacia la posteridad, la ley de la justicia, la ley de la buena fe y de la veracidad, la ley de la piedad y la ley de la magnanimidad.
4) Cf. C. S. Lewis, La abolición del hombre, Ediciones Encuentro, Madrid, 1990, pp. 81-96.