Memoria democrática.
El número de los beatos y santos asesinados
por socialistas, comunistas y anarquistas
se eleva a 2.050
31/10/21
Pero ojo, porque hay 1.000 causas a la espera
En 1931 confluyeron dos sectarismos antirreligiosos
históricos: el de los liberales y el de los marxistas.
El odio anticatólico del siglo XIX español compite con el de la II República en crueldad y en capacidad homicida.
Ayer fueron beatificados cuatro Sacerdotes Operarios, mártires de la Guerra Civil Española, con lo que el número de los beatos y santos asesinados por los socialistas, los comunistas y los anarquistas se eleva a 2.050. Y hay otras mil causas de beatificación ya formadas a la espera de la decisión de Roma.
La Hermandad de los Sacerdotes Operarios fue fundada por el beato Manuel Domingo y Sol (1836-1909). Este sacerdote vio en 1873 las pésimas condiciones en las que vivían los seminaristas de Tortosa en una buhardilla, pasando hambre incluso, porque los revolucionarios de 1868 habían destruido su seminario. Dicha Hermandad tendría como fin la asistencia y la formación de los seminaristas.
La Revolución de 1868 destronó a Isabel II, en cuyo reinado se asentó el régimen liberal en España en el que alternaron en el poder los dos partidos liberales, el partido moderado y el partido progresista, además de La Unión Liberal de O'Donnell, que gobernó desde 1858 a 1863.
El odio anticatólico del siglo XIX español
compite con el de la II República
en crueldad y en capacidad homicida
Con motivo de los artículos que vengo publicando sobre la persecución religiosa durante la Segunda República y la Guerra Civil, no han faltado lectores que me han preguntado por las causas de la magnitud de esta persecución. Y en estas ocasiones les he dicho que si esa persecución fue tan grave se debió a que los marxistas unieron su odio a la Iglesia Católica con el que venían practicando los liberales desde el siglo XIX. De manera que en 1931 confluyeron dos sectarismos antirreligiosos históricos: el de los liberales y el de los marxistas.
Persecución liberal. En un solo día, el 19 de enero de 1836,
Madrid se quedó sin frailes, y la Villa y Corte
se convirtió en un anticipo de lo que iba a suceder
pocos días después en toda España
No cabe duda que sin conocer la Historia de España del siglo XIX, no se puede entender lo ocurrido en el siglo XX. Por lo tanto, esta puede ser una buena ocasión para contar los comienzos de la persecución religiosa en la España Contemporánea.
“Es un hecho que nadie pondrá en duda la impopularidad de los frailes en Madrid, y la repugnancia con que los miran los habitantes de esta Corte”, esta era la compasión que sentía por los religiosos el progresista Salustiano Olózaga, para justificar la extinción de los que habían sobrevivido a las matanzas de años anteriores. En estos términos se dirigía Salustiano Olózaga el 12 de enero de 1836 al ministro del Interior, Martín de los Heros. Cuando hizo esta exposición al Gobierno, Olózaga escribía en su calidad de gobernador civil de Madrid, y líneas más abajo solicitaba al gobierno de Mendizábal que hiciese lo que él no podía, por no tener competencias para ello: «Si, como parece, su duración no podrá ser larga, que desaparezcan inmediatamente y en un solo día». Y así fue, el Gobierno atendió su solicitud, y en un solo día, el 19 de enero de 1836, Madrid se quedó sin frailes, y la Villa y Corte se convirtió en un anticipo de lo que iba a suceder pocos días después en toda España, lo que supuso el cierre de 1.940 conventos y la dispersión de 31.000 religiosos varones, que se quedaron en la calle.
En estos años la Iglesia en España fue sacudida por una persecución religiosa como nunca antes había padecido, los liberales se emplearon a fondo contra ella. Se la persiguió con leyes injustas y con la espada. Segaron la vida de más de un centenar de religiosos, episodio al que Marcelino Menéndez y Pelayo se refiere como “el pecado de sangre”. Hubo por tanto mártires, que todavía hoy permanecen a la espera de un reconocimiento oficial de la Iglesia.
Unos primeros datos pueden dar una idea de las graves consecuencias de esta persecución. En la primera mitad del siglo XIX los efectivos del clero se redujeron en más de la mitad. Según los datos del censo de 1797 a principio del siglo XIX había en España 145.628 personas del clero secular y de los religiosos de ambos sexos. Medio siglo después, pasada la tormenta, restablecidas las relaciones con la Santa Sede y firmado el concordato de 1851, los efectivos eclesiásticos en España eran tan solo 63.361, lo que significa que durante estos años se perdieron 82.361 vocaciones religiosas.
Censo de 1797: había en España 145.628 entre clero secular y regular, de ambos sexos. Medio siglo después, restablecidas las relaciones con la Santa Sede y firmado el concordato de 1851, los efectivos eclesiásticos en España eran tan solo 63.361
En el verano de 1833 había en Madrid ochenta conventos, casi a partes iguales entre los masculinos y los femeninos, porque 38 eran de frailes y otros tantos de monjas. Pero cuando el 12 enero de 1836 Olózaga eleva su petición al Gobierno para que desaparezcan en Madrid todos los frailes en un solo día por la repugnancia que le causaban, ya solo quedan 15 conventos masculinos en la capital de España. Esos eran los primeros resultados de la persecución religiosa, que se había iniciado dos años antes.
Paradójicamente, el régimen liberal que se asentó en España tras la muerte de Fernando VII en 1833, y que establecía como ejes de su nueva sociedad la libertad y la tolerancia, se estrenó desatando una persecución religiosa. Unas veces la persecución religiosa fue incruenta, pero persecución, y se llevó a cabo mediante los decretos y las leyes injustas, conculcando así los más elementales derechos que los liberales decían defender. Y en otras ocasiones la persecución fue cruenta.
Nunca se había visto en España nada semejante a lo que sucedió los días 17 y 18 de julio de 1834 en Madrid. Manuel Revuelta ha estudiado todo lo ocurrido con detalle, con rigor y con serenidad. Este es su juicio global: «El 17 de julio no debe solamente considerarse como fecha aciaga en que tiene lugar una hecatombe de vidas humanas, que tanto abundan, por desgracia, en la historia. (…) No se trata solamente de unos frailes menos, en aquella España trágica, desposada con la muerte, que veía perder a sus hijos por la epidemia del cólera o los fusilamientos masivos en la salvaje guerra sin cuartel. El 17 de julio es símbolo de un movimiento de oposición radical a la Iglesia, que desgarra con surco tajante la secular tradición católica de nuestro pueblo».
«No se trata solamente de unos frailes menos, en aquella España trágica, desposada con la muerte, que veía perder a sus hijos por la epidemia del cólera o los fusilamientos masivos en la salvaje guerra sin cuartel. El 17 de julio es símbolo de un movimiento de oposición radical a la Iglesia, que desgarra con surco tajante la secular tradición católica de nuestro pueblo»
El convento de San Francisco el Grande junto con el Colegio Imperial de los Jesuitas (actual sede del Instituto San Isidro de Madrid) y los conventos de Santo Tomás y el de la Merced fueron los principales escenarios de un odio a la religión como nunca se había visto en la Historia de España. Los asesinos asaltaron los conventos entre blasfemias, destrozando y robando cuanto encontraban a su paso, dando mueras a Cristo y vivas a Lucifer. Al padre Benito Carrera le acribillaron en el sótano junto con otros doce franciscanos y no fueron las únicas víctimas de San Francisco el Grande, porque otros murieron en el coro, por los claustros y hasta en la enfermería, porque ni siquiera se apiadaron de los que convalecían postrados en la cama. Concretamente, fueron 48 los asesinados en el convento de San Francisco el Grande: 24 sacerdotes, 4 coristas, 12 legos y 8 donados. Y aunque no murió esa noche, puede contarse también entre las víctimas al padre general de los Franciscanos Luis Iglesias. Todos estos acontecimientos se produjeron con la complicidad o, en el mejor de los casos, con la pasividad de las autoridades. Durante la masacre que duró muchas horas, nadie acudió en ayuda de los religiosos y tampoco se investigó lo acontecido para exigir responsabilidades.
El padre Francisco García fue un franciscano que falleció en Toledo el 3 de febrero de 1890 y vivió lo sucedido el 17 de julio de 1834, porque era estudiante en San Francisco el Grande. Redactó lo que él vio en diez hojas de papel de carta, que a su muerte acabaron en poder de una sobrina suya, que a su vez entregó a los franciscanos y las publicaron en 1914.
El convento de San Francisco el Grande junto con el Colegio Imperial de los Jesuitas (actual sede del Instituto San Isidro de Madrid) y los conventos de Santo Tomás y el de la Merced fueron los principales escenarios de un odio a la religión como nunca se había visto en la Historia de España
Cuenta Francisco García, que nada sucedió de repente, pues al menos desde el día de San José vivían sobresaltados en San Francisco el Grande y cada noche se registraban los lugares de la iglesia —confesionarios, coro, campanario, etc.— donde alguien se pudiera esconder. El 17 de julio, como cada jueves, salieron de paseo por la mañana y fueron a la Moncloa, donde un hortelano les contó que había corrido la voz por Madrid de que los frailes habían envenenado las aguas y que, por lo tanto, corrían peligro; que había grupos compuestos de populacho y de milicianos nacionales dispuestos a asesinar a los frailes, y que les aconsejaba no regresar a San Francisco el Grande. A pesar de estas noticias y obedeciendo al maestro de novicios, regresaron y de vuelta al convento ya pudieron comprobar que el hortelano no exageraba; en el puente de Segovia se encontraron grupos de milicianos nacionales, que se dirigieron a ellos en estos términos: “Dejadlos, que van como corderos…”.
Cuando llegaron al convento encontraron muy alarmados al resto de los Franciscanos, pues ya habían llegado las noticias de los primeros asesinatos en otros conventos de Madrid, por lo que el superior fue a pedir protección al jefe del Regimiento de la Princesa que estaba acuartelado en San Francisco el Grande, a lo que contestó que antes de que tocaran a un fraile tendrían que pasar por su cadáver y el de sus subordinados. A las ocho de la noche cenaron y después fueron al coro para la bendición con el Santísimo Sacramento, y entonces fue cuando asaltaron el convento.
Los religiosos fueron corriendo al encuentro con el jefe de los soldados en petición del socorro prometido, pero con sorpresa comprobaron que había sido relevado por otro militar. El nuevo mando les manifestó que tenía orden de no hacer resistencia a las masas amotinadas y que ni siquiera les permitían quedarse junto a ellos.
“No hay necesidad de gastar pólvora con esta canalla; a estos tenemos seguros; cuchillada, sablazo, y ¡firme con ellos! Hasta que no quede ninguno”. Las matanzas en San Francisco acabaron a las cuatro de la mañana
Comenzó entonces la persecución y la matanza de los frailes por las distintas dependencias del convento, a la vez que saqueaban y robaban cuanto tenía algún valor. En su huida, Francisco García y otro condiscípulo suyo encontraron un balcón abierto que daba a la huerta, desde donde saltaron y desde allí treparon la tapia divisoria con la finca del Duque de Medinaceli, donde se escondieron. Desde su escondite pudieron oír y hasta ver lo que estaba sucediendo, pues era noche de luna llena. Comprobaron que eran los miembros de la Milicia Nacional, no solo porque les vieron, sino también por los comentarios que hacían, entre otros este: “No hay necesidad de gastar pólvora con esta canalla; a estos tenemos seguros; cuchillada, sablazo, y ¡firme con ellos! Hasta que no quede ninguno”. Las matanzas en San Francisco el Grande acabaron a las cuatro de la mañana, que fue cuando cesaron los tiros, los gritos y los murmullos, y quedó el convento en profundo silencio.
Pero los asesinatos del clero no se limitaron a Madrid, sino que era un plan de exterminio en toda España. Según Pirala, la masonería organizó desde Madrid las matanzas de Zaragoza que se llevaron a cabo en dos jornadas, los días 3 de abril y 5 de julio de 1835. Asaltaron y quemaron los conventos de la Victoria, San Diego, San Agustín, Santo Domingo y San Lázaro y asesinaron a un total de 19 religiosos. Después de lo de Madrid, y al haberse llevado el ataque a los conventos en dos jornadas distintas en Zaragoza, se generalizó la creencia de que a esas dos jornadas sucederían otras más, hasta matarlos a todos, por lo que muchos religiosos abandonaron la ciudad aragonesa, para instalarse en otros conventos en localidades que consideraron más seguras.
De Aragón las matanzas de frailes se extendieron a Cataluña, comenzando por Reus, donde asesinaron a 23 religiosos el día 22 de julio de 1835. La impunidad con la que actuaban los progresistas era tal, que en 1835 ya ni siquiera se escondían. El periódico del partido progresista en Barcelona era El Catalán, dirigido por Pascual Madoz, que preparó la opinión y empujó a los catalanes a la revolución y al crimen, y lo hizo sin tapujos. El 2 de mayo, dicho periódico publicaba unas coplillas en verso, en las que a continuación de dar vivas al motín, y para que encajara la rima, anunciaba que se iba armar la de San Quintín. Consideraba Madoz en sus coplillas que la victoria sobre los carlistas era una cuestión secundaria, —“sobran soldados en el Baztán” decía en un verso— ante la urgencia de hacer la revolución, en la que “había que cortar el cuello a cercén, del fraile mostén”.
Dos años después de los trágicos sucesos del día de Santiago en Barcelona (ardieron seis conventos y murieron asesinados 16 religiosos), Pascual Madoz justificaba las matanzas de frailes desde su escaño de diputado
De acuerdo con lo anunciado, los revolucionarios se concentraron en la plaza de toros de la Barceloneta, donde se celebró una corrida el día Santiago. Las reses de don Faustino Zalduendo de Caparroso (Navarra) debieron parecerles mansas a la afición, hasta el punto de que las iras se desataron en el último toro, llamado “El Estudiante”, y decidieron arrastrarlo por las calles de Barcelona con la intención de quemarlo, para lo que utilizaron las puertas de un convento y después del toro quemaron el convento, y después de ese convento otro convento… En conclusión, la tarde del día 25 de julio de 1835 ardieron en Barcelona los conventos de San Francisco, el de los trinitarios descalzos, el de San José, el de agustinos calzados, el de carmelitas calzados y el de Santa Catalina, y murieron asesinados 16 religiosos.
Por su parte, Pascual Madoz interpretaba así los sucesos del día de Santiago en El Catalán cinco días después: «La opinión pública estaba predispuesta contra los regulares, que el pueblo miraba como el foco de rebelión, y en un momento de exaltación inocente, en una diversión pública, esta exaltación se desvió de su primitivo objeto y se manifestó hostil a los conventos, haciendo desaparecer a los moradores en una noche. Son de lamentar, por cierto, algunas desgracias, pero la cordura de las autoridades, ejército y milicia previno otras mayores. Si desgraciadamente se ha derramado sangre española, debemos al mismo tiempo congratularnos de que el pueblo haya respetado las propiedades y las personas de los particulares sin distinción de opiniones».
Dos años después, Pascual Madoz justificaba las matanzas de frailes desde su escaño de diputado. Semejante infamia esta recogida en la página 4.766 perteneciente a la sesión del 16 de julio de 1837 de la legislatura 1836-1837: «Un Gobierno previsor —clamaba Madoz en el Congreso— debió haber conocido que la permanencia de los frailes era un anacronismo, una cosa incompatible con las luces del siglo, y desgraciadamente no lo conoció, y esto obligó en cierta manera al pueblo a hacer por sí la reforma»
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá
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