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domingo, 19 de julio de 2015

INQUISICIÓN Española: LEYENDA NEGRA de la IGLESIA Católica y de España. Mentiras de la Historia. «Arma cínica de una guerra psicológica», iniciada por el Imperio Inglés y continuada por el Iluminismo Masónico que gobierna el Imperio USA. Anglicanos y Masones son los principales autores de la Leyenda Negra contra España y la Iglesia Católica (1886)


¡Termínenla con la "Inquisición Española"!
InfoCatólica-Javier Olivera Ravasi 
(8.07.15) 
Siguiendo con el tema de los posts anteriores dedicados a la Inquisición, traemos aquí un trabajo de síntesis del catedrático Prof. Dr. Juan Fernando Segovia, prestigioso investigador argentino que se ha dedicado al tema.
La inquisición española
Origen[1]
En 1232 Gregorio IX dirigió un breve al arzobispo de Tarragona, ordenándole la búsqueda y castigo de los herejes (albigenses emigrados del sur de Francia). Los primeros tribunales inquisitoriales se formaron en España el año 1242, en base a lo resuelto por el Concilio provincial de Tarragona. Los tribunales dependían del obispo de la diócesis, correspondía al provincial de los dominicos en la Península nombrar a los inquisidores. Su actuación no ha sido motivo de censuras –porque en España el problema no era la herejía-, incluso no actuó en toda España: Castilla no la conoció y operó fundamentalmente en Aragón.
Con la llegada de los Reyes Católicos al poder[2], el Santo Oficio fue instituido. En 1478 los reyes consiguen que por una bula del Papa Sixto IV se autorice la introducción de la Inquisición en Castilla. Tras lamentar la existencia en España de los falsos cristianos, el Papa se hacía eco de la petición de los monarcas, a quienes facultó para designar inquisidores a tres sacerdotes mayores de cuarenta años, expertos en teología o en derecho canónico, así como para destituirles y sustituirles libremente[3].
Esto ya nos indica la especificidad de la Inquisición peninsular: las desviaciones doctrinales o morales procedieron del orden interno, vinculadas a los judíos. Dice un historiador judío de los conversos: “muy pronto condenaron abiertamente la doctrina de la Iglesia y contaminaron con su influencia a toda la masa de los creyentes” cristianos[4]. Los testimonios podrían reproducirse hasta el hartazgo, pero lo más notable es que muchos de ellos provienen de los mismos conversos, que acusan a los judaizantes de traicionar la fe católica que han aceptado[5]. Los testimonios de la época (especialmente Pulgar y Bernáldez) así como la mayoría de los historiadores coinciden en este punto: el problema específico que motiva la Inquisición castellana y española fue el de los falsos conversos, judíos devenidos católicos que conservaban doctrinas y prácticas judaizantes, y que estaban empinados en importantes funciones: sabios, canónigos, frailes, abades, letrados, contadores, secretarios, auxiliares de los reyes y de grandes señores, informa Bernáldez[6]
Se ha dicho que los Reyes Católicos introdujeron con la Inquisición una fuente de conflicto en la pacífica sociedad española, en la que convivirían entonces cristianos, judíos y moros pacíficamente. Por el contrario, Dumont[7] y otros han demostrado que la Inquisición española fue una necesidad del orden público: una decisión por la que los Reyes Católicos cortaron el sangriento enfrentamiento entre las comunidades de conversos(judíos y moriscos) y cristianos-viejos, que venía sucediéndose desde comienzos del siglo XIV. Según la interpretación de Menéndez y Pelayo, la sociedad española recibió con los brazos abiertos a los conversos[8], pero estos no correspondieron de la misma forma[9]. Veamos este aspecto de la cuestión.
La conversión de los judíos
La conversión de los judíos –forzada o no, es algo que no puede afirmarse de modo general para todos[10]- se produce en el siglo XIV y, desde entonces, los conversos progresan en la sociedad y en la administración real, tomando a su cargo –entre otras tareas importantes- la recaudación de impuestos a comienzos del siglo XV. Además del comercio y de las profesiones liberales, los conversos acceden a la administración de justicia, la diplomacia, la administración municipal e incluso la central. Algunos se ennoblecieron, otros ingresaron a la Iglesia llegando hasta las altas jerarquías.
En este contexto el dominico valenciano san Vicente Ferrer, a comienzos del siglo XV, apoyado por Benedicto XIII, propuso convencer a los judíos sin violencia, pero con presiones indirectas: se trataba de mantener separados a los rabinos de sus fieles y de ubicarlos en barrios especiales, vistiendo ropas distintivas, para que así comprendieran su estado miserable y dieran el paso definitivo hacia la conversión. Sus predicaciones multitudinarias en Valencia, Segovia, etc., consiguieron muy buenos frutos entre judíos y moros, como arrepentimientos entre los cristianos[11].
En este clima tuvo lugar la célebre Disputa de Tortosa (1413-1414), una catequesis en la que los más célebres rabinos expondrían sus dudas ante los teólogos cristianos -entre ellos, el converso Jerónimo de Santa Fe- para provocar la conversión por vía deductiva. Los resultados fueron positivos en lo inmediato, aunque no a mediano plazo[12].
Los primeros años del reinado de Enrique IV, sin señales de actividad represora, constituyen una etapa expansiva de la vida conversa; incluso su reinado, de 1454 a 1474, puede ser visto como un tranquilo intervalo entre las turbulencias pasadas y las que habrían de venir.
Es la conversión de los judíos y las prácticas judaizantes de algunos de ellos lo que provocará la reacción de los viejos católicos. Existió un cierto celo por las posiciones que algunos alcanzaron con los beneficios del poder. En el siglo XV, por caso, se produjeron tensiones para apartar a los conversos de cargos y oficios, hasta que el rey Juan II se vio obligado a ordenar, en 1444, que tales conversos fueran tratados como si hubieran nacido cristianos y se les reconociera la plenitud de derechos.
Pero el problema central era con los falsos conversos (judaizantes) que, además, medraban de las instituciones regias. En Toledo, en el año 1449, un grupo de rebeldes se levantó contra los judíos y dictó una Sentencia-Estatuto que establecía una serie de limitaciones legales aplicables a los conversos. La controversia llegó a Roma, y el papa promulgó tres bulas contrarias a los rebeldes y al movimiento anti-marrano[13].
Es de notar que en este conflicto siempre hubo del lado español de los cristianos viejos, defensores de los marranos, al igual que críticos. Los primeros aducían motivos religiosos y creían en la veracidad de la conversión, sin que existieran enconos raciales; los segundos no sólo acusaban a los marranos de ser judaizantes (no confiaban en una conversión verdadera) sino también por motivos políticos (hacerse del poder o entregar el poder a un tirano, en la cuestión de Toledo). Lo ocurrido en Toledo se repitió más tarde en Ciudad Real, Córdoba y en Segovia, entre otras ciudades en las que hubo enfrentamientos sangrientos.
A mediados de siglo, después de las primeros enfrentamientos violentos, ya era prácticamente imposible el retorno a los métodos de san Vicente Ferrer, porque algunos clérigos tenían miedo al contagio intelectual y religioso que unos y otros -judíos y conversos- podían provocar en la fe. Sobre todo preocupaba el relativismo moral y religioso de muchos conversos. Y antes de establecer la Inquisición, entre 1478 y 1480, se realizó una campaña previa de evangelización pacífica, aunque de resultados infructuosos[14].
El cronista de los Reyes Católicos, Fernando del Pulgar (converso y crítico de la Inquisición) da cuenta y asegura que algunos conversos judaizaban en secreto, es decir, el problema de los judaizantes era real, afectaba la paz de los reinos. Una obra compuesta en 1461 por fray Alonso de Espina, Fortalitium fidei, quien habría de ser años más tarde confesor de Isabel la Católica, manifestaba las mismas dudas y los mismos problemas. Los testimonios en el mismo sentido son abundantes[15].
Los Reyes Católicos, en 1478, pidieron al papa Sixto IV el establecimiento de la Inquisición; el Papa dictó la bula Exigit sincerae devotionis, de 1º de noviembre, que implantó finalmente la Inquisición en Castilla, considerando que los conversos eran un caso de herética pravedad (deshonestidad)[16]. Por dos años quedó sin aplicación –como las anteriores-, hasta que el 17 de septiembre de 1480 los Reyes Católicos designaron los primeros inquisidores. Fernando el Católico escribe al papa una carta, de 13 de mayo de 1482, en la que hace referencia a los “errores o delitos” de los conversos, habiéndose descubierto “cómo muchos que eran tenidos por cristianos vivían no sólo no cristianamente, sino que prescindían de cualquier ley”. Pidió al papa mayores poderes reales para la Inquisición en Castilla, y el 15 de marzo de 1482, el papa responde a la petición del monarca con la bula Dum fidei catholicae, que la autoriza con unos inquisidores que para ser nombrados deberían contar con el asentimiento pontificio.
Queda así claro a qué causa se debe la Inquisición española y cuál fue su finalidad. Los Reyes Católicos se vieron en la necesidad de castigar la herejía judaizante por dos motivos: para evitar una nueva matanza no sólo de judíos, sino, también, de los nuevos conversos. Se creía así evitar la expulsión del pueblo judío, como habían hecho de manera más o menos completa, los musulmanes en 1066, Inglaterra en 1290, Francia en 1182 y nuevamente en 1306 y 1394, Italia en 1342, los Países Bajos, en 1350, los países germanos entre 1424 y 1438 (y aun antes en 1348 y 1375); etc.[17]
Propósito
Inicialmente el tribunal fue creado para frenar la heterodoxia entre los bautizados: las causas más frecuentes eran las de falsos conversos judíos (marranos) y también los musulmanes conversos[18]. Pronto, sucedida la Reforma, se añadió el luteranismo (especialmente en Sevilla y Valladolid); y un movimiento pseudo místico, falsamente cristiano que se conoce como los alumbrados[19].
Dentro de los delitos contra la fe se consideraban la blasfemia, que podía ser expresión de herejía; y la brujería, la magia y otras supersticiones[20]. También se perseguían delitos de carácter moral como la bigamia o el adulterio. Estos casos, si bien no correspondían exactamente a la competencia del Santo Oficio, fueron perseguidos en tanto pudieran traducir algún desvío en materia de fe, y muchas veces, como observa Dumont, para aliviar los castigos de la justicia civil.
Promediando el siglo XVI se ha probado que la Inquisición juzgaba principalmente a los luteranos, también a los moriscos e incluso a viejos cristianos (por el delito de solicitación), disminuyendo sensiblemente la investigación de los judaizantes[21]. Más específicamente: los protestantes no afincados en la península, que transitaban como extranjeros, estaban protegidos por acuerdos internacionales (como el que firmó Felipe III en 1604 con el rey de Inglaterra). Los protestantes acusados solían ser curas y fieles católicos que apostataban silenciosamente de la fe[22]
Ya concluyendo el siglo XVIII, bajo los borbones, la Inquisición cumplió una función más bien política: fue un instrumento de lucha contra las ideas ilustradas y revolucionarias, especialmente francesas, y contra los movimientos que las apoyaban, como la masonería.
En consecuencia, el origen de la Inquisición española, tanto como su finalidad, no ha de hallarse ni en el antisemitismo[23] (porque no tenía jurisdicción sobre los no bautizados[24]), ni en el afán de enriquecimiento (apoderarse de los bienes de los conversos), ni en el control ideológico; simplemente, la Inquisición responde al aseguramiento de la ortodoxia cristiana, amenazada por las desviaciones de los cristianos nuevos y, consiguientemente, al logro de la paz en los reinos[25]. Como afirmaba Sixto IV en la bula recapitulatoria de 2 de agosto de 1483, la institución se justificaba porque
“había muchos que, comportándose aparentemente como cristianos, no habían temido ni temían seguir cada día los ritos y costumbres de los judíos, y los dogmas y preceptos de la perfidia y superstición judaica, y abandonar la verdad tanto de la fe católica y de su culto como la creencia en sus artículos”.
La unidad de la fe era –para Isabel y Fernando- el fundamento de la comunidad política, de donde deriva la noción de la monarquía católica, que implica el deber de custodiar la unidad de la fe frente a las amenazas que la ponen en peligro. Es cierto que este concepto de la España unida por la religión florece y se fortalece bajo Felipe II (1556-1598), pero cuando los Reyes Católicos España ya era católica. No era, como pretendió Américo Castro y hoy otros, una sociedad multicultural en la que convivían católicos, judíos y musulmanes. La catolicidad de España le viene de su misma formación como nación[26]; existían en ella otros pueblos, -especialmente los judíos, con los que los españoles alcanzaron un gran mestizaje[27]- pero no en condición de igualdad ni como expresión de un relativismo religioso o moral.
Que la finalidad era religiosa, pruébase también por dos actos típicos de la Inquisición: primero, antes de abrir su actuación en alguna ciudad, se publicaba un edicto de gracia concediendo plazo (30 a 40 días) para que voluntariamente se acusaran los herejes de sus delitos contra la fe, recibiendo si lo hacían el perdón e imponiéndoseles sanciones menores. Además, era habitual que el Tribunal expidiera edictos de gracia en cualquier momento de su actuación, cuando se advertía un rebrote de herejía, para evitar a judaizantes y otros herejes sanciones más graves. Luego, antes que de rigor, la Inquisición hacía gala de misericordia.
[1] Inquisicion-espanola: Véase José Antonio Escudero, “Los Reyes Católicos y el establecimiento de la Inquisición”, en Anuario de Estudios Atlánticos, n° 50 (2004), pp. 357-393; Llorca, Historia de la Inquisición en España, cap. III, pp. 61 y ss.
[2] Fernando era rey de Aragón y lo fue hasta su muerte (1479-1516). Isabel era reina de Castilla y León, y lo fue hasta su muerte (1474-1504). Casaron en el año 1469 y desde el fin de la guerra de sucesión castellana (1479) consolidaron la monarquía española: expulsaron a los moros y conquistaron el reino de Granada, conquistaron el reino de Navarra, expandieron el poderío español a suelo italiano (Nápoles), recuperaron el Rosellón y Cerdeña, se establecieron en el norte de áfrica, descubrieron y conquistaron América
[3] En el año 1484 se reinstala la Inquisición en Aragón y más tarde se extiende a América. Será definitivamente suprimida en 1834, muerto ya Fernando VII.
[4] Cecil Royh, A history of the marranos, Philadelphia, 1959, cit. en Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, p. 13.
[5] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 153-155.
[6] Cit. en Juan Manuel Ortí y Lara, La Inquisición (1877), Ed. E. P. C., S. A., Barcelona, 1932, pp. 142-143.
[7] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 222-235. Para el contexto histórico del establecimiento de la Inquisición, véase el resumen de Cristián Rodrigo Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, Vórtice, Buenos Aires, 2011, pp. 144 y ss.
[8] La recepción pacífica de oleadas de conversos se constata en las crónicas, que no registran incidentes entre cristianos viejos y nuevos hasta el s. XIV.
[9] Para la leyenda negra los padecimientos de España se deben a su oscurantismo que tiene su máxima expresión en la Inquisición. Con grave ironía escribió Menéndez y Pelayo: “¿Por qué no había industria en España? Por la Inquisición. ¿Por qué somos holgazanes los españoles? Por la Inquisición. ¿Por qué duermen los españoles la siesta? Por la Inquisición.” Marcelino Menéndez y Pelayo, La ciencia española, ed. 1953, p. 102.
[10] Los conversos fueron principalmente judíos que por las persecuciones religiosas se hicieron cristianos, dudándose de la autenticidad del acto, pues muchos de ellos solicitaron el bautismo para continuar practicando en secreto los ritos judaicos.
[11] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 210-211.
[12] Por ejemplo: 13 de los 14 rabinos que intervinieron en la disputa se convirtieron al catolicismo. Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, p. 150.
[13] Alcanzado un acuerdo entre ambos bandos que trajo la reconciliación política, los rebeldes toledanos pidieron que el papa cancelara las bulas de 1449, lo que se consiguió con otras dos bulas que Nicolás V en 1451. El papa promulgó el mismo día a petición de Juan II una tercera bula, el 20 de noviembre, introduciendo la Inquisición no sólo en Toledo sino en todo el reino de Castilla. La reacción de los conversos fue rápida, pues el 29 de noviembre, el mismo papa promulgará otra bula más(Considerantes ab intimis), reiterando la doctrina tradicional respecto a la igualdad de conversos y cristianos viejos.
[14] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 59-60.
[15] No puede menos que leerse la historia de duplicidad conversa de la familia Arias Dávila. Uno de ellos, Juan, llegó a ser obispo de Segovia, abandonando la sede y refugiándose en Roma luego de manifestarse abiertamente judaizante. Dumont,Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 209-221.
[16] La bula pontifica hace referencia a la aparición de muchos que, “regenerados en Cristo por el sagrado baño del bautismo… y adoptando apariencia de cristianos, no han temido hasta ahora pasar o volver a los ritos y usos de los judíos”.
[17] Los datos están aportados en casi todas las historias de la Inquisición. Véase por caso Cristián Rodrigo Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, Vórtice, Buenos Aires, 2011, pp. 126-27.
[18] Dice el P. Juan de Mariana, Historia de España, libro XXIV, cap. XVII, que “por ver que la causa de la grande libertad de los años pasados, y por andar moros y judíos mezclados con los cristianos en todo género de conversación y trato, muchas cosas andaban en el reino estragadas. Era forzoso, con aquella libertad, que algunos cristianos quedasen inficionados: muchos más, dejada la Religión Cristiana, que de su voluntad abrazaran convertidos del judaísmo, de nuevo apostataban y se tornaban a su antigua superstición”. Las acusaciones más corrientes en los procesos inquisitoriales era precisamente que esos que se llamaban cristianos, no lo eran, porque trabajaban en domingo y descansaban en sábado; no comían la carne de los mataderos de los pueblos, porque ellos la querían matar a su manera; que asistían a las reuniones de las sinagogas y no iban a la Iglesia parroquial, etc.
[19] J. C. Nieto, «L’hérésie des Alumbrados», en Revue d’Histoire et de Philosophie Religieuses, nº 66 (1986), pp. 403-418.
[20] La brujería no alarmó tanto a la Iglesia como la herejía. El concilio de Valence de 1248, que se ocupa de los brujos y de los sacrílegos, no los trata de heréticos y los coloca ante el obispo, que no los
condena, aunque impenitentes, más que a la prisión o a otra pena más ligera. Pero la brujería ofrece muchas formas más o menos graves: la adivinación, la magia, el sortilegio, la alquimia y sobre todo el culto a los demonios y los pactos demoníacos que se realizan en el sabbat. La bula de Alejandro IV en 1264, Quod super nonnullusformula la distinción fundamental entre los sortilegios simples y los sortilegios con “sabor herético”: los primeros permanecen bajo la competencia de las curias diocesanas; pero las prácticas que manifestaban sabor de herejía pasan a la competencia de la Inquisición. Nicolás V resolvió en el año 1451 que los adivinos serían en adelante competencia de la Inquisición, aunque ellos no se dijeran herejes. Los quirománticos, los astrólogos y los simples adivinos fueron desde entonces asimilados a los demoníacos. La bula de Inocencio VIII, de 1484, Summis desiderantesfue el punto de partida de los tratados doctrinales para la investigación y el castigo de los demoníacos. Por otro lado, en la Inquisición española casi no hubo represión de la brujería, porque no la hubo hasta entradas las noticias y libros de Europa; en todo caso, considerada una enfermedad del espíritu, se la trató con indulgencia y predicación. Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 231-232.
[21] Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, pp. 113-114.
[22] Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, p. 239.
[23] Como lo ha pretendido el libro Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV de Benzion Netanyahu (Crítica, Barcelona, 2000, 1269 pp.), en el que afirma que la institución se creó como un instrumento de política racista, que pretendía una «solución genocida»: el exterminio de los conversos. Véase la crítica de José Antonio Escudero, “Netanyahu y los orígenes de la Inquisición española”, en Revista de la Inquisición, n° 7 (1998), pp. 9-46.
[24] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, p. 33.
[25] José Antonio Escudero, “La Inquisición en España”, en Historia 16, nº 48 (1996).
[26] Ver José Fermín Garralda Arizcún, “En torno a las raíces judías de España: España y Sefarad”, en Verbo, n° 299-300 (1991), pp. 1351-1378.
[27] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 151-152.

Javier Olivera Ravasi 
(9.07.15)
Tópicos en torno a la Inquisición española

Javier Olivera Ravasi 
(11.07.15)
La tortura
En el proceso inquisitorial, para obtener la confesión, se apeló a la tortura, pero sobre fundamentos muy diferentes de los del antiguo derecho romano. Desde la segunda mitad del siglo XIII hasta fines del siglo XVIII, la tortura formó parte del procedimiento penal ordinario de la mayor parte de los estados de Europa y también de la Iglesia, sólo en caso de delitos cuyo castigo implicara la muerte o mutilación (ésta, no aceptada por la Iglesia, que expresamente la prohibió, diferencia de las inquisiciones protestantes). Para el canonista Bouix, no es medio intrínsecamente pecaminoso ni injusto[1].
La tortura estaba rodeada de protocolos de precaución: no podía ser desmedida ni causar muerte ni daños permanentes; debía ser del tipo ordinario, ya que se desaprobaban las nuevas torturas; debía hacerse en presencia un médico, y un notario debía elaborar un informe oficial del procedimiento. Aun en tales condiciones las confesiones obtenidas bajo tortura no eran válidas. Tenían que obtenerse igualmente después de aplicada la tortura[2]. La tortura no se aplicaba sino en casos en que la sentencia no fuese ni absolutoria ni condenatoria, es decir, únicamente en aquellos en que persistía la firme duda de herejía[3]. Nunca fue medio probatorio ni tampoco pena.
De más está decir que, frente a acusaciones infundadas, la compulsa de procesos en expedientes y archivos de la Inquisición, permite comprobar que el procedimiento inquisitorial estaba rodeado de garantías a favor del acusado. No me detendré en ellas, pues pueden leerse en los buenos libros.
El tormento ya era utilizado desde antes en los tribunales civiles, y en el de la Inquisición tuvo otra finalidad: al acusado confeso y arrepentido se lo libraba de la muerte, lo que no ocurría en el ámbito civil. En 1252 Inocencio IV autorizó, por primera vez, el uso de la tortura en casos de herejía (bula Ad Extirpanda). Para los inquisidores era una penitencia más que un castigo, servía a otro propósito, penitencial antes que punitivo, asegurar el arrepentimiento. Las torturas no llegaban a mutilar o matar al acusado. Los manuales de los inquisidores precisaban que la tortura no debía ser infligida sino en casos muy graves y cuando las presunciones de culpabilidad eran ya muy serias, requiriendo de una sentencia especial. Al igual que con la pena de muerte, las exageraciones forman parte del mito y no de la historia.
Según Escudero, se aplicaba la tortura cuando el reo entraba en contradicciones o era incongruente con su declaración; cuando reconocía una acción torpe pero negaba su intención herética; y cuando realizaba sólo una confesión parcial. “Los medios utilizados fueron los habituales en otros tribunales, sin acudir nunca a ninguna otra presión psicológica que la derivada del propio miedo al dolor.” Es decir, no fue un medio sistemático para obtener la confesión sino extraordinario para casos en que era dable presumir la mentira[4].
Un historiador clásico de la Inquisición, el norteamericano Charles S. Lea, ya en el siglo XIX reconoce que la tortura del Santo Oficio fue menos cruel que la estatal y menos frecuente, y que también era más restringida y limitada que aquella de que hacían uso los tribunales romanos. Y uno más actual, Kamen, afirma que “no debemos exagerar el significado de la tortura o de la pena de muerte. Salvo algunas excepciones importantes, la tortura se empleaba poco, y las cifras por muertes inquisitoriales han sido consistentemente exageradas.” [5]
Dumont afirma que si la Inquisición española entabló casi 50 mil procesos inquisitoriales, como sostiene el historiador Gustav Henningsen (49.092), usó de la tortura sólo en el 2% de los casos[6].
Las penas
Las sentencias condenatorias daban lugar a que el reo fuera penitenciado, reconciliado o quemado en la hoguera. Los penitenciarios debían abjurar de sus errores. Ante una cruz y con la mano puesta sobre los evangelios, el reo juraba acatar la fe católica. Si la falta había sido leve, aceptaba ya entonces, para el caso de una recaída futura, ser declarado impenitente con las penas oportunas. Si la falta había sido grave, se daba por enterado de que, caso de reincidir en ello, sería declarado relapso con el consiguiente castigo en la hoguera. Pero el arrepentido, es decir, el no pertinaz, era perdonado de su delito (desaparecía el crimen) y sólo se aplicaban penitencias canónicas y obras pías. Lo que prueba que se juzgaba, antes que el delito, la intención. Ante ningún tribunal civil el arrepentimiento era motivo de perdón; sí ante la Inquisición.
Las penas fueron regladas y fijas[7].
1º) El sambenito, o saco bendito, era un hábito penitencial cuyo uso arranca de la Inquisición medieval. Cuando el sambenito era impuesto como pena, era amarillo con la cruz de San Andrés bordada en la espalda y en el pecho. En los primeros tiempos se castigó a llevar el sambenito de por vida, pero luego las sentencias solían equiparar la obligatoriedad de su uso con el tiempo de reclusión o bien, imponían durante un cierto período.
Dentro de las penas menores también estaban las peregrinaciones y las obras pías.
2º) El castigo de los azotes fue muy corriente y tuvo carácter público. Los penitenciados, subidos en asnos y desnudos hasta la cintura, recorrían las calles con una capucha en la cabeza donde constaba su delito, mientras el verdugo iba propinando los azotes con la penca o látigo de cuero. Lo normal era recibir doscientos azotes.
3º) La cárcel fue también una pena muy común, oscilando el tiempo de reclusión entre unos meses (la prisión perpetua se remitía en unos pocos meses y nunca más de tres años)[8]. En los primeros años, fue frecuente el recurso de que cumplieran la reclusión en sus propias casas[9]. Desde mediados del siglo XVI se impuso el sistema de los establecimientos permanentes, conocidos como casas de la penitencia o de la misericordia, donde imperaba una cierta laxitud.
4º) La condena a galeras fue peculiar de la Inquisición española, dejó de emplearse a mediados del siglo XVIII. Para las mujeres, el castigo equivalente fue el trabajo en hospitales y casas de corrección.
5º) La pena de muerte en hoguera se aplicaba solamente al hereje contumaz no arrepentido (pertinaz) y al reincidente en delitos graves (relapso). Mas primero se le ahorcaba y luego era enviado al fuego; son muy raros los casos de condenados quemados vivos. Ha sido uno de los temas más discutidos y por el cual se ha acusado de genocidio a España y la Inquisición.
Recuérdese aquí la opinión de Santo Tomás de Aquino sobre las penas aplicables a los herejes:
“Respondo diciendo que en relación con los heréticos dos cosas deben ser consideradas, una por parte de los mismos heréticos, y otra por parte la Iglesia. Por parte de los mismos heréticos, es pecado por el que merecen no sólo ser separados de la Iglesia mediante la excomunión, sino aún excluidos del mundo por la muerte. Porque es más grave corromper la fe, que es la vida del alma, que falsificar la moneda que es medio de subvenir a la vida temporal. De donde, si los falsos monederos u otros malhechores son justamente castigados a la muerte por los príncipes seculares, con más fuerte razón los heréticos, desde que ellos están convencidos de herejía, pueden ser no solamente excomulgados, sino justamente asesinados.
“En cuanto a la Iglesia, como ella es misericordiosa y busca la conversión de los culpables, ella no condena inmediatamente al herético, pero lo exhorta una primera y una segunda vez, como dice el Apóstol (Tit. 3,10) al arrepentimiento. De manera que si el herético permanece obstinado y si la Iglesia desespera de su conversión, la Iglesia proveerá a la salud de los otros separándolos por medio de la excomunión y el abandono al juicio secular para que éste los extermine del mundo por la muerte.”[10]
Los muertos por la Inquisición
Las extraordinarias cifras que Llorente dio en el siglo XIX (más de 341 mil víctimas: 31.912 personas quemadas, otras 17.659 en efigie o estatua, y 291.450 condenadas a penas graves), han sido corregidas por los historiadores actuales. Por caso, Escudero afirma que, en cuanto al número de víctimas, la Inquisición no llegó probablemente a ejecutar a un 2% de los acusados, esto es unas 600 personas a lo largo de tres siglos[11]. Kamen lo pone de otro modo: 3 personas por año, contando España, Italia y América, muchos menos de los que mandaban a ejecutar los tribunales seculares.
Dumont, cuestiona incluso esta cifra menor: las ejecuciones fueron muy pocas, afirma, y no se ejecutaron científicos, escritores ni humanistas[12].
Más allá de la cifra verdadera, tan difícil de aportar pero jamás tan increíble como la inventada por Llorente, habrá que decir con Joseph de Maistre que si se comparan los muertos en España con los muertos que provocaron las guerras de instalación del protestantismo en Europa, la ventaja a favor de España es inmensa[13]. Efectivamente, compárese con los protestantes:
-Calvino en un solo día, mandó a la hoguera a 500 herejes;
-Calvinismo en Holanda y Suiza: ejecutaron a todos los curas y monjes de 400 iglesias y conventos;
-Enrique VIII de Inglaterra para instalar el anglicanismo mandó matar más de 200.000 católicos;
-María Tudor (Bloody Mary) ejecutó a casi 60.000 personas por brujería;
-Jacobo I de Inglaterra: se le atribuyen en su reinado (1603-1625) unas 500 víctimas al año;
-Anglicanismo: se estima que se condenaros a muerte más de 264.000 personas por diversos delitos, a razón de 800 por año; etc.
La censura
La idea de que la Inquisición fue un aparato de control ideológico tampoco resiste el análisis. La orden de no leer libros prohibidos se acató, pero no se cumplió, como han demostrado varios autores. La Inquisición, en realidad, luego de un primer enfrentamiento con los sectores más ilustrados, fijó su atención en el control de las capas sociales menos instruidas (mujeres, jóvenes, no universitarios)[14].
¿Control ideológico? Es un prejuicio ilustrado. En principio, la censura estaba a cargo, no del Tribunal, sino de los calificadores, teólogos expertos de las universidades de Alcalá y Salamanca[15]. Se olvida que en esos siglos el 90% de la población no sabía leer. Por lo mismo, para la Iglesia el púlpito era un recurso mucho más útil para enmendar los espíritus que la censura. Además, el sistema de licencias ejercido con bastante liberalidad permitió la circulación de las ideas y los libros en mayor medida de lo que suele reconocerse[16]. Finalmente, el extraordinario desarrollo intelectual que en letras y ciencias tuvo la España desde mediados del siglo XV hasta algo más de la mitad del siglo XVII, coincide con el período de mayor actuación de la Inquisición[17]. “Jamás se ha escrito ni más ni mejor en España que durante los dos siglos de oro de la Inquisición”, asienta Menéndez y Pelayo[18].
Digámoslo con Ortí y Lara:
“¡Estrechos los moldes de donde salió la filosofía de Suárez, la ciencia jurídica de Soto, la erudición de Vives, la lengua de Cervantes, el teatro de Calderón, el genio de Herrera y de Murillo!”[19]

Javier Olivera Ravasi
(13.07.15)
VI.- Algunas consideraciones finales
En primer lugar, se comete un error cuando a la Inquisición se la juzga desde un punto de vista político y no religioso, olvidando que ésta es la naturaleza del problema (la herejía) y de la institución (el Tribunal). Por ejemplo, un historiador tan cauto como lo es Kamen afirma: “No estamos considerando los problemas religiosos como tales, sino un problema sociopolítico en el cual la Iglesia jugaba un papel crucial.”[1]
Se pierde de vista, así, la finalidad de la institución, se desvirtúa por lo mismo su sentido[2], tribunal primordialmente religioso y secundariamente político, que apuntaba a la corrección del hereje como fin principal y, derivadamente, a la eliminación de la discordia resultante. La Inquisición española fue, en todo caso, un tribunal mixto, como afirman el P. Azcona y Junco, para entender en cosas de fe y religión[3]. Hay que tener siempre presente el sentido religioso de la Inquisición, que se fundamenta y sostiene en la tradición apostólica de velar y cuidar con ferviente celo el depósito de la fe.
Si dejamos de lado esta cuestión corremos el riesgo del historicismo y por ende del relativismo. Así, cuando Juan Pablo II pidió, en varias ocasiones, perdón por los errores y las culpas de los cristianos, e incluso por los “errores eclesiásticos”[4], juzga desde una perspectiva mundanamente condescendiente la Verdad de la Iglesia –que es sobrenatural, divina-, diluyéndola en actos humanos correspondientes a un tiempo y lugar dados, juzgados históricamente, con la mentalidad de la época que es ajena a la nuestra.
LEYENDA NEGRA: Mentiras de la Historia de la Iglesia 
«Arma cínica de una guerra psicológica»
Iniciada por el Imperio Inglés y continuada por el Iluminismo Masónico que gobierna el Imperio USA. Anglicanos y Masones: principales autores de la Leyenda Negra contra España y la Iglesia Católica

De todos modos, tal como reconoce Maltby, «fueran cuales fuesen los defectos de su gobierno, en la historia no hubo ninguna nación que igualara la preocupación de España por la salvación de las almas de sus nuevos súbditos». Hasta que la corte de Madrid no sufrió la contaminación de masones e «iluminados», no reparó en gastos ni en dificultades para cumplir con los acuerdos con el Papa, que había concedido los derechos de patronato a cambio del deber de evangelización.
Los resultados hablan; gracias al sacrificio y al martirio de generaciones de religiosos mantenidos con holgura por la Corona, en las Américas se creó una Cristiandad que es hoy la más numerosa de la Iglesia católica y que, a pesar de los límites propios de todas las cosas humanas, ha dado vida a una fe «mestiza», encarnada por el encuentro vital de distintas culturas. A diferencia de lo ocurrido en Norteamérica, en Centroamérica y Sudamérica el cristianismo y las culturas precolombinas dieron vida a un hombre y a una sociedad realmente nuevos respecto a la situación precolombina (Leyenda negra/6-pagina 47).
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