«Adiós, España»... El pudridero ideologizado de series
como «Élite» de Netflix causa asombro fuera
En «Élite» ningún personaje parece atesorar virtud alguna...
salvo los dos de religión musulmana,
uno de ellos homosexual
Netflix no ahorró en el lanzamiento de Élite, una producción española sobre un colegio privado para familias adineradas al que llegan tres alumnos de familias humildes. Las tensiones que eso genera son la base de un argumento previsible pero eficaz. Pero el problema no está ahí, sino en el retrato social que los guionistas de la serie han querido transmitir, y la naturaleza ideológica de sus unidireccionales mensajes subyacentes.
Fuera de España, lo que algunos lamentan no es solamente dicha carga de adoctrinamiento, común a la mayor parte de las creaciones audiovisuales españolas de los últimos cuarenta años, sino su nula conexión con esa idiosincrasia nacional cristiana que, pese a verse crecientemente resquebrajada, todavía pervive.
Es el caso del historiador Mario Iannaccone, colaborador en diversos medios italianos y autor de una veintena de libro, quien en La Nuova Bussola Quotidiana expresa de forma muy significativa y expresiva ese pesar:
El conformismo de "Élite": los buenos son solo
los musulmanes y los homosexuales
En tiempos existió España. Tras la llegada de fuerzas populistas y socialistas, esa tierra cristiana se ha convertido en algo distinto en el espacio de pocas décadas. Cierto, no es solo el caso español, el fenómeno es europeo; pero en España, respecto a Alemania, Francia, Inglaterra e Italia, la historia ha pasado más deprisa. En los últimos veinte años el proceso de degradación cultural y religiosa ha sucedido a gran velocidad. Testigo de ello son las series de televisión españolas, que, gracias al impulso de una lengua hablada en gran parte de Suramérica, se difunden cada vez más.
Esas series muestran cómo parecen haber desaparecido sin dejar huella los restos de la España que fue durante siglos, con sus tradiciones, su religiosidad, su estilo de vida, la mentalidad y las creencias religiosas. Obviamente, una serie de televisión no debe confundirse con la realidad, ni representa toda la realidad, pero es en cualquier caso un síntoma, la expresión de un deseo que concierne a una parte de la opinión pública.
El entorno de Élite
Tomemos como ejemplo una serie de 2018, Élite, emitida en muchos países con cierto éxito. El éxito proviene de haber mezclado, en una trama de aire internacional colocable en cualquier país de Occidente, traiciones, pasiones, sangre, sexo y algunas referencias de actualidad como la inmigración y el islam, la homosexualidad y una bisexualidad que se muestra como natural. La historia, si quitamos todas las complicaciones del argumento, es en realidad muy sencilla: los jóvenes Christian, Samuel y Nadia, que provienen de familias que no podrían permitirse pagar la matrícula de una escuela prestigiosa, son aceptados gracias a una beca y se integran en clase.
En la escuela estudian los vástagos de familias ricas. Christian y Nano son hermanos y su familia es una ruina: padre ausente, madre alcoholizada… La cosa no es mejor entre los ricos: entre los compañeros de clase de los tres, hay dos parejas de novios donde las chicas son arribistas y carecen de escrúpulos y los chicos son débiles, histéricos y poco viriles, o bien violentos y capaces de cualquier cosa. También en su caso, como trasfondo, familias adineradas carentes de toda moral privada o social. Los padres de algunos de los chicos son especuladores sin escrúpulos que, por haber construido mal un colegio, causaron su derrumbamiento: símbolo de la vieja escuela y de la vieja sociedad arrumbada.
En el mundo de Élite nos encontramos una España irreconocible que podría ser California u Holanda. La felicidad o la serenidad no existen; solo un arribismo de estilo estadounidense, apariencia, a menudo perversión. Suceden hurtos y traiciones, y al menos la mitad de los chicos y de las chicas descubren ser bisexuales. Los más románticos son dos gay, Omar, que viene de una familia musulmana, y su amigo Samuel. Tienen problemas, porque el padre de Omar querría casarlo y él no quiere. Marina, la chica (el “feminicidio” es inevitable), que finalmente será asesinada, es seropositiva y desencadena los celos que conducirán a que la maten. Su rica familia está llena de secretos inconfesables.
Los únicos "buenos"
El único personaje que se salva a lo largo de los ocho episodios, por su sabiduría, pureza e inteligencia, es Nadia, quien, pese a su nombre ruso, es una joven árabe y musulmana que lleva velo.
En la improbable escuela de Élite, de suelos brillantes y paredes luminosas, hay un poco de “islamofobia”, pero no tanto como para impedir al rico y próspero Guzmán enamorarse de Nadia y de su integridad. El joven está harto de su propio cinismo y del cinismo de su novia, Lu, que querría casarse pero solo por conveniencia. Y ve en la joven musulmana esa regeneración que ya no ve entre sus compañeras “cristianas”.
Como trasfondo, una sociedad donde ya no parece haber parejas heterosexuales normales; donde la única familia feliz es la formada por “dos mamás”; donde el chico más sensible es un atormentado homosexual enamorado del musulmán Omar; donde las chicas más limpias lo menos que tienen es el VIH y son infieles en serie; donde el joven más vital es el que vende las drogas y los profesores son unos corruptos. La historia transcurre en una pequeña ciudad histórica a la que no se da nombre, edificada con piedras antiguas. Pero en ella no se ven iglesias ni nada “étnicamente” español, ni siquiera la comida. Los discursos y la mentalidad de estos españoles parecen globalizados, apátridas, arrancados de sus “raíces”.
Sin raíces
Ese distanciamiento resulta evidente y excesivo, y por tanto ideológico. No se había visto nada igual ni en la serie española, más inteligente y de mayor éxito, La casa de papel. En suma, que, como por lo demás sucede ya en Italia, para que se acepte un producto audiovisual español se abjura totalmente de la propia identidad, más bien se la traiciona. La protagonista, Marina, corrompida pero no del todo, sueña con redimirse huyendo con un traficante de drogas bueno y proletario; sueña esconderse de su familia de ricos empresarios, que con su codicia han provocado el hundimiento de un colegio; pero es asesinada por un chico de su “élite” que la considera una traidora.
En fin, la auténtica heroína es la musulmana Nadia, un punto tradicionalista pero progresista cuando hace falta para proteger a su hermano Omar, víctima por partida triple: como homosexual, como inmigrante y como musulmán.
Una serie no retrata a una sociedad, es cierto: pero desde España llegan cada vez más a menudo producciones televisivas de estas características. ¿Adiós, España?