Cuatro mil niños austriacos acogidos en España
después de la II Guerra Mundial
5-9-2020
Ingrid, Elene y Marta
vivieron con la familia del Generalísimo
1945, había acabado la II Guerra Mundial en la que Europa había llevado la peor parte: muertes, destrucciones, millones de seres desplazados, hambre, carencia de los más elementales servicios, poblaciones enteras arrasadas, era el resultado desolador de la contienda. A este catálogo de horrores se sumaba la dura ocupación de los vencedores en Alemania, Austria y gran parte de Europa. Pero eran los niños los que entre tanta ruina sufrían indefensos, necesitados de todos los apoyos; habían sufrido los bombardeos, muertes, pérdida de familiares. Eran los más necesitados de ayuda.
Inmediatamente, después de terminada la guerra, se produce un movimiento de solidaridad que lideran la Cruz Roja y Cáritas, para ayudar a estos niños, sacarlos de tanto horror y procurarles que pudieran vivir y recuperarse acogidos por familias e instituciones, fuera de aquellos países en los que la contienda había dejado más trágicas huellas. Este movimiento iba a atender a millares de niños franceses, alemanes y austríacos. Y de estos últimos fueron evacuados a otros países 68.000. España en aquellos momentos restañando sus heridas de la Guerra Civil, muestra su solidaridad a tan noble intento y recibe a 4.000 de esos niños. El Generalísimo Franco abrió el camino acogiendo en el Palacio de El Pardo entre los años 1946 y 1949 en que se van, a tres pequeñas austríacas: Ingrid, de once años; su hermana Elene, de nueve, y Marta, de once.
LAS NIÑAS DE LA FAMILIA FRANCO
Los años transcurridos empañan los recuerdos, pero han quedado testimonios como el de doña Victoria Lasso de la Vega, una niña entonces de la misma edad que las austríacas, hija del Teniente de la Guardia Civil don José Lasso de la Vega, regidor del Palacio de El Pardo, que les acompañaba en sus juegos y convivencia. Nos relata ahora su conocimiento de entonces:
«Ingrid, Elene y Marta tuvieron siempre su vida cercana a la familia del Generalísimo durante su estancia en España; se educaban en las teresianas del colegio del Padre Poveda en la calle General Mola entonces, hoy Príncipe de Vergara, número 88, a donde las acompañaba a diario el sargento de la Guardia Civil don Francisco Morales. Hablaron un perfecto español en muy poco tiempo. Yo sabía que comían con frecuencia con la familia del Generalísimo; los domingos a las once de la mañana las niñas austríacas asistían con la familia del Generalísimo a la misa que se celebraba en la capilla del Palacio, y en los veranos les acompañaban en las vacaciones de San Sebastián y el Pazo de Meirás. Los jueves en la pequeña sala de proyecciones de Palacio, se pasaban para el Generalísimo las películas y allí estaban también Ingrid, Elene y Marta, siempre que fueran aptas para ellas», y se ríe en el recuerdo de su compañera de juegos de entonces doña M.ª Victoria, con las que hizo amistad mantenida por carta durante años.
Volvieron a Austria en 1949. Durante mucho tiempo se escribió con sus amiguitas, y por eso supo que Elene había fallecido. Después, el silencio hasta que una mañana, años más tarde (¿cuántos años?), un autobús de turistas centroeuropeos paró frente a la verja del Palacio de El Pardo, y de él bajaron dos jóvenes guías turísticas que se acercaron allí para retomar los recuerdos de los tres años que allí vivieron acogidas por la familia Franco. Eran Ingrid y Marta. Pudieron ver unos minutos solamente, porque llevaban mucha urgencia, a la antigua compañera de sus juegos infantiles doña Victoria Lasso de la Vega.
LOS RECUERDOS DE CARMEN FRANCO
Carmen Franco las recuerda muy bien. Como a niñas de su edad se les habilitaron unas habitaciones, dormitorio y cuartos de estudio y de juegos. Las recuerdo en las comidas que compartieron con nosotros y en sus juegos infantiles escondiéndose tras los tapices de Palacio, y utilizando las bicicletas que yo había usado de niña; también cuando nos acompañaron en los veranos en el Pazo de Meirás. Algún intento de comunicación con ellas no dio resultado. No fue posible encontrar sus datos en el departamento que en Viena recogía la historia de las niñas acogidas en distintos países; «las mujeres austríacas al casarse pierden su apellido familiar y adoptan el de su marido, y ahí se perdió su pista».
«Fue una hermosa historia de solidaridad en la que participaron los españoles que entonces hacían frente con entusiasmo y esfuerzo a las dificultades derivadas de nuestra guerra».
LA INTERVENCIÓN DE AUXILIO SOCIAL
La escritora y periodista Ángeles Villarta, muy celebrada en aquel tiempo, tıguraba en el cuadro dirigente de Auxilio Social, y ahora nos recuerda su participación.
«Fue una operación en la que Auxilio Social tuvo una gran participación. Recibíamos a las expediciones de los niños en la frontera y se les atendía en todas sus necesidades. Se les alimentaba y vestía y luego Cáritas las distribuía entre las familias que habían solicitado la acogida. También nos ocupamos de los niños en tránsito por España camino de Portugal para ser allí acogidos; conocí con este motivo a Madam. Philippe de Gaulle, pariente del General, a la cabeza de la expedición de niños franceses.
En aquel tiempo estábamos aislados diplomáticamente y fue necesario que en la operación apareciera la colaboración del Vaticano y la intervención del Cardenal austríaco Mons. Innitzer y el español Plá y Deniel».
Ángeles Villarta nos recuerda ahora la emoción de entonces ante aquellos niños que mostraban en sus rostros las duras jornadas vividas por ellos durante la guerra y la curiosidad de sus ojos ante aquel mundo distinto que les ofrecía sosiego y paz y les rodeaba ya de atenciones materiales que desconocían.
«Advertíamos en ellos que tenían un agudo sentido de su personalidad y un celoso cuidado de sus bienes, tanto que resultaba harto difícil lograr que abandonaran los macutos, con sus pertenencias, que ese era el mundo familiar, fotografías, juegos, la ropa dispuesta por la madre, y esos objetos inverosímiles que guardan celosamente todos los niños. Traían dispuestos el papel para sus cartas y la misma madre las había encabezado: “Liebe mutter”, y allí describían las cosas que más les impresionaron: el mar con sus barcos, y los plátanos y las naranjas de las primeras comidas.
Y eran enternecedoras las cartas que aquellas madres dirigían a las mujeres españolas que habrían de sustituirlas en algún tiempo en su cariño y sus cuidados; informaban de las características de sus pequeños, explicaban los secretos de su carácter y el mejor modo de tratarlos. En alguna carta, curiosísima —se sonríe Ángeles al recordarlo—, se pedía que no llevaran a sus hijos a los toros, creyendo sin duda que los pequeños españoles se pasaban las tardes de asueto gritando olé a los toreros».
De aquellos niños austríacos acogidos en los hogares españoles tenemos ahora alguna noticia; muchos prolongaron su estancia en España, otros fueron adoptados y otros regresaron adultos acabados sus estudios y se quedaron para siempre en España.