Contra los organismos internacionales,
embrión de gobierno mundial e incubadoras
del poder de los lobbies en la sombra
14 MARZO 2021
Como todos sabemos, existe un grupo de fuerzas, lobbies, secta, como queramos llamarlo, que habitualmente recibe el nombre de mundialismo. Su objetivo no es puramente crear un foro o una estructura para abordar los problemas globales, lo cual es necesario y no habría nada que objetar. Lo que pretenden va mucho más allá: crear un gobierno mundial que despoje a las naciones de lo esencial de su soberanía. No siguiendo un principio de subsidiariedad que conserve el máximo de autonomía y autodecisión, respetando las diferentes identidades y culturas; muy al contrario, se aspira a pasar por encima de ellas y homologar a toda la humanidad, llevar a cabo políticas mundiales de ingeniería social y cultural.
Pero esto último encuentra un obstáculo formidable en las diferencias culturales, raciales, históricas. Entonces deben deconstruirlas, privarlas de lo que es suyo propio e irreductible a un mínimo denominador global; deben también debilitar a las sociedades, corromper su fibra moral y minar su salud, para que no puedan resistir esta agresión.
Ahora mismo está muy lejano este gobierno mundial en sentido propio, es decir un gobierno que pueda imponerse manu militari a unas naciones reducidas a provincias. Esto no llegará mientras existan grandes potencias nucleares autónomas, con un espacio geopolítico continental y regidas por clases dirigentes diferentes. Ningún organismo internacional le va a imponer nada a Estados Unidos, Rusia o China, incluso a la India. Pero podría llegar el día en que la misma secta o grupo, necesariamente oculto, controle estas potencias e impongan este gobierno mundial. Una tiranía sofocante muy difícil de resistir, porque si un territorio se rebela se pueden enviar tropas de otra raza o nación, desde miles de kilómetros de distancia; lo hacía la Unión Soviética y lo ha hecho China.
Por tanto, el mundo multipolar es una condición imprescindible para no caer en esta tiranía. Pero el peligro principal del mundialismo, hoy, no es éste, sino la burocracia de los organismos internacionales y su capacidad de influencia. Hace mucho que se ha sobrepasado ese carácter de simpe foro de discusión internacional. La burocracia global ha empezado a tener personalidad propia; se permite dar directivas y recomendaciones a los gobiernos, perseguir políticas propias y una agenda de ingeniería social, derivada de los grupos de poder y las tendencias ideológicas que se han hecho fuertes en estos organismos, básicamente la ONU y sus agencias.
Incapaz de imponer un poder real sobre las naciones, este entramado de organismos ha crecido de manera desmesurada y tiene un presupuesto a muchos ceros. Ni siquiera es ya, solamente, la expresión directa de la voluntad de las naciones soberanas que participan. Se ha convertido en un auténtico criadero de lobbies, una especie de ambiente oscuro, húmedo y opaco donde los grupos de presión, de alcance mundial y financiados por las manos ocultas que aspiran a ser los auténticos amos del mundo, ejercitan su acción y persiguen sus proyectos de ingeniería social.
Sólo así tiene explicación el carácter fuertemente ideológico de los organismos internacionales y el sesgo de sus políticas. La ONU en primer lugar, pero también nuestra poco entrañable y muy detestable burocracia europea. Su fomento de la inmigración y de la apertura de fronteras; su agenda feminista que, con el pretexto de mejorar la condición de la mujer, efectivamente dura en ciertas partes del mundo, lo que hacen es impulsar su agenda abortista, la destrucción de las familias y el enfrentamiento entre los sexos; impulso de la agenda LGTB con la normalización de lo anormal, imposición de la aberrante ideología de género, inculcada a los niños en edades muy tempranas y que está empezando a hacer un daño enorme.
Esto es lo que hacen los organismos internacionales y contra esto tenemos que luchar desde el nivel del estado-nación, que es el ámbito natural para defender la libertad contra las imposiciones de los lobbies que actúan a nivel internacional. Una nación no puede impedir la financiación de los lobbies globalistas, pero les puede impedir la acción en su territorio. Lo han demostrado por ejemplo Rusia, Polonia y Hungría; impidiendo la acción de los lobbies de la degeneración y parándoles los pies a toda la gentuza de sus ONG y sus varios caballos de Troya, oponiéndose a las imposiciones de la UE y la ONU y bloqueando, por el momento, la acción de esas fuerzas que no salen a la luz del sol, porque no quieren ser vistas como lo que son.
Esta lucha la puede hacer cada país. Idealmente cada vez más países, y a medida que gane posiciones y gobiernos las fuerzas de la salud, patriotas, identitarias y contrarias al globalismo, se puede y se debe reducir drásticamente la financiación de las burocracias internacionales. Porque es imperativo que dejen de ser un criadero de lobbies y vuelvan a ser organismos de discusión y solución de problemas, lo que nunca debieron dejar de ser.
La libertad de las patrias es un tesoro precioso y de ello depende no caer en la peor tiranía que la humanidad haya conocido. Se debe quitarles la tierra bajo los pies a los lobbies del mundialismo, la degeneración y la ingeniería social, en particular se les debe privar de la cobertura que encuentran en los organismos internacionales.
Hay que erradicar y desinfectar, como si fueran antros infestados de ratas y sabandijas, todos los espacios de actuación y proliferación de esas fuerzas ocultas que aspiran al control del mundo y a reducirnos a una masa de esclavos sin identidad, que viven en un eterno presente gris sin pasado ni futuro.
Max Romano nace en Madrid en 1969. Inclinado hacia los estudios científicos termina su formación en Italia, país donde residirá muchos años. Regresa posteriormente a España y compagina la carrera profesional con su actividad de escritor. Tras un largo período de evolución personal y observación atenta de la sociedad que le rodea, comienza a escribir para defender activamente su visión del mundo. Enemigo del fanatismo igualitario, la tiranía de la corrección política, el imperio del mal gusto y la vulgaridad que azotan nuestra era.