España es una unidad de destino en lo universal
Por Carlos Calderón
22-10-2020
Las célebres palabras que titulan este artículo, pronunciadas por el inmolado líder falangista, son la revelación del arquetipo hispano. El infortunio atormenta a los hidalgos cuando desconocen la naturaleza de su esencia. Ocasos visigodos y trasnochos separatistas se incuban en la dispersión de las consciencias ibéricas. Invaluable regalo le otorgó la divina providencia a Fernando de Aragón, al hacerle comprender que nuestra supraconsciencia colectiva sólo puede alcanzar la grandeza cuando se mantiene unida y en orden.
Los hispanos modernos vivimos tan obnubilados por el novelero melodrama de nuestras respectivas patrias que, sin saberlo, hemos renunciado a nuestra posición geopolítica. Por su parte, la élite anglosajona, y los hermanos mayores de Bergoglio, tiene siglos explotando esta debilidad.
En el siglo XXI, una combinación de todas las formas de lucha, financiada por banqueros y que utiliza la potencia estadounidense como fuerza de choque, atenaza el comercio internacional. En Europa, la presencia británica le arrebata a los pueblos mediterráneos el control sobre su Mare Nostrum, para hacerlo sólo le basta mandar en Gibraltar. Lo que los españoles no notan, en especial sus políticos, es que la influencia de Albión les excluye de la hispanidad.
Si ojeamos el atlántico sur, encontraremos múltiples islas inglesas, ubicadas entre la línea ecuatorial y la Antártida, que sirven para proyectar fuerza militar sobre América y África. Los territorios en cuestión son: Ascensión, Santa Elena, Tristán de Acuña, Gough, Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Orcadas del Sur.
En el Caribe, los antiguos nidos de piratas se han transformado en paraísos fiscales que, entre otras cosas y al igual que Gibraltar, sirven para desviar dinerillos de actividades grises. En este caso tenemos naciones que ya sea por su pertenecía a la Commonwealth, por ser territorios dependientes de Inglaterra o por la presencia de la banca, responden a la élite londinense. Aquí podemos encontrar a: Bermuda, Turcas y Caicos, las Islas Vírgenes, Antigua y Barbuda, Dominica, San Vicente y Granadinas, Bahamas, Jamaica, Granada, Guyana y Santa Lucía.
Pero como los bancos no se protegen solos, es necesario tener algunos cañones para repeler envidiosos. En este caso, los estadounidenses, tienen desplegadas tropas a lo largo de todo el continente. La presencia militar gringa, ya sea con bases permanentes o por medio de cooperación, se encuentra en: Guantánamo (Cuba), Puerto Rico, El Salvador, Honduras, Panamá, Colombia, Perú y Paraguay. Adicionalmente, La cuarta flota estadounidense surca los mares desde el Caribe hasta el cono el sur.
Algunos iberos se quejan del tremendo daño que le hace a España el no controlar Gibraltar y recuerdan con nostalgia como Franco les cerró la verja. De igual manera, son muchos los panameños que se sienten incómodos al saber que Estados Unidos tiene el derecho legal de invadir Panamá si sus intereses en el canal se ven amenazados. Lo que ninguno de estos hispanos parece comprender, o al menos no le dan importancia, es que estos extremos son cuellos de botella que permiten controlar el tráfico marítimo internacional y hacen parte de una estructura de restricciones que somete el potencial iberoamericano ( y también el luso-americano) al control de la City.
Ningún jefe de Estado hispano quiere explotar el hecho de que España e Hispanoamérica se expanden por más de 12 millones de kilómetros cuadrados, tienen alrededor de 500 millones de habitantes, el cuarto idioma más hablado del mundo, el 35% del Amazonas, la totalidad de la Patagonia, 2 pasos interoceánicos (El canal de Panamá y el estrecho de Drake), la posibilidad de crear 2 pasos más (El canal de Nicaragua y el canal de Atrato-Chigorodó), la puerta occidental del mediterráneo, un puente hacía la Antártida, reservas petroleras que hacen palidecer a las de los moros; cantidades inimaginables de oro, plata, molibdeno, coltán, manganeso, hierro, sal de roca, caolín, bauxita, plomo, zinc, cobre, níquel, carbón, diamantes y esmeraldas; millones de hectáreas de tierras fértiles que producen todo el año, la posición más barata para lanzar cohetes al espacio (la línea ecuatorial), 2 asientos en el G20, agua dulce ilimitada y cinco mundiales de futbol.
No es de extrañarse que las intrigas británicas pasaran siglos tratando de fracturar la unidad del Imperio Español, las ganancias eran incalculables y como ellos si escuchan lo que dicen nuestros líderes, se pegaron de esa frase de Felipe II -en la que aseguraba que quien fuera dueño de Cuba tenía la llave del Nuevo Mundo- para crear su estrategia geopolítica: fragmentar el Caribe para desconectar a la España europea de la americana. Después de lograr esto, fue muy fácil destruir el imperio y anexarse la explotación de sus antiguos recursos.
Tomando en cuenta la realidad política de hoy, todos los datos anteriores pueden parecer inconexos para el observador desprevenido, pero su peso es algo que saben explotar nuestros enemigos. Aún en pleno siglo XX, líderes hispanos se disputaban con las superpotencias su legítimo derecho a existir. Franco, que era bastante astuto, hizo todo lo que estaba en su poder para construir alianzas con la América hispana, pues sabía del poder geopolítico que representaría. Del otro lado del Atlántico, otros dictadores, como Fidel Castro, Juan Domingo Perón y Jorge Rafael Videla hicieron lo propio. Dejaron de lado ridiculeces de izquierdas y derechas para centrarse en los intereses nacionales desde lo que nos une, esa amalgama genético-cultural conocida como hispanidad.
Para los jóvenes españoles que gozan de los frutos de la reconversión industrial, debe sonar a fantasía la idea de que en siglos anteriores existía un circuito mercantil español que desde Manila cruzaba el Pacífico para llegar al puerto de Acapulco, atravesaba México, arribaba a Veracruz y desde ahí surcaba el Atlántico hasta Sevilla. Dos océanos y tres continentes que conformaban una ruta de progreso económico global.
Franceses, holandeses e ingleses se dedicaron a montar puestos de piratas en las islas del Caribe para asediar la riqueza hispana. En el caso anglosajón fueron tales los beneficios, que economistas como Keynes reconocieron que el despegue de Inglaterra se produjo gracias a los metales preciosos pirateados a la flota española. Pero, después de un tiempo, no bastaba con capturar algunos barquitos, era necesario hacerse con todo el territorio. A través de las logias masónicas del siglo XIX, se financió a españoles medio traidores (O medio héroes, depende de a quien se le pregunte), como Simón Bolivar, para fragmentar el imperio americano en numerosas y desorientadas naciones.
De ahí en adelante la diplomacia británica uso su clásica estrategia de balcanizar hasta el queso; haciendo que estados vecinos se maten entre sí para defender el sagrado derecho del comercio londinense. Como ejemplos podemos citar la guerra de la Triple Alianza, cuando los ingleses utilizaron a la Argentina, Uruguay y Brasil para destruir a Paraguay, o cuando los gringos, como buenos hijos, promovieron el separatismo en territorio colombiano para construirse un canal.
Ya en el siglo XX, con naciones más maduras, algunos líderes intentaron revertir el proceso de muerte intercontinental. A través del Consejo de la Hispanidad, que luego sería el Instituto de Cultura Hispánica, Francisco Franco buscó restablecer tantos contactos como fuera posible con América. Mientras tanto, en el Nuevo Mundo, el argentino Juan Domingo Perón era un hispanista convencido. Él creía que Argentina era coheredera de la espiritualidad hispánica y junto a las otras naciones americanas era parte de la vertiente hispana de la cultura occidental y latina. Además hacía homenajes oficiales para reverenciar a la Madre Patria, debe ser por eso que no se la llevaba tan bien con los ingleses.
En 1946, cuando la ONU, instigada por los estadounidenses, aprueba un bloqueo internacional para matar de hambre a los españoles hasta cargarse el régimen de Franco, Perón acude al rescate de la Madre Patria. El jefe de estado hizo acuerdos con el caudillo para enviar cientos de miles de toneladas de alimentos a España; posteriormente, se exportaron productos industriales a la Argentina. Perón, para pesar de los anglosajones y soviéticos, creía en una tercera posición en la que los intereses de los argentinos no estaban alineados con los de los bandos de la guerra fría, sino con la hispanidad.
Ese comportamiento entre regímenes afines es entendible, ambos tuvieron sus coqueteos con Berlín. Sin embargo, ¡Qué se tengan Abascal e Iglesias!, el cruzado que venció a Stalin en España no tuvo problema en aliarse con Fidel Castro por motivos semejantes a los que tuvo Perón. En 1960, los Estados Unidos imponen su famoso embargo a Cuba, la mayoría de países bajo la influencia gringa le apoyan y dejan de comerciar con la isla… pero España no.
Desde el primer momento Franco hace lo que puede para ganarse a la Habana a costa de Washington. Ya con los años de la hambruna atrás y el incipiente desarrollo industrial que generaría el milagro económico español (base de la actual riqueza material española), Madrid le envió a Cuba comida, autobuses, barcos, material ferroviario y además mantuvo conectada a la isla con Europa a través de Iberia. A los estadounidenses no les gustó el chistecito e intentaron tomar represalias, pero el hábil Franco usó las negociaciones de las bases del Tio Sam en España para que se hicieran los desentendidos. No sólo eso, después de que los rebeldes anticastristas atacaron barcos españoles, Franco hizo que fuera la misma flota gringa quien protegiera a los navíos ibéricos que iban a Cuba.
El comunismo podía ser un enemigo, pero los cubanos no representaban una amenaza para España. Además, eran hermanos hispanos que otorgaban la maravillosa ventaja táctica de estar a unos 150 kilómetros de Estados Unidos y ser la puerta del Caribe. La hispanidad era más importante que las luchas entre el capital y el proletariado.
Aunque en público los estadounidenses dejaron pasar las constantes afrentas de Franco y otros líderes hispanos, tras bambalinas trabajaron rápidamente para desmantelar los procesos de integración entre los extremos atlánticos. Aparte de fomentar la falsa dicotomía entre capitalismo y comunismo, en los 70 quisieron hacerse con el atlántico sur. Gracias a la OTAN el eje anglosajón controlaba -y controla- con mano de hierro a Europa, pero los hispanos y los lusos (Es decir, los iberos) representaban una amenaza creciente en el flanco sur. Así que usando la excusa de que los soviéticos se iban a comer el universo, se intentó crear la OTAS, Organización del Tratado Atlántico Sur (Poco original).
Inicialmente se pretendía formar la alianza con Brasil, Argentina y Sudáfrica, para después ir incluyendo estados satélites en el África occidental y en Sur América. Los hispanos, miopes por deporte, veían potencial en esa alianza, pero, afortunadamente, los brasileros sabían que serían sometidos a la voluntad de Washington, lo cual golpearía los intereses cariocas en Angola y Mozambique. Al final, convencieron a los argentinos de que no la fueran a embarrar.
Mientras la década de los 70 corría, los argentinos y cubanos se ayudaban mutuamente. Los australes, ahora bajo el mando del dictador Videla, ayudaron a los caribeños a ingresar en el Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud y, a su vez, los comunistas ayudaron a los católicos a entrar en el Consejo Económico y Social de la ONU. A pesar del trabajo de algunos dictadores, nunca se logró que las naciones hispanas actuaran en bloque para constituir un anatema a la Commonwealth. Organizaciones posteriores, como Mercosur, Alba, el Grupo de Lima y semejantes, nunca han pensado en unir a la hispanidad, sino en enemistar a los de izquierda contra los de derecha y viceversa.
El momento histórico que pudo servir como la cristalización de las décadas anteriores fue la Guerra de las Malvinas. Ingleses y argentinos se enfrenaron por el dominio de unas islas claves para el control del atlántico sur, pues permiten proyectar fuerza sobre Sur América (Por ejemplo en la Patagonia), sobre la conexión marítima entre América y África y sobre la Antártida (que en el futuro será una pieza fundamental del dominio mundial y la exploración espacial). Estados Unidos era aliado de ambas naciones y creador del tratado TIAR, hecho en 1947 y en el que los gringos se comprometían a defender cualquier nación americana si era atacada por una potencia extranjera. Como era de esperarse, los norteamericanos mandaron al carajo su palabra y se pusieron del lado de los ingleses.
Los hispanos hicieron lo propio. Perú y Venezuela dieron aportes militares a los argentinos; Cuba, Nicaragua y República Dominicana ofrecieron suministros que no lograron ser aprovechados por Galtieri. Uruguay y Panamá se movieron diplomáticamente a favor de Argentina y la mayoría de las naciones hispanas restantes actuaron en consecuencia… pero, era 1982. Franco ya iba a completar 7 años de muerto y España estaba en su transición a la democracia. Por este motivo, España se abstuvo de manifestarse con respecto a la guerra en el cono sur. Margaret Thatcher tenía miedo de que Madrid atacara Gibraltar y ordenó reforzar el Peñón, pero la agresión nunca llegó. España pretendió que la oportunidad histórica de patear el tablero no era con ella y miró para otro lado. Incluso se abstuvo de apoyar a Argentina en la ONU. Ese mismo año, en medio de la guerra, España entró en la OTAN. Además, desde el 86 está cediendo todo lo que Bruselas le pida para poder ser una nación de segunda en la Unión Europea.
En América, la miopía chilena hizo que apoyara a los británicos. Problemas territoriales con los argentinos les hicieron darle la espalda a sus hermanos y proveer información de inteligencia a los ingleses. Por su parte, Colombia, que es inexplicablemente servil a los intereses estadounidenses, también se puso del lado anglosajón. El siglo XX terminó sin que se pudiera concretar la unión política que en los años 40 soñaba el Consejo de la Hispanidad.
Ya han pasado 20 años del siglo XXI y las naciones hispanas siguen prisioneras de un escenario calcado de la guerra fría. Nos ponemos del lado de Washington o Moscú -ahora también Pekín- dependiendo del color del partido que esté a cargo. Estamos dispuestos a irnos a la guerra contra nuestros hermanos para apoyar los intereses de los anglos o los cosacos.
Si Colombia y Venezuela fuéramos países serios, hace rato le hubiéramos dicho a los rusos y gringos que recojan sus armas y peleen su guerra entre ellos. Si México estuviera consciente de su posición geográfica, no le bajaría la cabeza a los estadounidenses y junto a Cuba, y demás naciones hispano-caribeñas, estaría explotando las reservas petroleras del Golfo de México. Si Argentina y Chile dejaran de comportarse como bebés podrían conformar un bloque binacional para defender la Patagonia y la Antártida de los anglosajones e Israel.
Y… si España recuperara un poquito de su dignidad, dejaría de estarle mendigando limosnas a la Unión Europea y sirviendo de carne de cañón para la OTAN. España es la cabeza de la hispanidad, podría estar liderando una confederación de naciones hermanas tan potente que ningún país se atrevería a hablarle duro. Los recursos naturales y ventajas geopolíticas de los territorios hispanos son tan grandes que España, con la genética adecuada a cargo, podría conjurar la nueva invasión islámica a la península, recordarle a Erdogan el Lepanto, neutralizar el expansionismo estadounidense y ruso, frustrarle los sueños maoístas a Xi Jinping y salvar Europa del plan Kalergi.
Algunos creerán que exagero con el potencial que le adjudico a los territorios hispanos, pero en los últimos días, por motivo del 12 de octubre, AMLO y Maduro le exigieron perdón a al rey Felipe VI; a lo largo de España se vandalizaron estatuas referentes a la época imperial, en Ibagué grafitearon y quemaron el monumento del fundador de la ciudad y un larguísimo etc. En ambos lados del atlántico, desde las esferas del poder, se ataca con sevicia el legado histórico de España. Han pasado 2 siglos desde el colapso del imperio en la mayoría del continente y aún así el marxismo cultural, financiando por banqueros medio orientales, no desiste de su propósito de acabar con cualquier cosa que refleje la existencia de la hispanidad.
Este ataque no para porque son conscientes del toro que se les viene encima si no logran neutralizar el renacer hispano. No paran, porque a pesar de 200 años de leyenda negra, un diputado uruguayo se declara un hispano orgulloso, medios como TLV1 en la Argentina, aman sin reservas a la madre patria; la Columna Christus Rex sigue avanzando en las universidades públicas colombianas; los estadounidenses son cada vez más abiertos al legado español en su territorio y ciudadanos anónimos reparan los daños causados por sus hermanos enceguecidos con el odio.
Los más arios lectores de estas líneas rechazarán la idea. Sin embargo, lo crean o no, hay más hispanos blancos en América que en España. No se notan tanto porque están regados en 19 países que ocupan 11.5 millones de kilómetros cuadrados y en todas las naciones que habitan son minoría. Sin embargo, su cifra está entre los 80 y los 100 millones. Además, existimos más de 200 millones de mestizos que, nuevamente, lo crean o no, también descendemos de españoles y como en las guerras de independencia muchos pelearíamos hasta la muerte para impedir que España desaparezca.
España es una nación blanca y tiene que seguirlo siendo, pero su legado en América no se forjó exterminando a los nativos para repoblar los territorios con su propia gente (Como hicieran ingleses, incas o aztecas). España logró que ese gigantesco continente se pusiera a la altura de las naciones más desarrolladas de la tierra, tomó pueblos en inferioridad tecnológica y los llevó a la modernidad de su época. Hubo cosas que se pudieron hacer mejor, como evitar el mestizaje, pero eso ya está hecho, debemos mirar hacía adelante.
Un liderazgo identitario auténtico debe luchar por un estado austero en el que España vuelva a emitir su propia moneda, use sus fuerzas militares para defender sus fronteras, promueva la natalidad de los nativos (Es decir los blancos), proteja su cultura y unifique a las naciones hispanas en una mancomunidad independiente de los centros de gravedad política de la actualidad.
A García Lorca se le atribuye haber dicho que: “El español que no conoce América, no sabe lo que es España”. Lo mismo se puede decir de los hispanoamericanos. Estamos tan sobrecargados de realidad que por poco olvidamos que el amor no engendra cobardes, nuestra naturaleza es el perseguir quimeras. Si recuperamos la cordura, aunque sea brevemente, moriremos como aquel Quijano. Prefiero seguir al Quijote y construir, en plena era espacial, otra realidad imposible a lo largo de las estrellas… esa que nunca ha dejado de llamarse España.
Colombiano, mestizo, comerciante, hispano errante y fiel súbdito de Isabel la Católica en América. En sus recorridos por los Andes descubrió que la historia patria contada en la escuela es en verdad una leyenda negra contra sus propios ancestros.