La Gaceta de InterEconomía
ASEDIO AL ALCÁZAR DE TOLEDO
Dos meses de resistencia que asombraron al mundo
JUAN E. PFLÜGER
(15/11/12)
1.028 nacionales contuvieron el asalto de 5.500 rojos
que contaban con apoyo aéreo, artillería y cañones
Las fuerzas republicanas intentaron volar el edificio con minas subterráneas
sabiendo que dentro había mujeres y niños
El 18 de julio de 1936 la radio había difundido la noticia del alzamiento de las tropas en Melilla contra la deriva revolucionaria del Gobierno. Toledo, ciudad militar por la existencia de la academia y las escuelas centrales de equitación y gimnasia, tenía como comandante a José Moscardó. No había conspirado en la preparación del golpe, pero no lo dudó e intentó hacerse con la ciudad para la causa de los alzados. Fracasó en su intento y no le quedó otra opción que hacerse fuerte con los más fieles dentro del Alcázar, que presidía la cota más alta de la ciudad.
Allí, junto a 800 guardias civiles, 9 cadetes de la academia y 108 civiles, muchos de ellos acompañados de sus esposas e hijos –en el edificio había alrededor de 500 mujeres y 50 niños–, se fortificaron a la espera de que las columnas de África tomasen la ciudad.
El 21 de julio todos los defensores estaban ya en el interior y al día siguiente recibieron la primera de las amenazas para que procedieran a su rendición. No pasó mucho tiempo y el 23 de julio amenazaron al líder de los defensores con fusilar a su hijo si no liberaba el Alcázar. Se negó y el joven fue fusilado.
Durante las primeras semanas, los atacantes lanzaron artillería y disparos de fusiles contra el edificio. El 9 de septiembre se entrevistaron los comandantes Vicente Rojo y José Moscardó.
Dinamitaron el edificio con mujeres y niños
Eran viejos amigos y compañeros de armas. El primero, en representación del Gobierno republicano, propuso la rendición de los sublevados. El rechazo de Moscardó supuso un endurecimiento de los combates. Los efectivos que rodearon el Alcázar aumentaron hasta casi 6.000 combatientes, de los 3.000 iniciales.
Moscardó hizo dos peticiones a Rojo: en primer lugar, que permitiera entrar a un sacerdote que bautizara a los dos niños nacidos en el interior del Alcázar y confesase a los sitiados; en segundo lugar, que protegiera a su esposa y a sus hijas, que se encontraban en Madrid. Rojo cumplió las dos peticiones.
El 18 de septiembre, tras el fracaso de las tropas sitiadoras, los republicanos colocaron varias minas para dinamitar el edificio. Destruyeron sus torres, pero no consiguieron ocuparlo. Nueve días después era liberado. Las tropas de Franco se desviaron de su ruta hacia Madrid para socorrer al Alcázar. Y eso tal vez prolongó la Guerra, pero fue un golpe de efecto que elevó la moral del bando sublevado.
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