InfoCatólica-Luis F.Pérez Bustamante (6/5/2013):
Hace unos días Javier Paredes tuvo el detalle de regalarme el libro “Madre de Dios y Madre nuestra” (Santiago Lanus, Ed. San Román) . El mismo se presentará en España el próximo 13 de mayo, a las ocho de la tarde, en el Gran Hotel Velázquez (C/Velázquez 62, Madrid).
La obra trata sobre las apariciones marianas en Amsterdam, Fátima y Garabandal. Las dos primeras han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia. Pero muchos fieles creen que lo ocurrido en Cantabria a principios de la década de los 60 del siglo pasado tiene todas las características de una intervención de la Madre del Señor en nuestro mundo.
No en vano, las apariciones de la Virgen María vienen a cumplir en nuestra era el papel señalado por la Escritura para la profecía: “Y tenernos aún algo más firme, a saber: la palabra profética, a la cual muy bien hacéis en atender, como a lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones” (2ª Ped 1,19). A lo largo de la Biblia vemos intervenciones ordenadas por Dios para dar un mensaje a su pueblo.En el Antiguo Testamento fueron obra sobre todo de ángeles. En los dos últimos siglos, el Señor ha enviado a su Madre a advertirnos de la necesidad de conversión. De hecho, todas las apariciones tienen en común que encajan como guante en mano con la Revelación. De lo contrario, se les debería aplicar aquello que San Pablo nos advirtió: “Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8).
Dado que todavía no me ha dado tiempo para leerme el libro entero, me centraré en el prólogo redactado por Javier Paredes. Catedrático de Historia contemporánea, tiene una ventaja sobre gran parte de sus compañeros de profesión: es consciente de que Dios interviene en las vidas de los hombres y de las naciones. Es más, sabe que la Historia tendrá un fin, el día en que Cristo regrese en gloria y poder para juzgar a todos los hombres. Esa perspectiva le ayuda a ver los acontecimientos de los últimos tiempos con una dosis de providencialismo ausente en muchos otros.
Lo primero que cabría preguntarse es por qué nos llega desde el cielo, en este tiempo, la voz amorosa y admonitoria de la Madre del Señor. En mi opinión, desde la Revolución francesa la Iglesia se enfrenta al más peligroso de los enemigos de su historia, solo equiparable al que representó la herejía arriana. Me refiero al modernismo.
Paredes explica muy bien lo que es:
“…consiste en edificar la Iglesia utilizando como cimiento el pecado contra el Espíritu Santo, al introducir el concepto de autonomía del hombre en el ámbito religioso. La proclamación de la autonomía del hombre, reivindicada como un derecho fundamental, exigía necesariamente la negación de la concepción del hombre como criatura, dependiente del Creador".
Y “… La concepción del hombre como un ser autónomo que puede darse a sí mismo sus propias leyes fue la idea nutricia de la ideología liberal progresista, negándole así toda posibilidad de trascendencia".
¿En qué sentido el modernismo se constituye en un enemigo formidable de la Iglesia? Por una parte, a nivel mundano, plantea una oposición que nace no de una espiritualidad equivocada sino de sacar la trascendencia del ámbito de la acción humana. Se sustituye lo divino por la razón humana, que pasa de ser iluminada por lo alto a rechazar cualquier intromisión sobrenatural. El catolicismo asume que fe y razón no solo no son incompatibles sino compañeras de viaje. A diferencia de Lutero, que consideraba que la razón era la “grandísima puta del diablo“, la Iglesia sostiene que “la fe trata de comprender” (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, proemium) y “…la gracia de la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado” (CIC 158). Como bien dijo el Concilio Vaticano I:
“A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero” (CVI: DS 3017).
Pero aún más grave es el ataque que el modernismo ha lanzado contra la Iglesia desde dentro de la misma. El profesor Paredes lo explica muy bien:
Las distintas tendencias modernistas se pueden definir como un nuevo intento gnóstico que trata de sustituir los fundamentos doctrinales sobre los que su Fundador había edificado la Iglesia, en un afán de desplazar la fe y la Revelación como fundamento del hecho religioso y colocar en su lugar los criterios del racionalismo y de la ciencia positivista. En suma, el modernismo subordina la fe a lo que los modernistas denominan “formulaciones de los tiempos modernos”, que por ser opuestas a la fe acaban modificando el depósito entregado por Jesucristo.
Efectivamente, una cosa es adecuar el mensaje del evangelio a los “tiempos modernos” y otra muy distinta tomar como referencia los “tiempos modernos” como excusa para degenerar la Revelación que “una vez para siempre, ha sido dad a los santos” (Jud 3).
Hasta la llegada del modernismo al seno de la Iglesia, el martirio había llegado de dos maneras. Leemos en el prólogo de Paredes:
En el primer modelo, los perseguidores ignoran que es la gracia santificante lo que vivifica a la Iglesia y no el número mayor o menor de cristianos. En consecuencia piensan que eliminando al mayor número posible de cristianos conseguirán acabar con la Iglesia. Pero su error de inicio explica que obtengan un resultado contrario al de sus objetivos, pues como ya puso de manifiesto Tertuliano (160-225) “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.
Y: El segundo tipo de martirio apareció durante la Revolución Francesa. En esta ocasión los perseguidores, algunos de ellos sacerdotes y obispos (que, aunque renegados, son sacerdotes in aeternum), conocen perfectamente que el catolicismo es una religión sacramental y que es a través de los sacramentos por donde circula la gracia que produce la santidad. El historiador francés Jean de Viguerie, en un excelente libro que se titula Cristianismo y Revolución, ha puesto de manifiesto cómo las medidas revolucionarias tenían como objetivo apartar a los fieles de los sacramentos.
Sin embargo, hoy asistimos a lo que yo llamaría el martirio por la verdad y Javier Paredes califica como martirio de la coherencia:
El tercer tipo es el martirio de la coherencia. Ahora a los perseguidores ya no les importa tanto si vas o dejas de ir a misa. Es más, si la parroquia en la que se celebra tiene algunos pedruscos de hace unos cuantos siglos, el sistema político puede que hasta financie el mantenimiento o la limpieza del templo. Por lo tanto, en nuestro juicio particular, a los cristianos del siglo XXI no se nos preguntará sólo si hemos asistido a misa los domingos y fiestas de guardar, sino que además se nos pedirá cuentas también y especialmente de qué hicimos con esta sociedad desacralizada.
Aunque los cristianos siguen siendo martirizados violentamente en países donde existe otra religión mayoritaria -mayormente el Islam- y un régimen político dictatorial -mayormente el comunismo-, en Occidente se da ya el martirio por la verdad. Así vemos que son cada vez más las noticias de cristianos que tienen problemas legales por ser coherentes con su conciencia y oponerse a leyes y normas inicuas.
Pero también existe otra especie de persecución o desprecio interno. Me refiero al que sufren aquellos que osan plantar cara al modernismo eclesial, que buscan hacer una apologética “ad intra” que libere a la Iglesia de esa hidra cancerígena de varias cabezas que representa el liberalismo teológico. Quien hace eso es tildado de fundamentalista, inquisitorial, profeta de calamidades, preconciliar y otros epítetos similares.
Cuando se alude a la secularización interna de la Iglesia, se suele evitar señalar que la misma no se puede combatir con buenas palabras sino con una decidida acción pastoral encaminada a devolver a los fieles aquello que les han robado los modernistas y sus hijos: el ethos católico.
María, como Madre preocupada por la salud espiritual de los hijos que Cristo le encomendó en la Cruz, ha sido nuevamente sensible a la voz de Dios y se nos ha manifestado para recordarnos las grandes verdades de la espiritualidad cristiana: oración, conversión, fidelidad a Cristo.
La Virgen es considerada tradicionalmente como la Destructora de todas las herejías. No hay peor herejía que la que está llevando a Occidente a la gran apostasía. Es necesario que volvamos nuestra mirada a Ella. Hoy, como en las bodas de Caná, sigue diciéndonos: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). La Madre nos lleva al Hijo y el Hijo al Padre. Escuchemos su palabra. Si este libro nos ayuda a ello, habrá conseguido un gran bien.
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