1936/1939-Cancerbero (5/5/2013): El socialismo siempre ha querido arrogarse una superioridad moral que no ha sido nada ejemplar.
Imperdible artículo del semanario ALBA. Bajo la pluma de Fernando Paz, esta publicación arroja luces sobre un pasado nada ejemplar del PSOE, un partido que siempre ha ambicionado el poder a cualquier precio, aunque fuese a costa de infundios, rebeliones, revueltas y hasta asesinatos perfectamente preparados y perpetrados.
La historia del PSOE es la de una fuerza política cuyo empeño ha sido asaltar el poder cuando estaba fuera de él, y el de conservarlo a toda costa una vez obtenido. Para ello, en uno y otro caso, ha empleado todos los medios a su alcance desde que, en 1905, consiguiera los primeros concejales.
Tardaría aún cinco años -sería en 1910- en obtener el primer diputado. Se ha hecho célebre la intervención con la que debutó dicho representante del pueblo -Pablo Iglesias, fundador del partido-, dirigiéndose a Antonio Maura, presidente del Gobierno hasta el mes de octubre anterior:
“Los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que su señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”.Y continuó haciendo toda una declaración de principios: “Estaremos en la legalidad mientras la legalidad nos permita adquirir lo que necesitamos; fuera de la legalidad cuando ella no nos permita realizar nuestras aspiraciones"…
“Los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que su señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”.Y continuó haciendo toda una declaración de principios: “Estaremos en la legalidad mientras la legalidad nos permita adquirir lo que necesitamos; fuera de la legalidad cuando ella no nos permita realizar nuestras aspiraciones"…
Pues ¿cuál era la culpa de Antonio Maura, que le hacía ser merecedor de una amenaza así ante el país entero? Maura, presidente del Gobierno, había reprimido la sublevación conocida como la Semana Trágica, acaecida en el verano de 1909. Se trató de un levantamiento que, en Barcelona, habían protagonizado las fuerzas de izquierda contra la decisión del Gobierno de enviar tropas de reservistas a sofocar la revuelta en Marruecos. En las calles de la Ciudad Condal se quemaron unos ochenta edificios religiosos y se causaron 78 muertos, incluyendo algún sacerdote; los cementerios fueron saqueados, los templos profanados y se exhumaron momias, que fueron objeto de mofas; las monjas fueron escarnecidas, vejadas y humilladas.
Atentado con arma
Maura, en su calidad de presidente del Consejo de Ministros, había mandado que se implantara el orden en la ciudad. La represión, que la propaganda de la izquierda ha pretendido sangrienta, en realidad se saldó con cinco fusilamientos. Pero la izquierda generó una campaña que no cesó hasta forzar la dimisión de Maura.
Que la amenaza del líder del PSOE a Maura no era un mero exceso verbal resulta obvio por cuanto la izquierda ya había asesinado a un presidente de Gobierno, Cánovas del Castillo, estaba en vísperas de asesinar a otro, Canalejas, y aún tendría ocasión de liquidar a un tercero de entre los políticos de la Restauración, Eduardo Dato.
El propio Maura, apenas quince días después de las públicas amenazas de Pablo Iglesias, sufriría un atentado con arma de fuego a manos de un joven socialista, Manuel Posa, que casi le cuesta la vida. Por cierto, era el segundo.
El propio Maura, apenas quince días después de las públicas amenazas de Pablo Iglesias, sufriría un atentado con arma de fuego a manos de un joven socialista, Manuel Posa, que casi le cuesta la vida. Por cierto, era el segundo.
El PSOE, sabedor de que el Gobierno prefería que los trabajadores se encuadrasen bajo la disciplina de la UGT antes que a la sombra de la díscola y violenta CNT, actuaba con una cierta impunidad. Cuando se produjo la rebelión de 1917, las sanciones más terribles que el Gobierno impuso fueron invalidadas al haber sido elegidos concejales los miembros socialistas del Comité de Huelga culpables de la revuelta.
La rebelión produjo casi un centenar de muertos, pero los socialistas consideraron que aquel era el camino correcto: el XIII Congreso de la UGT que se celebraría al año siguiente aprobó un Programa Máximo consagrando aquellos métodos de actuación.
Sin embargo, cuando llegara la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, el PSOE no tendría empacho alguno en colaborar con el general. El líder de la UGT, Largo Caballero, aceptó un cargo como consejero
de Estado; los socialistas se negaron a secundar la huelga de los cenetistas y comunistas, que pretendían sabotear el Directorio de Primo de Rivera. Este se reunió con el líder ugetista Manuel Llaneza, lo que en el XII Congreso del PSOE fue valorado muy positivamente.
La UGT y el PSOE consiguieron, mediante la colaboración con la Dictadura, suplantar a la que, hasta entonces, había sido la primera organización proletaria, ahora proscrita y perseguida, la CNT. La llegada de la II República fue posible gracias, en buena medida, al PSOE. La conjunción de fuerzas de izquierda que se presentó a las elecciones de 1931 fue el resultado del Pacto de San Sebastián. Era aquel un acuerdo de las distintas fuerzas de izquierda al que se sumaron los socialistas en el verano de 1930, y que promovió un golpe de Estado en el mes de diciembre de ese año. Dos oficiales del Ejército, Fermín Galán y García Hernández, se sublevaron contra el régimen legalmente establecido, pero fracasaron; la II República y el PSOE, sin embargo, considerarían a aquellos golpistas como “mártires” con carácter oficial.
Las mentiras de‘El Socialista’
Al proclamarse el nuevo régimen del 14 de abril, socialistas y republicanos protagonizaron la quema de conventos -ritual que se había convertido en parte inexcusable de la liturgia revolucionaria- que tuvo lugar antes de que transcurriera un mes de la proclamación del nuevo régimen. El diario del PSOE, El Socialista, con fecha 15 de mayo de 1931 justificaba la violencia contra los templos, pues “los religiosos disparaban contra los obreros (…) las violencias del pueblo (…) han respondido siempre al fuego que se les dirigía desde el interior de las fortalezas conventuales (…) había arsenales y polvorines, había fusiles, bombas de mano y ametralladoras”.
El PSOE sostuvo al Gobierno republicano -y fue parte de él- entre 1931 y 1933. El XIII Congreso del PSOE había proclamado el fin de la colaboración con las formaciones burguesas, reivindicando el carácter marxista del partido: “Estabilizada la República, el Partido Socialista se consagrará a una acción netamente anticapitalista… y encaminará los esfuerzos a la conquista plena del poder para realizar el socialismo”.
A ese fin, el PSOE diseñó una estrategia de asalto al poder justificándolo como una reacción antifascista, aunque Largo Caballero había declarado en la OIT que “en España, afortunadamente, no existe peligro de fascismo”. El socialismo, ya resultaba evidente, esgrimía el pretendido carácter fascista de la derecha española como espantajo justificativo de su propia violencia.
En Madrid, las escuadras socialistas celebraban mítines por toda la ciudad. Eran conocidos como “los chíbiris” -por una populachera canción que entonaban en sus excursiones- y se adueñaban de las calles sin que nadie les plantase cara, mientras desfilaban uniformados. Recibían entrenamiento paramilitar de parte de mandos policiales y militares afectos a la causa revolucionaria.
Ahogados en sangre
Cuando nació la Falange, el PSOE trató de ahogar en sangre a la naciente organización. Los falangistas soportaron once muertos antes de dar una represalia mortal, pero el PSOE no cesó en su estrategia de provocación criminal hasta que consiguió su objetivo.
Sobre ese antifascismo pretendía levantar la legitimidad de su poder. Sin duda, se trata de un factor importante en la escalada hacia la Guerra Civil, cada vez más abiertamente deseada por el PSOE. La entrada de la CEDA en el Gobierno -que había ganado limpiamente las elecciones- fue la excusa para que toda la izquierda española, encabezada por el PSOE, se sublevase contra el Gobierno legítimo de
la República en octubre de 1934. El coste humano de la Revolución de Asturias no ha sido establecido, pero se estima en varios miles de muertos. Los sucesos incluyeron la ya conocida quema de templos, asesinatos de sacerdotes -unos 35- y una vasta destrucción del patrimonio cultural.
A partir de ese momento, el PSOE no hizo ningún secreto de su propósito. Aplastó a quienes en su seno deseaban una evolución más moderada y se lanzó de llenó a la sovietización del partido.Mucho antes de que llegaran las elecciones de febrero de 1936, Largo había comenzado a hablar de “conquistar el poder” y de “dictadura del proletariado”, declarando en Renovación, unos días antes del octubre asturiano, que “el socialismo tendrá que llegar a la máxima violencia para desplazar al capitalismo”: hacía tiempo que el PSOE, embrujado por el maximalismo bolchevique, ya no disimulaba que la democracia
carecía de todo significado para ellos. Por eso, en vísperas de las elecciones del Frente Popular, proclamaba: “Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo” (El Socialista, 9 de febrero de 1936).
La penetración del PSOE en los aparatos del Estado fue lo que propició el asesinato de Calvo Sotelo, que sirvió de detonante para la Guerra Civil. Tratar de interpretar aquel crimen como un hecho aislado -o reactivo del asesinato de un policía- supone ignorar que no fue sino la culminación de más de medio siglo de violencia. El propio Largo Caballero había anunciado en vísperas de las elecciones:
“Si las derechas ganan las elecciones, iremos a la guerra civil”.
Era la enésima vez que amenazaban con lo mismo. Finalmente, como Salvador de Madariaga admitió, el PSOE tuvo la guerra civil que tanto había hecho por provocar.
“Si las derechas ganan las elecciones, iremos a la guerra civil”.
Era la enésima vez que amenazaban con lo mismo. Finalmente, como Salvador de Madariaga admitió, el PSOE tuvo la guerra civil que tanto había hecho por provocar.