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domingo, 19 de julio de 2020

Padecemos un Nuevo Orden Mundial invasor que pelea por un estado global y por una religión y un código de valores extraños a la humanidad

Contra la más odiosa de todas las indiferencias: 
el descreimiento social
Jesús Aguilar Marina
11 julio 2020

Padecemos un Nuevo Orden Mundial invasor que pelea por un estado global y por una religión y un código de valores extraños a la humanidad. Un Sistema que odia las facultades más elevadas y que lleva décadas tratando de esfumarlas atropellando el sentido de la verdad, de la justicia y de la belleza, para borrar con ello la totalidad del hombre libre, forjado con esfuerzo, dignidad, imaginación e inteligencia.

Sin orden ni medida están tomando nuestros campos, nuestros cuerpos y nuestras almas, pillando y disipando todo lo loable por donde pasan, sin ahorrar ni pobre ni rico, ni lugar sagrado ni profano. Recogen las nueces, vendimian las viñas, y se apoderan de todo lo fructuoso. Lo que hacen y traman es un desorden incomparable, y no encuentran a nadie que se les resista, sino que todos parecen entregarse a su merced.

No veremos la luz mientras no nos libremos de su impostada moral, de su falsa cultura, de su frágil -por contradictoria y antinatural- doctrina pervertida y pervertidora. La tierra, hoy, no lleva gentes peores que estos líderes mundialistas y sus sicarios frentepopulistas, capaces de ejercer la maldad de forma natural, que ven en la verdad una amenaza y convierten la ciencia en un peligro público.

Hemos de publicar a todo el mundo los enormes abusos que forjan en sus covachas de Alí Babá, con sus manos y amaños. Publicar que a estos poderes fácticos de la política trasnacional, sirviéndose de sus lóbis, cédulas y oenegés parasitarias, sólo les interesa la verdad y la ciencia para controlarlas a su gusto y puedan así proporcionarles el equilibrio, la estabilidad y la paz de los sepulcros.

Publicar a todo el mundo los nombres, los disparates y los vicios de los plutócratas y de sus políticos, profesores, magistrados, intelectuales áulicos… cuya ética es antagónica de la deontología y cuyo saber no es en definitiva sino vaciedad y nesciencia, por lo que con sus desafueros bastardean los buenos y nobles espíritus y corrompen toda flor de juventud.

Publicar, publicar y publicar sus aberraciones hasta voltear su dañino discurso, hasta que políticamente se les queme vivos, como pervertidos, traidores y enemigos de la virtud que son. No dejar de denunciarles hasta que los primeros poetas, jueces, educadores y políticos emerjan del fango, sacudidos por los remordimientos, tras haber entregado su corazón al Sistema, y no vean por fin sino desorden allí donde las bocas que han contado todas las mentiras -y seguirán contándolas- nos han pintado el infierno como paraíso.

Publicar que el pueblo que posee viejas tradiciones, posee también aristocracia, como dejó dicho Yeats. Que no podemos cejar en la lucha contra los oportunistas, contra la conspiración del mal. Que no podemos permitirnos, frente a este terror despótico trufado de mojigatería y buenismo, una sociedad de zombis descreídos. Que frente al pensar inerte debemos oponer el pensar alerta, el culto a la belleza intelectual.

Que si bien resulta cómodo e higiénico sentir inclinación hacia la indiferencia, ocultar la cabeza bajo el ala para no ver la podredumbre, con tal actitud no sólo no arrancaremos nunca el carro del bache, sino que inmolaremos en los altares de los diablos todo proyecto de futuro comunitario y personal.

Que la peor desesperación no proviene de una terca adversidad, ni del agotamiento por un combate desigual, sino de la indiferencia. Porque la más odiosa de todas las indiferencias es la del descreimiento social.

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