Conspiraciones verdaderas y falsas de la historia
En memoria del P. Agustín Barruel (1741-1820)
Por Roberto de Mattei
P. Barruel
Entre los aniversarios que pasaron desapercibidos en 2020, se cumplen doscientos años del fallecimiento del padre Agustín Barruel, que fue uno de los primeros autores contrarrevolucionarios del siglo XIX. Barruel nació en la localidad francesa de Villeneuve-de-Berg el 2 de octubre de 1741. A los dieciséis años ingresó en la Compañía de Jesús, que después de haber sido prohibida en Francia fue suprimida en 1773 por el papa Clemente XVI, presionado por monarcas iluministas.
Barruel vivió en París como sacerdote secular, donde entre 1788 y 1792 redactó Les Helvienes, ou lettres provinciales philosophiques (1781), contra el partido filosófico de Rousseau y Voltaire, y dirigió el Journal eccléstiastique, revista en la que no cesó semana tras semana de denunciar las responsabilidades de los iluministas en la recientemente estallada Revolución Francesa.
Tras las matanzas de septiembre de 1792, se vio obligado a pasar a la clandestinidad y emigrar posteriormente a Londres, donde escribió una Historia del clero en tiempos de la Revolución Francesa (1793) y Memorias para servir a la historia del jacobinismo (Fauche, 1798-1799), que tuvieron mucho éxito y conocieron varias reediciones, siendo traducidos a las principales lenguas europeas (la obra ha sido republicada por La Diffusion de la Pensée Française en 1974 y en 2013, con prólogo de Christian Lagrave [En España se publicó en Mallorca en 1814.
Hay una versión más reciente (Nabu Press, Charleston 2011) N. del T.]). Tras el concordato firmado con Napoleón en 1802, el abate Barruel regresó a Francia y fue nombrado canónigo de la catedral de Notre Dame, y en 1815, una vez restablecida la Compañía de Jesús, se reintegró a su orden. Los últimos años de su vida los pasó en la comunidad jesuita parisina de la Rue des Postes, donde falleció el 5 de octubre de 1820. En la tercera y cuarta parte de sus Memorias, Barruel reveló la existencia de una conspiración contra el trono y el altar promovida por los Iluminados de Baviera, orden secreta fundada en 1776 por Adam Weishaupt (1748-1830), catedrático de derecho canónico de la Universidad de Ingolstadt. Oficialmente, los iluminados, aspiraban al perfeccionamiento moral de sus miembros, pero el objetivo de la secta, estructurada según un estricto gradualismo, era una revolución social de cuño comunista. Su programa de anarquía social sólo lo revelaban a los adeptos de los grados superiores.
En 1786, la policía del duque Carlos Teodoro de Baviera descubrió la conjura y secuestró una extensa documentación, la cual fue remitida a las cortes europeas para su información. El abate Barruel tuvo acceso a dichos documentos y los publicó en su obra. A comienzos del siglo XX, un historiador no católico de la Masonería, René le Forestier (1868-1951), estudió minuciosamente los archivos alemanes y confirmó plenamente cuanto había publicado Barruel. «Lo ha leído todo –escribió–. Sus numerosas citas se han traducido al alemán con cierta libertad pero fielmente. A partir del maremágnum de documentos que recopiló y del riguroso análisis de los escritos originales ha conseguido hacer un informe completo y apenas levemente tendencioso de la organización, el orden y su historia» (Les Illuminés de Bavière et la franc-maçonnerie allemande, Hachette, París 1914, pp. 687-688).
La secta de los iluminados sobrevivió, hasta el punto de que en 1832 el príncipe de Metternich escribió que pensaba que nunca había llegado a ser desarticulada (Mémoires, Plon, París 1882, vol. V, p. 368). En 1818, un antiguo revolucionario jacobino, Filippo Buonarroti, fundó en Ginebra la orden de los Sublimes Maestros Perfectos, sociedad secreta revolucionaria que tomaba su estructura organizativa y sus objetivos de los Iluminados de Baviera. Un historiador de formación marxista, Armando Saitta, ha descubierto y publicado las cartas del revolucionario italiano (Filippo Buonarroti. Contributi alla storia della sua vita e del suo pensiero, Storia e Letteratura, Roma 1950-1951).
En el primer grado de la sociedad se profesaban ideas liberales y la observancia religiosa; en el segundo, se iniciaba al adepto a una doctrina más radical, republicana, que incluía el tiranicidio; y en el tercero se revelaba el programa definitivo de la secta: la instauración de una sociedad comunista. Otro estudioso, James H. Billington, profesor de historia en Harvard y Princeton, ha documentado en un voluminoso libro los orígenes conspiratorios y ocultos de los principales movimientos políticos de los siglos XIX y XX, y afirma que existe «una sutil línea de sucesión apostólica que va de Buonarroti a Lenin». (Fire in the Minds of Men: Origins of the Revolutionary Faith, Basic Books 1980, tr. it. Il Mulino, Bolonia 1986, p. 27). La existencia de dicha tradición conspirativa está documentada y es incontestable. Las pruebas están ahí. Entre los historiadores, católicos o anticatólicos, de derecha o de izquierda, puede haber divergencias en cuanto a la interpretación de los datos, pero no en cuanto a su realidad.
Jack Angeli, el chamán de QAnon
Por el contrario, las teorías conspiratorias falsas se caracterizan por no aportar documentación ni pruebas fehacientes. Para suplir la falta de pruebas, se valen de la técnica del relato, que apela a las emociones más que a la razón, y conquistan a quienes mediante un acto de fe han optado por creer en lo inverosímil motivados por sentimientos como miedo, rabia o rencor. Esos sentimientos se nutren en tiempos de crisis, como la actual pandemia.
No es de extrañar, pues, él éxito de teorías como la de QAnon, que ha salido a la luz cuando se ha descubierto que los adeptos de tan fantasioso relato eran Ashli Babbitt, muerta por un disparo el pasado 6 de enero durante el asalto al Capitolio, y Jack Angeli, el chamán de QAnon, convertido en símbolo del asalto. QAnon congrega a los seguidores de las revelaciones de un usuario anónimo de internet que utiliza el nombre de Q (QAnon quiere decir «Q anónimo») que se hace pasar por un funcionario de inteligencia encargado por el presidente Trump y por el Pentágono de «hacer llegar a la población información vital ocultada».
Trump libra una lucha sin cuartel contra un gobierno mundial oculto integrado por satanistas pedófilos, la llamada Cábala, que se ha hecho con el poder en Estados Unidos tras el asesinato de Kennedy y domina desde entonces el estado profundo excepto las fuerzas armadas. Los seguidores de QA sostienen entre otras cosas que el estado profundo tiene a millones de niños prisioneros en subterráneos, secuestrados para someterlos a abusos sexuales y beber su sangre a fin de extraer una sustancia psicotrópica: el adenocromo, que tendría ciertas propiedades rejuvenecedoras para quien la consuma. QA considera la pandemia de Covid un instrumento de la cábala para someter a la humanidad.
Primero Q negó la existencia del virus; luego afirmó que había sido creado por el estado profundo para llevar a cabo el Gran Reinicio, pero el presidente Trump volverá el arma contra el enemigo hasta que llegue el momento del gran despertar, es decir, la llegada de una nueva de edad de oro capitaneada por Trump y el ejército. Los últimos acontecimientos que han tenido lugar en EE.UU. no permiten entrever un triunfo inminente de Trump, pero antes que disolverse, QA cambiará de pronóstico sin problema alguno para sus seguidores. En la era de la posverdad se entremezclan lo cierto y lo falso, lo real y lo imaginario, en un ambiente de tremenda pérdida de la fe y del equilibrio.
La existencia de una conspiración que apunta a destruir la Iglesia y la civilización cristiana no necesita nuevas teorías, porque ya está demostrada por la historia. Tampoco tiene necesidad de secretos, porque la Revolución ya se ha quitado la máscara. Se impone, por otra parte, un criterio. La única conspiración verdadera que vale la pena combatir es la de las fuerzas de las tinieblas contra la Iglesia Católica. Todo lo demás es secundario.
Para Adelantelafe