El “Gran Reajuste” anunciado en Davos
Por Fernando Paz
15/1/2021
Nadie puede decir, sin correr un cierto riesgo, a qué obedece la existencia del COVID-19 y su extensión por el mundo desde la originaria matriz china. Pero, como quiera que sea, está sirviendo de coartada para que, desde los distintos gobiernos occidentales y desde las organizaciones supranacionales, se estén acelerando los procesos de globalización. La mayor parte de esos procesos ya estaban en marcha, pero la situación por la que atravesamos facilita su implantación, como se traicionó Pedro Sánchez en nota pública repartida a la prensa antes de un discurso.
Nadie, sino quien desee ignorar lo que sucede, pude verse sorprendido por la revelación de los planes que se están haciendo públicos. Desde la censura que se impone en los medios y en las redes sociales, hasta la previsión y el diseño del futuro que nos aguarda, todo está siendo proclamado sin el menor rebozo y sin que se nos oculte apenas detalle. Tal es la sensación de impunidad de que disfruta la oligarquía globalista.
.
Klaus Schwab
Es, precisamente, esa impunidad la que les ha decidido a empujar su más querido proyecto: el “Gran Reajuste”, que se nos está imponiendo al margen de cuál sea nuestra opinión o cuáles sean nuestros intereses. Los objetivos del “Gran Reajuste” están publicados en la Agenda 2030 y en el libro The Great Rest, de Klaus Schwab. En esencia, se trata de la asunción de la ideología progresista por parte del capitalismo internacional y globalista, en feliz coyunda contra el mundo heredado, como proclaman cada vez con menor ahogo sus grandes impulsores (Bill Gates, Christine Lagarde, George Soros o Tedros Adhanom) igual que sus obedientes ejecutores (en España Sánchez e Iglesias).
El proyecto que nos preparan pasa por una completa tecnologización a partir de las redes 5G, que servirá para recrearnos un mundo crecientemente eficaz e inhumano, a partes iguales. Así, si hacemos caso de la Agenda 2030 –y más vale que lo hagamos—no tendremos propiedades, no tendremos capacidad crítica, comeremos lo que ellos quieran: pero seremos felices, nos aseguran.
No hay dirigente, banquero, artista, etc., de cualquier clase que no porte el pin de la Agenda 2030
La Agenda 2030 asume como propio un futuro feminista y ecologista al cual todo debe plegarse. “Ideología de género”, derechos sexuales y reproductivos (es decir: aborto) y control de la población en un doble sentido: en el de controlar las acciones y hasta los pensamientos de las personas y en el de controlar su reproducción, reduciendo el numero de seres humanos en el planeta (objetivo largamente acariciado por los neomalthusianos multimillonario que dirigen este proyecto), algo que la creciente disociación de la sexualidad y la reproducción –al menos en Occidente—ya permite. La Agenda 2030 es, sobre todo, un ejercicio de clarificación y de coordinación de esfuerzos. La última recomendación al gobierno británico por parte del fundador del Foro Económico Mundial de Davos, Klaus Schwab, ha sido la de encerrar en prisión a aquellos que se empeñan en celebrar la Navidad. En España, donde se nos amenaza con las mismas prohibiciones, tampoco será difícil impedir dichas reuniones, hoy o mañana, gracias a la monitorización masiva a través de la telefonía móvil que comenzó en noviembre de 2019.
El futuro diseñado prevé una casta de privilegiados que disfrutará de los bienes de la Tierra, mientras una inmensa mayoría se afana en una precaria supervivencia, algo que ya es realidad en buena parte de nuestro planeta. La degradación de nuestras condiciones de vida es palpable, aunque la tecnología consigue que, hasta cierto punto, dicha deriva pueda disimularse. Lo que antes era normal –matrimonio, hijos, vivienda en propiedad, asistencia sanitaria–, apenas una década más tarde se convierte en un lujo. El trabajo humano, reducido a la condición de mercancía de bajo coste, es cada vez menos demandado, y el resultado será la necesidad de mantener una amplia capa de seres humanos viviendo del dinero público, subvencionados, a fin de impedir el estallido social. La degradación de la educación coadyuvará a la estupidización de dichos seres.
El surgimiento de los “nativos digitales”, de los que crecientes y abrumadoras pruebas indican que tiene menos inteligencia que sus padres, favorece la aceptación acrítica del “Gran Reajuste” como la edificación del mejor de los mundos posibles. Solo una generación idiotizada en el nombre de la tecnología y el progreso puede aceptar éstos como objetivo de la vida humana o lo que a ésta da sentido: pues bien, esa generación ya está aquí. El último libro del neurocientífico Michel Desmurget, que dirige el Instituto Nacional de Salud de Francia, insiste alarmado en que los dispositivos digitales están afectando gravemente al desarrollo neuronal de niños y jóvenes. “Simplemente no hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos y cómo estamos poniendo en peligro su futuro y desarrollo” Apuntalando esta declaración, valga recordar que los grandes tecnólogos de Silicon Valley, quienes nos imponen esa determinada forma de vida, excluyen a sus hijos de la influencia de una tecnología que los vuelve idiotas.
No cabe duda de que es el telón de fondo de la pandemia lo que está permitiendo lo aquí descrito. Todo lo que está sucediendo –haya sido provocado expresamente con ese propósito o se treta de un resultado circunstancial—apunta en un mismo sentido: fragmentar la sociedad, deshumanizar las relaciones personales, quebrar los lazos orgánicos, aislarnos, construir una sociedad de solitarios envejecidos y entristecidos. Las consecuencias del confinamiento y, no en menor medida, de la imposición de la mascarilla ha generado una atmósfera de terror en la que el prójimo es visto como un probable agente infeccioso del que desconfiar, del que desentenderse, al que evitar.
Asimismo, la profundidad de la secularización en que vivimos –por acción de los poderes laicos y defección de los religiosos—ha dado en que una buena parte de la población haya transferido sus esperanzas al sistema sanitario y a la política, a los expertos ya los tecnócratas. El deseado objetivo de reducir la población está más cerca: la actitud de desconfianza y rechazo entre las personas no desaparecerá cuando la pandemia lo haga (y vamos a pensar en que lo hará algún día), sino que, una vez instalada, será muy difícil de erradicar de los hábitos de muchas personas para las que el coronavirus constituirá su marca generacional. El propio Schwab ha exteriorizado su contento por el hecho de que las restricciones sanitarias hagan más difícil el contacto personal, lo que ayuda en la disminución de las tasas de natalidad. Schwab encabeza muchos de sus tuits con una cita de Marx: “La abolición del matrimonio y la familia es esencial para la transformación a fin de crear una sociedad justa”.
Convergencia sincrética del comunismo y del capitalismo en sus peores versiones, China es el paradigma de lo que nos aguarda. Políticas dictadas por una oligarquía todopoderosa ante las que no cabe sino doblegarse, una economía precarizada en la que se trabaje por la subsistencia, un individualismo extremo, un control tecnológico de los seres humanos, colectivización de los medios de transporte, cierre de las ciudades a los automóviles, desaparición e facto de la familia, vaciamiento del campo, disminución drástica de los viajes, paulatina desaparición de las relaciones sexuales, o creciente implantación del cyborg en las personas; todo lo orgánico y todo lo heredado desaparecerán, la identidad personal y la colectiva se diluirán y desaparecerán. El único error de China que no copiaremos, seguramente, será la existencia de un único partido; pues la tiranía se ejerce más eficazmente si expones varias ofertas, bien que todas ellas sean más o menos iguales y que, en el fondo, compartan los principios esenciales, que si muestras descaradamente la verdadera faz del poder. Igual ocurre con los periódicos españoles: diferentes cabeceras, pero una misma línea editorial, cuyos puntos principales son la bondad de la Unión Europea, la necesidad de aceptar la inmigración africana para cobrar las pensiones, la maldad de Donald Trump, los sacrificios para frenar el calentamiento global, la justicia inherente a las cuotas para mujeres en la dirección de las empresas, etc.
Ése es el plan. Ésa es la Agenda 2030. Esos son los planes globalistas. Ése es el “Gran Reajuste”.
Para Razón Española (Nº223)