2/04/21
Sin confesión frecuente no hay vida cristiana...
ni hay vida. Nunca es tan poderoso el hombre
como cuando pide perdón
Viernes Santo: crucifixión de Cristo. El hombre necesita que le duela el amor
Andaba la reina Isabel la Católica buscando confesor y director espiritual y sometía a todos los candidatos a la misma prueba:
-Me arrodillaré ante Vos cuando confiese mis pecados, pero Vos también os mantendréis arrodillado ante la Reina de Castilla.
Todos asentían pero ninguno agradaba a Su Majestad.
Hasta que llegó un humilde fraile franciscano, quien, tras escuchar la real requisitoria, respondió:
-No: mientras os confieso, yo represento a Dios y Vos, Señora, permaneceréis arrodillada ante mí. Después de que os haya otorgado la absolución me inclinaré ante la Reina de Castilla.
E Isabel I exclamó:
-Este es el confesor que yo estaba buscando.
Empecemos por el final, ¿cómo pasar el Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia? Mi consejo: viendo La Pasión de Cristo, obra de Mel Gibson y de Ana Catalina Emmerick, la vidente, sí vidente, beatificada por la Iglesia, que nos ha demostrado que sus visiones eran historia, realidad y vida. Y también nos ha demostrado que lo que desconocían historiadores y arqueólogos lo supo antes ella por revelación y lo descubrieron después ellos, guiados por sus visiones. Verbigracia los túneles bajo el templo de Jerusalén o la Casa de la Virgen María en Éfeso.
Dicho esto, empecemos por la conclusión: el sacramento del Viernes Santo es el sacramento de la penitencia, al que conviene acercarse con la humildad de la Reina de Castilla. No sólo porque pedimos perdón a Dios sino porque -acordémonos de Isabel I- es lo suyo y porque el sacramento de la penitencia es el mejor icono del Calvario: el Dios que lo es todo se hace nada, un delincuente, Dios se anonada.
La hostilidad del perverso suena a alabanza
Por las mismas, sin confesión frecuente no hay vida cristiana... ni hay vida. Nunca resulta el hombre más íntegro ni más poderoso que cuando pide perdón.
Y ya que hablamos de sacramentos: ¿se puede ser tan ciego en esta primavera de 2021 como para no caer en la cuenta de que toda la política covid parece coincidir en cercenar dos sacramentos: la Eucaristía y la penitencia? Porque ya saben que la confesión es presencial, individual, auricular y secreta. Cura y penitente se hablan al oído: ¡Qué horror: se van a contagiar!: ¡Prohibámoslo!
Vamos con el Iscariote, que en Viernes Santo siempre anda en bocas. Para prender a Jesús, el valiente Judas se hizo acompañar de toda una cohorte de hombres armados hasta Getsemaní. Aunque había despreciado y vendido a su Maestro le seguía inspirando temor. Lo mismo les ocurre a los comecuras de hoy: no desprecian el poder taumatúrgico de la Iglesia pero temen ese poder. Y no me extraña, porque si el mal vence es porque Dios lo permite al haber creado al hombre libre. Ergo, el malo se asombra de su victoria.
Además, la regla general es lo de San Gregorio: "la hostilidad del perverso suena a alabanza", en los oídos del cristiano.
Y cuando creía asegurado el golpe de mano contra el Maestro y Pedro, cuando pensaba que había sido mucho más fácil de lo sospechado, recibe la advertencia de Judas: “Esta es tu hora y el poder de las tinieblas”. Lo malo de decirle a alguien que es su hora es que también le estás diciendo que su hora pasará y que la victoria de hoy se convertirá en derrota… por ejemplo mañana.
Locura-Covid: cura y penitente se hablan al oído:
¡Qué horror: se van a contagiar!: ¡Prohibámoslo!
¿Había soldados romanos con los guardias del templo en el prendimiento de Jesús? No está claro pero lo que sí se sabe es que en la redención de Jesús se incumplió la ley mosaica, la única del mundo que prohíbe el uso de soplones, en este caso del chivato Iscariote.
Recuerda el gran Daniel-Rops aquel versículo del Levítico: “No te ofrecerás como testigo contra la vida de tu prójimo”. De acuerdo, pero el sumario Jesús de Nazaret no fue un sumario limpio. Los jueces parecían de Podemos.
Ejemplos, por decenas: Caifás, un gánster con ropaje sacerdotal, permitió que abofetearan a Jesús en su presencia: el Talmud castiga al juez que permite que peguen a un inculpado antes de declararle culpable.
Todo el juicio fue una farsa, algo parecido a las tribunales actuales sobre delitos de odio de ahora mismo, aunque en el caso de Jesús de Nazaret el asunto resultara un poco más grave, tanto en la instancia sacerdotal como en la de Poncio Pilatos.
Injusto e hipócrita. Caifás se rasgó las vestiduras ante la ‘blasfemia’ pero, en puridad, el auto-reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, no sólo no era blasfemo, no sólo porque él era, realmente, el verdadero hijo de Dios sino porque, en puridad jurídica, para que existiera blasfemia Jesús debería haber empleado el nombre secreto con el que Moisés definiera a Dios: Yahveh. Y no hizo tal cosa.
A Caifás habría que recordarle la norma hebrea para todo miembro del Sanedrín: llevarás sobre ti la sangre de todos los posibles -presentes y futuros- descendientes del reo al que declaras culpable.
Pilatos, por su parte, no fue sino un grandísimo cobarde que también terminó con Jesús por razón de Estado. Le convino quedar mejor con la casta dirigente judía, que odiaba a Cristo, para evitar que se rebelaran, y así prefirió, como Caifás, que un hombre muriera por el pueblo, en este caso para salvar la pax romana. No fueron uno sino dos juicios inicuos.
Con el arrepentimiento llega el perdón,
con el perdón la justicia, con la justicia la paz
Por otra parte, la flagelación, lo que más llama la atención la describió el precitado Mel Gibson mejor que nadie. Sólo recordar que los judíos nunca golpeaban más de 40 veces. Los romanos, por el contrario, no tenían límite en los latigazos. Cristo pudo morir en la salvaje flagelación sufrida.
Y luego está la humillación de la muerte en la cruz. Muerte por asfixia, de las más horribles. ¿Era necesario tanto sufrimiento para la redención? Por supuesto que no. Es sobreabundancia de amor divino.
Y todo esto nos devuelve al sacramento de la confesión, el más perseguido de nuestra era, el más duro para el sacerdote, el más practicado por los buenos curas: la penitencia. El confesionario es un verdadero suplicio para el cura pero recuerden: el hombre necesita que le duela el amor. En ocasiones, Dios grita para que le prestemos atención. El grito de Cristo es el dolor del hombre y aunque el cristiano tiene carácter hedonista necesita… que le duela el amor. Es lo único que le llevará al arrepentimiento, lo único que te sacará del sepulcro. Con el arrepentimiento llega el perdón, con el perdón la justicia, con la justicia la paz