Novus Ordo, la gran revolución litúrgica
Por Javier Navascues
23/01/2022
Para comprender la actual crisis de la Iglesia y actuar en consecuencia es necesario conocer y profundizar en los factores que nos han llevado a ella. Aunque a muchos, llevados por una sumisión ciega y acrítica al Papado, les cueste reconocerlo, el Concilio Vaticano II supuso una ruptura radical con la Tradición. Por esta grieta cada vez más profunda se colaron a borbotones las ideas y comportamientos que imperaban en el siglo (exaltación de la democracia, derechos humanos, libertad de conciencia, tolerancia, permisividad con el mal y el error, relajación en las costumbres y una gran confusión…) hasta llegar a la apostasía en muchos casos.
Un aspecto clave fue la Liturgia. La nueva Misa, también conocida coloquialmente como la Misa del Novus Ordo, fue arrinconando a la Santa Misa Tradicional con la intención de hacerla desaparecer. Afortunadamente hubo una resistencia encabezada por Monseñor Marcel Lefebvre, que pagó un alto precio a esta fidelidad.
Marco Antonio Guzmán Neyra, es revisionista histórico sobre la crisis de fe en la Iglesia contemporánea en la Facultad de Teología Pontificia Civil de Lima. Como experto en el tema analiza en profundidad las consecuencias de la revolución litúrgica en la Iglesia.
¿Por qué la Santa Misa Tradicional jamás debió ser cambiada?
Porque fue establecida de una vez y para siempre, por San Pío V después del Concilio de Trento, el 14 de Julio de 1570 con la Bula Quo Primum Tempore, presentando la manera oficial de decir la Santa Misa, válida para todos los sacerdotes de rito romano en todo tiempo y para siempre. La Santa Misa conocida como Tridentina también, es la máxima expresión del culto que permite contemplar el Misterio de la Fe, tiene sus orígenes en las más remotas tradiciones apostólicas, alimentando el alma de los santos más encumbrados de la historia de la Iglesia, siendo canonizada por San Pío V definitivamente, quien manifestó en el mismo documento a modo de rúbrica:
“Nos hemos decidido y declaramos que los superiores, Canónigos, Capellanes y otros sacerdotes de cualquier nombre con los que sean designados, o los Religiosos, de cualquier Orden, no pueden ser obligados a celebrar la Misa de otra manera diferente a como Nos hemos fijado; y que jamás, en ningún tiempo, nadie, quien quiera que sea, podrá contrariarles o forzarles a abandonar este misal, ni abrogar la presente instrucción, ni a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza… Sí, no obstante, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurriría en la indignación de Dios todopoderoso y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.
¿Por qué se produjo realmente el cambio al Novus Ordo?
Hubieron antecedentes que permiten vislumbrar el por qué se produjo este cambio. Fue el disidente hereje Martín Lutero, ex sacerdote católico de la Orden de San Agustín, quien fuera el primero en instigar la destrucción de la Misa. Veamos algunas de sus afirmaciones, tal y como se encuentran en sus escritos:
…»Cuando hayamos aniquilado la Misa, habremos aniquilado el Papado en su totalidad. Porque es sobre la Misa, como sobre una Roca que el Papado se apoya con sus monasterios, sus obispados, sus colegios, sus altares, sus ministros y sus doctrinas. Todos estos caerán cuando su sacrílega y abominable Misa haya sido reducida a polvo».
…»Sin embargo, para conseguir este fin con éxito y sin peligro, será necesario preservar algunas de las ceremonias de la misa antigua para los de mente débil, quienes se escandalizarían con un cambio muy rápido».
Posteriormente en 1923, ante la eventualidad de un futuro Concilio, el Cardenal Jesuita Louis Billot (1846-1931), advirtió a SS, Pío XI respecto a que “los peores enemigos de la iglesia, los modernistas, ya se están preparando, como ciertas indicaciones muestran, a producir en la iglesia un nuevo 1789” (en referencia a la Revolución Francesa y los cambios ideológicos que se suscitaron en el mundo a partir de este suceso).
Cardenal Leo Jozef Suenens
Deducción que se concretó con la llegada del Concilio Vaticano II y sus conclusiones plasmadas en los documentos hoy conocidos. De tal modo que hizo exclamar al Cardenal Belga Leo Jozef Suenens, que el Concilio Vaticano II era “el 1789 para la Iglesia”. La consecuencia conocida por todos es que se produjo la revolución litúrgica y el 3 de abril de 1969, Pablo VI hizo cambiar la Santa Misa de siempre con un rito experimental denominado Novus Ordo, promulgado en la Constitución Apostólica Missale Romanum. La nueva Misa se hizo acatar por todos, como ya lo exhortaba la Constitución Sacrosanctum Concilium, que en uno de sus acápites señala:
Para que en la sagrada liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la Santa Madre Iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma liturgia. Porque la liturgia consta de una parte que es inmutable, por ser de institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aún deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden tan bien a la naturaleza íntima de la misma liturgia o han llegado a ser menos apropiados.
En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria”.
Según ésta reforma se pretende que el pueblo crezca en espiritualidad y sea más apropiado al pueblo, ¿y no cuenta el fervor de santidad que se respiraba antes al punto que muchos Santos florecieron en los tiempos de la Liturgia Tradicional y donde el respeto y amor a la Sagrada Eucaristía era acrecentadora?
Cardenal Ottaviani
A pesar de que el cardenal Ottaviani podía decir en 1971: “El Rito Tridentino de la Misa no está, que yo sepa, abolido”, Monseñor Adam, en la Asamblea Plenaria de los Obispos Suizos, afirmó que la Constitución Missale Romanum había prohibido celebrar, salvo indulto, según el rito de San Pío V. Hubo de retractarse después de habérsele pedido que dijese en qué términos esta prohibición había sido pronunciada
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Mons. Marcel Lefebvre
Pero hoy sabemos que la Misa Novus Ordo la impusieron mientras que la del rito Tradicional pretendieron que desapareciera para siempre, de no ser por los denodados esfuerzos, perseverancia y valiente firmeza del Arzobispo francés Marcel Lefebvre, a fin de mantener a salvo el legado antiguo de la Santa Misa Oficial.
¿Qué intereses había detrás para este cambio tan radical de la Misa que atenuaba considerablemente la idea de sacrificio?
Los intereses explícitos estaban en las condiciones que los protestantes impusieron para aceptar acercarse a la Iglesia Católica. Es entonces cuando el Papa Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II, invitó a varios miembros de las Iglesias Protestantes como “observadores”, quienes estarían presentes durante el evento pero no opinarían durante los debates del Concilio ni siquiera en las mesas de trabajo. Sin embargo trascendió que durante los desayunos de trabajo y en los descansos, hacían llegar en demasía sus opiniones y objeciones al respecto, muchas de las cuales se rescataron para asumirlas especialmente en lo que concierne a la Liturgia. De modo que la Misa de Novus Ordo de Pablo VI, es lo más parecida al culto luterano. A modo de ejemplo citaré uno de los innumerables cambios que se hicieron en las oraciones del Ofertorio: “Bendito seas Señor, por este pan fruto del trabajo del hombre…” etc. que es tomada de la ceremonia luterana. El motivo de estos cambios era que los protestantes pudieran participar durante la Misa sin sentirse ajenos a sus propios servicios religiosos.
Los intereses más oscuros estaban en conseguir la destrucción de la Sagrada Liturgia, y quien ganaba más con esto es el Maligno al procurar que las gracias sobrenaturales del Sacramento se redujeran, con lo que se redujera la santidad de la gente, y disminuyera la espiritualidad de la sociedad, con lo cual se resquebrajaría la moral social a consecuencia de una conciencia laxa, que poco a poco llegara a aceptar el error y dejando de lado la verdad evangélica. Hoy se puede palpar este resultado en su mayor plenitud. Para lograr esta victoria utilizó a las Logias Masónicas que siempre fueron adversas a la Iglesia Católica y abrigó la esperanza de destruirla. Por esa razón en el Plan Maestro de la Masonería, tal como en 1973 lo dio a conocer en Nueva York el Dr. Jerónimo Domínguez, fue lograr la comunión de pie y en la mano, algo que posteriormente se vio establecido en la Iglesia del Concilio. Ello demuestra la silenciosa infiltración judeo-masónica en el interior de la Iglesia para socavarla.
Ya el Papa León XIII denunció a la Masonería cuyos principios ideológicos luciferinos asentaron bases para la introducción del modernismo en la sociedad planteando una ideología humanista a través de un deísmo anticristiano, por lo cual se les extendió la excomunión. Así también Papas como Pío IX en “Quanta Cura” y San Pío X en la “Pascendi” habían denunciado la nefasta corriente modernista cuyas premisas significarían un peligro de introducirse el espíritu mundano y materialista en la Iglesia de Dios. No obstante, todo aquello que se temía, con la Reforma del Vaticano II los mayores temores se hicieron realidad.
¿Quiénes se opusieron a la nueva Misa?
Se puede destacar que aquellos que se opusieron a los cambios fueron los Obispos y Sacerdotes conservadores tradicionales, pero quien se destacó con mayor efectividad y valentía fue Mons. Marcel Lefebvre y sus sacerdotes a quienes lideró en esta saga contra el Maligno y sus logias conspirativas, con quienes formó la Fraternidad de San Pío X, emblemática institución defensora la fe verdadera y moral católica. Por desgracia hasta hoy, hay sectores de la Iglesia aún la no reconocen este desmedido amor en luchar por la Verdad Evangélica.
¿Podría resumir algunas de las consecuencias prácticas que tuvo la revolución litúrgica?
- La Misa dejó de ser Cristocéntrica para convertirse en un rito antroprocéntrico, como incluso se reconoce en los documentos del Vaticano II. De ahí que el Sacerdote se volteó de cara al pueblo y ya no actúa en representación del pueblo para dar la Adoración y Glorificación al Señor Dios, simplemente preside. Todos participan y se le denomina Presidente de la Asamblea.
- Decae el sentido de lo sobrenatural, del respeto. Se suprime la obligación de que las mujeres lleven velo signo de sumisión a Dios, dejándose de lado la sacralidad, que a través de sus ritos se podía palpar. Ya no se recibe la comunión de rodillas y muchas veces en la mano, para dar paso a una ceremonia de servicio religioso similar a los protestantes.
- Se va dejando de lado la música sacra en la Liturgia y entra el folklore y peor aún la música profana, dándole el sentido de una mera ceremonia.
- Al ingresar la lengua vernácula, el sacerdote se ve libre para introducir en ciertos momentos de la Misa, oraciones o palabras innecesarias que no se encuentran ni siquiera en el Canon del Misal nuevo. Lo mismo en la Homilía, que muchas veces no se realiza en torno al mensaje del vangelio
- La Misa se va volviendo cada vez más informal, la Consagración se asume con menor respeto y así se traduce incluso en la respuesta de comportamiento de los feligreses.
- Los sacerdotes van introduciendo cada vez innovaciones durante la Liturgia, con mayor protagonismo de los laicos, sea en la lectura de la Palabra de Dios, también en las llamadas moniciones, introduciéndose además procesión de Ofertorios, comuniones en la mano y otros que no tienen relación con la Liturgia en su naturaleza.
- Se hacen factibles los excesos de la Misa y se ha dado lugar excentricidades dentro de la ceremonia litúrgica: danzas, aplausos, vestuarios innecesarios, discursos fuera de homilías, intervenciones de feligresía por cualquier motivo, etc.
Presentimos que sobre toda la Iglesia permanece la voz de alarma del profeta Daniel cuando le es revelado un acontecimiento terrible:
“et a tempore cum ablatum fuerit iuge sacrificium et posita fuerit abominatio in desolatione dies mille ducenti nonaginta” (Dn. 12, 11)
“Mil doscientos noventa días pasarán desde el momento en que se suspenda el sacrificio perpetuo y se instale el horrible sacrilegio en el templo del Señor”.