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martes, 23 de agosto de 2022

San Pío X. La solución a la crisis actual no es humana, sino divina: Eucaristía y confesión frecuentes... también los niños

San Pío X. La solución a la crisis actual no es humana,
 sino divina: Eucaristía y confesión frecuentes... 
también los niños
21/8/22 

El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo. Y si la corona, el partido o la empresa impiden la consecución de ese fin, lo que hay que hacer es cambiar la corona, el partido o la empresa.

El 21 de agosto tiene lugar la festividad de San Pío X

Tocan a muerto, España se está suicidando. Si el año pasado las muertes superaron a los nacimientos en más de cien mil, este año todavía vamos peor, porque solo en el primer semestre del 2022 el saldo negativo ya es de 85.299 españoles. Como ha puesto de manifiesto Hispanidad, esto es algo así como si toda la ciudad de Toledo hubiera desaparecido en los últimos seis meses.

Se escucha el fúnebre sonido de las campanas y nadie mueve un dedo para que cambien las cosas; sobre todo nadie de los que por obligación de su cargo político o religioso tendrían que poner los medios para que esto no sucediera. No pasa nada porque esta es la lógica consecuencia del sistema que han establecido los que mandan en España y de lo que están tan orgullosos. Fue el mismísimo Mariano Rajoy el que en cierta ocasión manifestó que vivimos la mejor etapa de toda la Historia de España. Y en diciéndolo a lo mejor hasta se fumó un puro y se tomó un par de copas para celebrarlo.

Cuando la vida no tiene sentido es lógico que no se quiera transmitirla. Y la vida de cada uno o la Historia, que para el caso viene a ser lo mismo, cuando pierde su sentido transcendente, embarranca en el más grasiento de los egoísmos y establece como su fin el engrandecimiento del partido, de la empresa, de la cuenta corriente… Entonces nuestro existir deja de tener sentido, porque todos estos solo son fines falsos de la vida y de la Historia.

La vida de cada uno o la Historia, que para el caso viene a ser lo mismo, cuando pierde su sentido transcendente, embarranca en el más grasiento de los egoísmos y establece como su fin el engrandecimiento del partido, de la empresa, de la cuenta corriente

Me permitirán que les cuente una vivencia de hace años. Por entonces participaba yo en la tertulia de un programa de radio, dirigido por un conocido periodista del que prefiero no dar el nombre, pero a cambio les diré alguna de sus características. Decía de sí mismo que era liberal, pero como le llevaras la contraria te la organizaba. Iba por la vida de aconfesional, pero era más clerical que el solideo de un obispo; de hecho, en las altas esferas eclesiásticas le tenían por un intelectual, lo que él utilizó para convertirse en uno de los periodistas de guardia de la Conferencia Episcopal española. Era el prototipo de lo que llamo un católico moderadito.

Pues bien, se debatía en esa tertulia sobre el fin de la Historia y yo expuse lo que siempre he dicho a mis alumnos de la Universidad de Alcalá y que tantas veces he escrito: “El fin de la Historia no es la grandeza de la corona, ni la unidad del partido, ni la fortaleza del sindicato, ni la expansión de la empresa… El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo. Y si la corona, el partido, el sindicato o la empresa impiden la consecución de ese fin, lo que hay que hacer no es amoldar la doctrina al mundo, sino modificar la corona, el partido, el sindicato y la empresa”.

Y escuchando mi intervención, el director de ese programa de radio no me rebatió, pero se dirigió a mí de una manera que me heló el alma, porque nunca me habían tratado tan injustamente y con tanto desprecio. A partir de ese momento ya no dije ni una sola palabra en todo el programa. Ya era de noche cuando salí de la emisora y debía ser muy tarde, porque estaba yo solo en la parada del autobús, en una de las calles más céntricas de Madrid, probablemente la más céntrica de Madrid. Y cuando llegó mi autobús, lo dejé pasar y me fui caminando hasta la próxima parada, para que no me vieran las lágrimas que corrían por mi rostro. Lloraba de pena, porque era la primera vez que me di cuenta de la bajeza moral e intelectual de los católicos oficiales instalados en los puntos clave de la vida pública española. Desde entonces, he visto a tantos católicos incoherentes, instalados sobre todo en los partidos políticos y en los medios de comunicación, que además están aupados y jaleados por los llamados nuevos movimientos de la Iglesia, que se me han secado los lagrimales.

El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, 
que vuelva a Dios, que sea santo

Bien contrario a todo esto es el magisterio de San Pío X (1903-1914), cuya festividad celebramos hoy, 21 de agosto, un papa santo que diagnosticó en su encíclica inaugural E supremi (4-X-1903), la raíz de la crisis cultural del mundo contemporáneo. Esto es lo que decía: "Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura". Y a continuación advertía San Pío X a quienes, "por aplicar medida humana a las cosas divinas", pudieran entender las anteriores palabras como una toma de partido que "los planes de Dios son nuestros planes; a ellos hemos de dedicar todas nuestras fuerzas y la misma vida". Así pues, siguiendo la costumbre de elegir un lema para su pontificado y para dejar claro que su propósito no era otro que el de procurar que los hombres se volvieran a someter a Dios, San Pío X tomó prestadas para su divisa las siguientes palabras de San Pablo: Instaurare omnia in Christo (restaurar todas las cosas en Cristo).

San Pío X había nacido (2-VI-1835) en Riese, un pueblecito de la diócesis de Treviso, al nordeste de Italia. Se le impuso el nombre de Giuseppe Melchiorre. El cabeza de familia, Giovanni Battista Sarto, era alguacil y por todo patrimonio poseía unos cuantos palmos de tierras de labranza, la casa y una vaca, por lo que la madre, Margherita Sanson, tenía que contribuir a aumentar los ingresos con el trabajo de costurera, además de atender a su numerosa familia. El matrimonio tuvo diez hijos, dos de los cuales murieron a los pocos días de nacer, de manera que Giuseppe se convirtió en el mayor de los dos chicos y las seis chicas de los Sarto.

Riese no tenía más que una pequeña escuelita primaria, donde Giuseppe Melchiorre Sarto dio muestras de poseer un gran talento. Por entonces, el arcipreste, don Tito Fusarini, descubrió las primeras señales de su vocación sacerdotal. Pero como la pobreza de los Sarto hacía impensable su ingreso en el seminario, don Tito propuso a su padre que el niño prosiguiera los estudios en Castelfranco, donde funcionaba una escuela secundaria, pensando en convalidarlos más tarde en el seminario.

San Pío X diagnosticó en su encíclica inaugural la raíz de la crisis cultural del mundo contemporáneo: nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura

Castelfranco distaba siete kilómetros de Riese y tampoco había posibilidad de costearle allí una pensión, por lo que su madre le preparaba cada día la comida y Giuseppe hacía la distancia a pie. Salía de Riese de madrugada y regresaba por la noche. El esfuerzo de Sarto causaba admiración entre sus gentes, por lo que se compadecida de él la buena Signora Annetta de Castelfranco, a cambio de que enseñara las primeras letras a sus hijos, le permitió pernoctar en su casa durante los meses de invierno de lunes a sábado.

En 1850, después de cuatro años de idas y venidas, concluyó sus estudios en Castelfranco con las notas máximas. Gracias a que don Tito consiguió del cardenal de Venecia una beca, pudo ingresar en el seminario de Padua, donde destacó por su compañerismo, su inteligencia y su piedad. Aunque en mayo de 1852 falleció su padre, a su madre ni se le pasó por la cabeza que su hijo mayor abandonara el seminario y la viuda cargó sobre sí la toda la responsabilidad de sacar adelante a la familia.

Y como los santos se elevan a los altares, para que tomemos ejemplo de ellos, diré que destacan cinco rasgos fundamentales del sacerdote Sarto: el recogimiento con el que celebraba la Misa, la dedicación a todas las almas traducida en las muchas horas que permanecía en el confesionario, su afán por la catequesis de los niños, la promoción de vocaciones sacerdotales y la seriedad con la que se aplicó después de ser ordenado a repasar y ampliar sus estudios de Teología. ¿Se imaginan, queridos lectores, lo que nos podrían ayudar nuestros obispos y nuestros sacerdotes a conseguir el fin de la Historia, si siguieran el ejemplo de vida de San Pío X?

El sacerdote Sarto descaba por el recogimiento con el que celebraba la Misa, la dedicación a todas las almas traducida en las muchas horas que permanecía en el confesionario, su afán por la catequesis de los niños, la promoción de vocaciones sacerdotales y la seriedad con la que se aplicó después de ser ordenado a repasar y ampliar sus estudios de Teología

A lo largo de toda su vida San Pío X cuidó con especial esmero el culto eucarístico. Por eso como reparación del sacrilegio que se había cometido en la iglesia de los Carmelitas convocó un Congreso Eucarístico en 1897, que tuvo gran eco en toda Italia. Y, por supuesto, como patriarca de Venecia, así como ya había hecho en los destinos anteriores, fomentó la comunión frecuente entre los adultos y los niños. Contra la costumbre de entonces de no recibir la primera comunión hasta los doce años, él ya entonces la impartía en cuanto tenían uso de razón, aspecto este que será una de las notas más peculiares de su magisterio pontificio.

Cuando adelantó la primera comunión, San Pío X dijo que a partir de entonces habría muchos niños santos. En efecto, durante el siglo XX se promovieron muchos procesos de canonización de niños, que fueron suspendidos, pues chocaban contra una norma canónica, en principio establecida en beneficio de los fieles. Dicha norma establecía que fuera cual fuera la vida del candidato a santo, bastaba con examinar los diez últimos años de su vida, si los anteriores no habían sido ejemplares. El problema es que mientras esa norma beneficiaba a los adultos, a muchos de los niños les truncaba su proceso de beatificación, porque no habían vivido diez años de uso de razón, al morir a tan temprana edad.

Contra la costumbre de entonces de no recibir la primera comunión hasta los doce años, él ya entonces la impartía en cuanto tenían uso de razón, aspecto este que será una de las notas más peculiares de su magisterio pontificio

Y fue San Juan Pablo II, quien removió este obstáculo. En efecto, con motivo del cuarto centenario de la Congregación de la Causa de los Santos (1588-1988), se celebraron una serie de sesiones en las que se llegó a la conclusión de que la llamada universal a la santidad, proclamada por el Concilio Vaticano II, no podía excluir a los niños, porque entonces se venía abajo dicha proclamación, y por lo tanto había que modificar esa norma y examinar solo el periodo del uso de razón de los niños, aunque este hubiera sido menor de diez años.

Cuando me refiero a niños santos o en proceso de beatificación, entiendo los menores de quince años, de los que yo me he ocupado en dos libros: Santos de pantalón corto y Al Cielo con calcetines cortos. Modificada la norma citada, todo el proceso de beatificación es el mismo que el de los adultos, sin recorte alguno. De manera, que si la santidad la comparásemos al baloncesto, estos niños
jugarían en las mismas canchas que Pau Gasol y sin rebajarles la altura de las canastas. Y si nos quedamos maravillados cuando vemos hacer un triple a esa estrella mundial del baloncesto, cuando vemos que el triple lo hace uno de esos niños, además de maravillarnos, ya no nos podemos quedar pasivos sin cambiar de vida. Para eso escribí esos dos libros, para remover a los que los leyeran, porque no los escribí para niños tontitos, sino para ejemplo de adolescentes y mayores.

Y ya, para acabar y puestos a pedir algún regalo, puesto que hoy 21 de agosto, además de la festividad de San Pío X es mi cumpleaños, nada me agradaría más que me ayudaran a difundir la lectura de esos dos libros de los niños santos, sobre todo si alguno de mis lectores tiene la posibilidad de hacerlo en la catequesis de las parroquias o en los colegios. Y si de paso me dedican algún rezo en este día, ya que desde que lo aprendí en el catecismo de mi Primera Comunión soy de los que creen en la llamada “comunión de los santos”, miel sobre hojuelas. Muchísimas gracias de todo corazón.

Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá

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