Hoy: ¡Santiago y cierra, España!
A la céltica y verde Galicia los romanos llamaron «Finis Terrae», por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido, contando la tradición que fue a ella a la que llegó predicando el Apóstol Santiago, uno de los dos hijos del Zebedeo; el otro era San Juan el Evangelista.
La misma tradición cuenta que a Santiago le fueron adjudicadas las tierras hoy españolas para predicar el Evangelio, y que en esta tarea llegó hasta la desembocadura del río Ulla, bien que con poco éxito.
Cuenta también que antes de llegar a tal confín, estando de capa caída, a orillas del río Ebro, se le apareció la Virgen María, a la que él, claro, conocía, animándole a no cejar en el empeño pues le profetizó que toda esta tierra tan lejana e ingrata sería tierra suya, de María, y pilar de la cristiandad; dado que la Virgen permanecía aún viva en la Tierra, habitando en Jerusalén, Santiago quedó extasiado y continuó su predicación consciente de que la Madre de su Señor sabía lo que decía. Es pues esta la primera aparición mariana de toda la vida de la Iglesia. Grandísimo honor por ello para España, en memoria de la cual luce hoy en Zaragoza el Pilar.
Santiago regresó a Palestina en el año 44, donde fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, prohibiendo el tirano que se le enterrara. Sin embargo, sus discípulos, con gran arrojo y valor, robaron el cuerpo, lo depositaron en una nave y la hicieron a la mar; la nave no llevaba tripulación, pues la idea era que el cuerpo del apóstol se perdiera en el mar sin ser ultrajado. Sin embargo, y milagrosamente, el cuerpo incorrupto de Santiago llegó a Finis Terrae, remontó el río Ulla y fue a dar con algunos de los que se habían convertido por su predicación que, admirados del prodigio, le dieron cristiana sepultura en un sepulcro de mármol cuyo lugar permaneció oculto para que los romanos no lo profanaran, lo que propició que con el paso del timepo se olvidara.
No sería hasta el año 813 cuando el eremita Pelayo, que vagaba por aquellas tierras y montes, observó cómo en un lugar se producían resplandores luminosos. Cuando se acercó, además, oyó cánticos celestiales. El eremita avisó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien, después de escarbar en el lugar descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida del sepulcro. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió allí y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, llamando al sitio Campus Stellae, o Campo de la Estrella (de donde derivaría en el actual de Compostela), ordenando también edificar un santuario que con los años llegaría a ser la actual catedral.
A partir de entonces, los milagros y apariciones se repitieron en la zona, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas sobre todo a infundir valor a los guerreros que luchaban contra el Islam y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el que se denominaría Camino de Santiago, pues no hay que olvidar que de siempre, el carácter bravo y audaz del Hijo del Trueno, aquel que quiso acabar de una vez por todas con la malicia judía pidiendo a Nuestro Señor que arrasara todo con fuego del cielo, fue considerado como apóstol guerrero.
Una de tales creencias en consonancia con lo dicho, narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que todos los presentes identificaron con el Apóstol Santiago, motivo por el cual fue también coronado por todos los reyes españoles como patrón de la Reconquista hasta su término, así como el apelativo de «mata moros» hoy considerado, para nuestra vergüenza, «políticamente incorrecto».
Asimismo, y a partir del s. XI Santiago de Compostela ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo siendo principal centro de peregrinación al que acudieron reyes, príncipes y santos. En los s. XII y XIII, época en que se escribió el «Códice Calixtino», primera guía del peregrino, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. El Papa Calixto II concedió a la Iglesia Compostelana el «Jubileo Pleno del Año Santo» y Alejandro III lo declaró perpetuo, teniendo Santiago de Compostela el gran honor de ser declarada terecra Ciudad Santa tras Jerusalén y Roma.
La última intervenció conocida del Apóstol en favor de nuestra Patria lo fue durante la Cruzada de Liberación Nacional 1936-39, pues fue en el día de Santiago en el que, como corroboró el Caudillo, «la batalla de Brunete hizo crisis», es decir, que fue en este día cuando la hasta entonces indecisa y difícil situación de tan crítica batalla se volvió favorable para las armas nacionales de forma que a partir de ese instante la derrota frentepopulistas comenzó a ser evidente e irreversible.
La Iglesia mantiene el patronazgo de Santiago para toda España de forma que continúa vigente la obligación de asistir a Misa, aunque la partitocracia sólo declara tal día festivo laboral en algunas comunidades autónomas.
Dos apuntes finales:La voz «¡Santiago y cierra, España!» no significa lo que tantos necios afirman en sentido peyorativo. Dicha voz nace en la Reconquista, concretamente en la batalla de las Navas de Tolosa y su sentido es claro:Santiago: invocación al Apóstol patrón de España;
Cierra: voz castrense mediante la cual se ordenaba cerrar el cuadro de las formaciones de infantería y de las brigadas de caballería buscando acometer al enemigo, acortar distancias con él y trabar combate, o sea, cerrar, marchar, caer sobre el enemigo.
Después viene la coma, signo de puntuación de pausa que separa el término cerrar del nombre de España.Por lo tanto, para todo aquel que sepa leer no se quiere decir, de ninguna manera, que se pretenda cerrar o encerrar a España. En absoluto.
Finalmente y después de la coma, España, como invocación a la Patria por la que se va a luchar, a morir y a vencer, siempre mediante la intercesión de Santiago.
Dice el padre Javier Olivera Ravasi que el Señor tenía tres amigos íntimos, Pedro, Santiago y Juan, y en herencia les dejó lo que más quería:
– A Juan le dejó a Su Madre.
– A Pedro le dejó la Iglesia.
– Y a Santiago… ¡Le dejó ESPAÑA!.
Pidamos, pues, por la tan ncesraia re-conversión de España y su resurrección.