Hay algunos acontecimientos que requieren de una cierta distancia para poder ser valorados, como es el caso de la renuncia de Benedicto XVI. Si bien es cierto que el Papa nos ha sorprendido tras la noticia inesperada, cuando reflexionamos con detenimiento su decisión, nos percatamos de que Joseph Ratzinger no ha hecho sino continuar con la que ha sido su más clara opción de vida: la ‘renuncia’ de sí mismo por amor a Cristo y a su Iglesia.
En efecto, renunció desde el primer momento a tener una vida tranquila y cómoda, renunció a formar una familia, renunció a una formación mediocre, renunció a su amada patria, renunció a la vanidad, renunció a ejercer la defensa propia cuando era atacado y traicionado…
Y ahora, en este momento de su vida en el que se ha sentido débil para poder llevar adelante su ministerio, ha renunciado al liderazgo en el seno de la Iglesia. La decisión de Benedicto XVI solo se explica por su viva conciencia de no ser dueño de la vocación que ha recibido de Dios.
Ante todo y sobre todo, quiero expresar el más profundo agradecimiento de nuestra Diócesis de San Sebastián a Benedicto XVI. Le debemos, no digo mucho, sino ¡muchísimo! Su denuncia profética del relativismo, acompañada por la perspectiva de fe con la que con la que nos ha enseñado a afrontar la existencia, han sido y siguen siendo el mejor antídoto para nuestra particular crisis local. No estaría de más que reconociésemos humildemente que, con frecuencia, los prejuicios nos han impedido acoger adecuadamente la riqueza de este pontificado. ¡A veces, es la propia enfermedad la que indispone para recibir al médico! Pero afortunadamente, las resistencias del primer momento han ido cediendo ante la evidencia de un hombre de fe, bueno, humilde, libre y sabio; y posiblemente en el momento actual tengamos mejor disposición para recibir el legado que nos deja Benedicto XVI.
La magistral homilía del Papa en su última Misa pública, el Miércoles de Ceniza, alertando sobre los golpes contra la unidad de la Iglesia y las divisiones internas, es el testamento más elocuente de un pontificado que ha luchado en todo momento por la “caridad en la verdad”.
En efecto, renunció desde el primer momento a tener una vida tranquila y cómoda, renunció a formar una familia, renunció a una formación mediocre, renunció a su amada patria, renunció a la vanidad, renunció a ejercer la defensa propia cuando era atacado y traicionado…
Y ahora, en este momento de su vida en el que se ha sentido débil para poder llevar adelante su ministerio, ha renunciado al liderazgo en el seno de la Iglesia. La decisión de Benedicto XVI solo se explica por su viva conciencia de no ser dueño de la vocación que ha recibido de Dios.
Ante todo y sobre todo, quiero expresar el más profundo agradecimiento de nuestra Diócesis de San Sebastián a Benedicto XVI. Le debemos, no digo mucho, sino ¡muchísimo! Su denuncia profética del relativismo, acompañada por la perspectiva de fe con la que con la que nos ha enseñado a afrontar la existencia, han sido y siguen siendo el mejor antídoto para nuestra particular crisis local. No estaría de más que reconociésemos humildemente que, con frecuencia, los prejuicios nos han impedido acoger adecuadamente la riqueza de este pontificado. ¡A veces, es la propia enfermedad la que indispone para recibir al médico! Pero afortunadamente, las resistencias del primer momento han ido cediendo ante la evidencia de un hombre de fe, bueno, humilde, libre y sabio; y posiblemente en el momento actual tengamos mejor disposición para recibir el legado que nos deja Benedicto XVI.
La magistral homilía del Papa en su última Misa pública, el Miércoles de Ceniza, alertando sobre los golpes contra la unidad de la Iglesia y las divisiones internas, es el testamento más elocuente de un pontificado que ha luchado en todo momento por la “caridad en la verdad”.
Es momento de aprender de nuestros errores para disponernos adecuadamente ante el nombramiento de su sucesor. En efecto, la Iglesia va a poner en marcha el proceso electivo de un nuevo Papa, y lo hace invocando con fe y confianza al Espíritu Santo, para que ilumine al Colegio Cardenalicio. Como responsable de nuestra Iglesia diocesana, he pedido a nuestros sacerdotes que durante los días del cónclave celebren la liturgia de la Misa ‘Pro eligendo Pontífice’, y que cuando se produzca la ‘fumata blanca’, resuenen las campanas de nuestras iglesias. Si el proceso sigue los cauces previsibles, el segundo domingo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia —que este año será el 7 de abril— celebraré una Eucaristía de acción de gracias en nuestra Catedral del Buen Pastor, al mismo tiempo que lo hacen los sacerdotes en todas las parroquias.
Desde ahora nos adherimos plenamente a quien vaya a ser elegido como próximo Papa, aún sin saber su nombre, su procedencia u otras circunstancias. Os pido que ya recéis por él, que nos unamos todos en la oración por el futuro Romano Pontífice: Se trata de una actitud de fe, sabiendo que el Espíritu de Dios nos conduce a través de las mediaciones humanas, e incluso por encima de ellas. En medio de tantas quinielas y de comentarios ‘politizantes’ ajenos a la vida de la Iglesia, nuestra confianza en el Espíritu Santo nos preserva de los peligros a los que alude San Pablo ya en el siglo primero de la Iglesia: “Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Acaso está dividido Cristo?..” (Cfr. 1 Co 1, 12-13). Me permito insistir: la adhesión de los católicos al Papa.