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martes, 30 de abril de 2013

Visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich: El Embalsamamiento de Jesús y la Sábana Santa (858)


Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús
El embalsamamiento

La Virgen Santísima se sentó sobre una amplia tela extendida sobre el suelo; con la rodilla derecha un poco levantada y un hatillo de ropas en la espalda. Lo habían dispuesto todo para facilitar a la Madre de alma profundamente afligida, la Madre de los dolores. Las tristes honras fúnebres que iban a dispensar al Cuerpo de su Hijo. La sagrada cabeza de Jesús estaba reclinada sobre las rodillas de la Madre; su Cuerpo, tendido sobre una sábana. La Virgen Santísima sostenía por última vez en sus brazos el Cuerpo de su querido Hijo, a quien no había podido dar ninguna prueba de su amor en todo su martirio; contempló sus heridas, cubrió de ósculos su cara ensangrentada, mientras Magdalena reposaba la suya sobre sus pies.

Mientras los hombres se retiraron a una hondonada pequeña al suroeste del Calvario, a preparar todo para el embalsamamiento del cadáver. Casio, con algunos de los soldados que se habían convertido al Señor, se mantenía a una distancia respetuosa. Toda la gente malintecionada se había vuelto a la ciudad y los soldados presentes formaban únicamente una guardia de seguridad para impedir que nadie interrumpiese los últimos honores que iban a ser rendidos a Jesús. Algunos de esos soldados prestaban su ayuda cuando se lo pedían. Las santas mujeres entregaban vasijas, esponjas, paños, ungüentos y aromas, cuando les era requerido y el resto del tiempo permanecían atentas a corta distancia. Magdalena no se apartaba del Cuerpo de Jesús, pero Juan daba continuo apoyo a La Virgen e iba de aquí para allá, servía de mensajero entre las mujeres y los hombres, ayudando a unas y otros. Las mujeres tenían a su lado botas incipientes a su lado de boca ancha y un jarro de agua, puesto sobre un fuego de carbón. Entregaban a María y a Magdalena, conforme lo necesitaban, vasijas llenas de agua y esponjas que exprimían después en los recipientes de cuero.

La Virgen Santísima conservaba un valor admirable en su indecible dolor. Era absolutamente imposible dejar el Cuerpo de su Hijo en el estado en que lo había dejado el suplicio, por lo que procedió con inefable dedicación a lavarlo y a limpiarle las señales de los ultrajes que había recibido. Le quitó, con la mayor precaución la corona de espinas, abriéndola por atrás y contando una por una las espinas clavadas en la cabeza de Jesús, para no abrir las heridas al intentar arrancarlas. Puso la corona junto a los clavos, entonces La Virgen fue sacando los restos de espinas que habían quedado, con una especie de pinzas redondas y las enseñó con tristeza a sus compañeras. 

El divino Rostro de Nuestro Señor, apenas se podía conocer, tan desfigurado estaba con las llagas que lo cubría, la barba y el cabello estaban apelmazados por la sangre. María le alzó suavemente la cabeza y con esponjas mojadas fue lavándole la sangre seca. Conforme lo hacía, las horribles crueldades ejercidas sobre Jesús se hacían más visibles en el Rostro de Jesús y se acrecentaban herida tras herida. Lavó las llagas de la cabeza, la sangre que cubría los ojos, la nariz y las orejas de Jesús, con una pequeña esponja y un paño extendido sobre los dedos de su mano derecha. Lavó del mismo modo, su boca entreabierta, la lengua, los dientes y los labios. Limpió y desenredó lo que restaba del cabello del Salvador y lo dividió en tres parte, una sobre cada sien y la tercera sobre su nuca.

Tras haberle limpiado la cara, La Santísima Virgen se la cubrió después de haberla besado, luego se ocupó del cuello, de los hombros y el cuello, de los brazos y de las manos. Todos los huesos del pecho, todas las coyunturas de los miembros estaban dislocados y no podían doblarse. El hombro que había llevado la Cruz, era una llaga enorme, toda la parte superior del Cuerpo estaba cubierta de heridas y desgarrada por los azotes. Cerca del pecho izquierdo se veía una pequeña abertura, por donde había salido la punta de la lanza de Casio. Y en el lado derecho, el ancho corte por donde había entrado la lanza por donde había entrado la lanza que le había atravesado el corazón.

La Virgen María lavó todas las llagas de Jesús. Mientras Magdalena, de rodillas le ayudaba en algún momento, pero si apartarse de los pies de Jesús que bañaba con lágrimas y secaba con sus cabellos. La cabeza, el pecho y los pies del Salvador estaban ya limpios: el Sagrado Cuerpo, blanco y azulado como carne sin sangre, lleno de manchas moradas y rojas, allí donde se le había arrancado la piel reposaba sobre las rodillas de la Madre, que fue abriendo las partes elevadas, después se encargó de embalsamar todas las heridas, empezando por la cara.

Las santas mujeres arrodilladas frente a María, le presentaron una caja donde sacaba algún ungüento precioso con el que untaba las heridas y también el cabello. Tomó en su mano izquierda las manos de su Hijo, las besó con amor y llenó con ungüento y perfume las heridas de los clavos. Ungió también las orejas, la nariz y la herida del costado. No tiraban el agua que habían usado, sino que la vertían dentro de las botas de cuero, en las que exprimían las esponjas. Yo vi muchas veces a Casio ir a por agua a la fuente de Gihón, que estaba bastante cerca. Cuando La Virgen hubo ungido todas las heridas, envolvió la cabeza del Salvador en paños, mas no cubrió todavía la cara; le cerró los ojos entreabiertos y dejó reposar un tiempo su mano sobre ellos. Cerró su boca y abrazó el Sagrado Cuerpo de su Hijo y dejó caer su cara sobre la de Él.

José y Nicodemo llevaban un rato esperando en respetuoso silencio cuando Juan, acercándose a la Virgen, le suplicó que se separase de su Hijo para que le pudieran embalsamar, porque se acercaba el sábado. María abrazó el Cuerpo de su Hijo y se despidió de Él en los términos más tiernos. Entonces los hombres cogieron la sábana donde estaba depositado el Cuerpo y así lo tomaron de los brazos de su Madre y lo llevaron aparte para embalsamar lo. María Santísima de nuevo abandonada a su dolor, que habían aliviado un poco los tiernos cuidados dispensados al Cuerpo de Nuestro Señor, se derrumbó ahora con la cabeza cubierta en brazos de las santas mujeres. Magdalena como si hubieran querido robarle a su amado corrió algunos pasos hacia Él con los brazos abiertos, pero tras un momento volvió junto a la Santísima Virgen.

El Sagrado Cuerpo fue trasladado a un sitio más bajo y allí lo depositaron encima de una roca plana, que era un lugar adecuado para embalsamar lo. Vi como primero pusieron sobre la roca un lienzo de malla, seguramente para dejar que corriese el agua; tendieron el Cuerpo sobre ese lienzo calado y mantuvieron otra sábana extendida sobre Él. José y Nicodemo se arrodillaron y, debajo de esta cubierta, le quitaron el paño con el que lo habían cubierto al descenderlo de la Cruz y el lienzo de la cintura, y con esponjas le lavaron todo el Cuerpo, lo untaron con mirra, perfume y espolvorearon las heridas con unos polvos que había comprado Nicodemo y, finalmente envolvieron la parte inferior del Cuerpo.

Entonces llamaron a las santas mujeres, que se habían quedado al pie de la Cruz. María Santísima se arrodilló cerca de la cabeza de Jesús, puso debajo un lienzo muy fino que le había dado la mujer de Pilatos, y que llevaba Ella alrededor de su cuello, bajo su manto; después, con la ayuda de las santas mujeres lo ungió desde los hombros hasta la cara con perfumes, aromas y perfumes aromáticos. Magdalena echó un frasco de bálsamo en la llaga del costado y las santas mujeres pusieron también hierbas en las llagas de las manos y de los pies. Después, los hombres envolvieron el resto del Cuerpo, cruzaron los brazos de Jesús sobre su pecho y envolvieron su Cuerpo en la gran sábana blanca hasta el pecho, ataron una venda alrededor de la cabeza y de todo el pecho. Finalmente colocaron al Dios Salvador en diagonal sobre la gran sábana de seis varas que había comprado José de Arimatea y lo envolvieron con ella; una punta de la sábana fue doblada desde los pies hasta el pecho y la otra sobre la cabeza y los hombros; las otras dos, envueltas alrededor del Cuerpo.

Cuando la Santísima Virgen, las santas mujeres, los hombres, todos los que, arrodillados rodeaban el Cuerpo del Señor para despedirse de Él, se operó delante de sus ojos un conmovedor milagro: el Sagrado Cuerpo de Jesús, con sus heridas, apareció representado sobre el lienzo que lo cubría, como si hubiese querido recompensar su celo y su amor y dejarles su retrato a través de los velos que lo cubrían. Abrazaron su adorable Cuerpo llorando y reverentemente besaron la milagrosa imagen que les había dejado. Su asombro aumentó cuando, alzando la sábana, vieron que todas las vendas que envolvían el Cuerpo estaban blancas como antes y que solamente en la sábana superior había quedado fijada la milagrosa imagen. No eran manchas de las heridas sangrantes, puesto que todo el Cuerpo estaba envuelto y embalsamado, era un retrato sobrenatural, un testimonio de la divinidad creadora, que residía siempre en el Cuerpo de Jesús. Esta sábana quedó después de la Resurrección en poder de los amigos de Jesús; cayó también dos veces en manos de los judíos y fue venerada más tarde en diferentes lugares. Yo la he visto en Asia, en casa de cristianos no católicos; he olvidado el nombre de la ciudad, que estaba situada en un lugar cercano al país de los tres Reyes Magos. 



Ante todo, el cadáver presenta un rostro de una impresionante y grandiosa calma serena y de una belleza varonil infrecuente, en el que se acusan numerosos golpes, uno de ellos, seguramente un garrotazo, deforma la nariz con una posible fractura de cartílagos nasales. En la región molar derecha destaca la huella de un puñetazo con acusada hinchazón con varios regueros de sangre fresca que se empaparon en la tela funeraria.

Destaca claramente pecho y vientre del cadáver con un tórax levantado en fase inspiratoria, en el que se dibujan con gran relieve los múlsculos pectorales. Da la impresión de un tórax de atleta sobre un epigastrio deprimido, en hueco, cruzado por los brazos. La mano izquierda sobre la derecha presenta una herida en su cara dorsal; redonda y bien definida de la que parte un reguero de sangre que por la posición del cadáver aparenta ascendente... La herida es la salida del clavo que crucificó aquella mano pasando por entre los metacarpios a través del espacio de Destock. El reguero es la sangre que se deslizó desde la herida buscando el codo... Esta mano aún presenta una estructura normal, con el pulgar en oposición por la lesión de los nervios medianos y los dedos ligeramente flexionados.

Pero por debajo de esta mano izquierda asoma una horrible, mano derecha, cuyos dedos índice y medio están completamente dislocados y proyectados hacía delante, tanto que sobrepasa el índice su longitud normal en casi un centímetro y medio. No presenta además la semiflexión característica de la otra mano, sino una forzada rigidez. Esto revela que la mano derecha debió ser mal clavada, o sea, que no encontró el verdugo el espacio de Destock y clavó el clavo forzando la unión entre el escafoides y el hueso grande, por encima del trapezoide, empujando así el estiramiento forzado del dedo. En el antebrazo derecho también aparece el reguero de sangre.

En la parte del tórax y en el vientre destacan en el plano anterior numerosas huellas de los azotes, que también se observan formando abanico en la parte alta de los muslos, sobre todo en el derecho, y en la parte anterior de las piernas. Esto permite curiosas observaciones, como la de que uno de los verdugos flageladores era más alto que el otro, usando dos instrumentos de tortura distintos, el uno el clásico “flagrum” con sus tres ramales rematados con dos bolitas de plomo cada uno. Cada golpe del “flagrum” da tres latigazos que producen además cada uno dos contusiones más o menos intensas con los plomos. El otro instrumento es el “flagellum” formado por dos tiras de correas que cada una tenía en su terminación un pasador metálico que terminaba en dos bolitas. Estas bolitas era algo así como una minúscula pesa de las que antiguamente se usaban en los gimnasios formada por dos esferas de hierro unidas por una barra.

Según el doctor Pedro Barbet, uno de los que con más entusiasmo han estudiado la Sábana Santa de Turín, se cuentan: en el dorso de Jesucristo más de cien, tal vez unas ciento veinte lesiones. Esto hace su poner que los verdugos descargaron en conjunto unos sesenta golpes, calculándose que cada instrumento, tenía dos ramales. Debe observarse que sólo los golpes que produjeron heridas han quedado marcados en la Sábana, pero no aquellos que sólo acardenalaron la piel, pues las equimosis no pueden producir imagen, alguna.

Lo que sí queda fuera de duda es que se rebasó el máximo de cuarenta golpes de la costumbre judía. Si le atribuímos diecinueve golpes a cada uno de ellos, el del “flagrum” con sus tres ramales habrá producido cincuenta y siete latigazos y el del “flagellum” de dos ramales, treinta y ocho, que sumados dan noventa y cinco, número muy inferior al contado por el doctor Barbet. No es pues, cálculo exagerado el de cincuenta golpes por verdugo. Como lógicamente golpeaban alternativamente y no ambos a la vez, hay que calcular que la flagelación duraría de cuarenta a cuarenta y cinco minutos.

En ambas rodillas se aprecian claramente las lesiones producidas por las caídas en los desfallecimientos bajo el ingente peso de la Cruz. Son lesiones clásicas, redondeadas, profundas y de bordes anfractuosos. Sobretodo en la rodilla derecha se aprecian tres: una grande, central y dos más pequeñas que pueden atribuirse a dos guijarros pequeños y de bordes cortantes que bajo el peso del cuerpo se clavaron en la maltrecha rodilla.

Página oficial: www.sindone.org
Visión profética de la Sábana Santa de Ana Catalina


Juan Pablo II: 
-"Lo que realmente cuenta para los creyentes es que la Sabana Santa es espejo del Evangelio".
-"Todo hombre sensible se siente interiormente tocado y conmovido al contemplarlo","con libertad interior y cuidadoso respeto, tanto de la epistemología científica como de la sensibilidad de los creyentes", "sin posiciones preconcebidas que den por descontado resultados".
-"Imagen del sufrimiento humano", "que revela y esconde".
-"Recuerda al hombre moderno, el drama de tantos hermanos y lo invita a interrogarse sobre el misterio del dolor para profundizar en sus causas".
-"La Sábana Santa no sólo nos lleva a salir de nuestro egoísmo, sino que además nos permite descubrir el misterio del dolor, que santificado por el sacrificio de Cristo, genera salvación para toda la humanidad".
-"Es el pecado, los pecados de cada ser humano"
-"Al hablarnos de amor y de pecado, la Sábana Santa nos invita a imprimir en nuestro espíritu el rostro del amor de Dios".

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