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domingo, 6 de febrero de 2022

Estrategia en Ucrania y metafísica: ¿qué queremos?, ¿tradición nacional o Agenda 2030?

Estrategia en Ucrania y metafísica: 
En verdad, ¿qué queremos?, 
¿tradición nacional o Agenda 2030?
Por Alfonso de la Vega
Los líderes de la OTAN posan en el inicio de una cumbre

En unas recientes declaraciones al periodista Alexander Oleksyuk, de la publicación Good News, recogidas por la revista Katehon, el filósofo ruso Alexander Dugin, autor de la Cuarta Teoría política y bestia negra del Deep State occidental que incluso tiene prohibida la entrada en USA, comentaba algunos textos del gran Dostoievski.

Así, por ejemplo, la afirmación del novelista en una carta a A. N. Maikov de agosto de 1867, (Ginebra): “Estaba aún más convencido de mi idea anterior: que es en parte beneficioso para nosotros que Europa no nos conozca y nos conozca tan vilmente”.

Dugin abunda en ello con estas palabras: “¡Claro que es beneficioso! Verdad absoluta: los europeos no entienden a los rusos. Es interesante que los rusos puedan entender a los europeos: pueden convertirse en occidentales, sin dejar de ser rusos. Los rusos pueden entender muy bien la identidad europea, profunda y sutilmente, pero no funciona a la inversa. Una persona europea entiende mucho mejor a un exótico indio, musulmán, africano o latinoamericano, porque no se parece en nada a él, pero no al ruso. El ruso es mitad similar y mitad no. Esto es algo que un europeo no puede dominar”.

Ahora el segundo punto: ¿es beneficioso para nosotros o no? Rentable, en el sentido de que siempre estamos ocultos, y si están ocultos, libres de aquellos que nos observan, intentan calcular y, habiendo calculado, intentan usar. De hecho, Occidente logró colonizar a casi todos menos a Rusia. Fue precisamente por el hecho de que no podían entendernos del todo, y en nuestro lugar había una caricatura vil que podía ser tratada fácilmente. Pero cuando llegaron los ejércitos europeos, vieron que no todo era así en absoluto…

Esto es lo que significa la caricatura de la que habla Dostoievski. No se nos presenta como quienes somos. Generalmente somos diferentes y somos incomprensibles para ellos. Esta es una de las sorpresas. Una de las consecuencias de esta fórmula fundamental de Dostoievski. Sin embargo, nosotros mismos somos a menudo incomprensibles”

Esa incomprensión no es solo de ahora ni tiene los mismos motivos. Pero, en plena crisis mundial, ahora con el pretexto ucraniano, ¿qué es lo que se puede entender sobre los rusos más allá de la propaganda de “buenos” y “malos”?

En la Rusia actual, más que de comunismo, como en la pasada etapa soviética, cabría hablar de nacionalismo en el sentido de protección de su cultura, de su forma de entender la sociedad vinculada al cristianismo, lejos de los abusos y atrocidades de la posmodernidad occidental; también de sus vastos recursos naturales, y de rechazo a una globalización sometida a los deseos voraces, liberticidas e insaciables de la plutocracia unipolar.

Porque ante una UE subordinada a intereses ajenos, en descomposición, presa de la corrupción, el multiculturalismo, leyes inicuas como la de género, es normal que se intenten poner barreras los que no están de acuerdo con tal estado de cosas.

No deja de ser curioso sino asombroso que, a estas alturas, sea Rusia la gran potencia mundial que aún defiende el cristianismo como alta forma de civilización, frente a la actual degradación de Occidente, en el que muchas de sus instituciones, traicionando su razón de ser, conspiran contra la sociedad para pervertir sus valores tradicionales y degradar la dignidad de la gente.

Pensadores censurados por su heterodoxia y peligrosidad para el tenderete globalista liberticida, como el ya citado Alexander Dugin, creen que resulta preciso revivir el Dasein (Ser ahí) heideggeriano para que nuestras sociedades y culturas nacionales no perezcan por las agresiones de la globalización, tal como se viene entendiendo y ejecutando. Heidegger pensaba que el olvido del Ser llevaba al predominio absoluto de la técnica y al nihilismo. Precisamente, una de las ideas fuerza del Gobierno tecnocrático del NOM y de la Agenda 2030 es la promoción de la I A y el transhumanismo. Robots sin alma.

Heidegger no es el único. En la Francia que fuera modelo cultural de la Rusia ilustrada de Dostoievski también existen otros autores con formulaciones similares. René Guenon decía que “lo que mejor caracteriza a la sociedad occidental es su pérdida del sentido de la metafísica”.

Otro francés, más de actualidad, el candidato presidencial Eric Zemmour, autor de libros muy lúcidos contra los dogmas de la corrección política progre, como El Suicidio francés, entiende que lo verdaderamente relevante hoy como gravísima amenaza actual para Francia (y para toda Europa incluida España) es el globalismo y el islam: Estamos atrapados entre esos dos universalismos. El globalismo genera zombis desarraigados. La cuestión de la identidad precede a todas las demás, preexiste a todas, incluso la soberanía. Para recuperar el discurso nacional, cívico, republicano, lo primero es recuperar la identidad, en este caso francesa.

En la Rusia antigua, tradicionalmente, se solían distinguir tres tipos de eslavos orientales. Los rusos o gran rusos, los rusos blancos y los ucranianos (de “Ucraína”, la frontera, la Pequeña Rusia de los zares). Frente a Novgorod la Grande, la primera capital donde se despertase la conciencia nacional rusa estaba en Kiev, la Rusia de Kiev, desde Oleg (siglo X). Su viuda, Olga, se bautizó y comenzó la etapa de cristianización rusa.

En el siglo XIII han de enfrentarse a la amenaza sueca y teutónica. En 1240, mientras Alexander Nevski aún celebraba sus victorias sobre ellos, los tártaros, dirigidos por un sobrino de Gengis Kan, saqueaba Kiev. Desde entonces, la reunificación de las tierras rusas con un centro único no era una idea solo de Moscú, aunque sería quien lo llevara finalmente a cabo, una vez vencidos definitivamente los tártaros. Se consolida desde entonces la autocracia moscovita.

Ya en el siglo XIX, era vista con interés la cuestión rusa. Por ejemplo, el marqués de Custine editaba un libro en Bélgica, Rusia en 1939, que mostraría algunas de las constantes europeas occidentales de prejuicios más o menos fundados contra Rusia. Sus tesis básicas es que Rusia era un país de semibárbaros, gentes sin dignidad, que mantienen su brutalidad bajo una capa de supuesta civilización europea. Carecen de una cultura propia que no sea de imitación. Resultarían poco fiables por su peligrosidad, debida a esa posición de inferioridad, que les haría vengarse en las más avanzadas naciones europeas. Custine proponía recuperar el espíritu patriótico y las bases tradicionales de su civilización en Europa occidental como protección contra la posible deriva revolucionaria violenta rusa.

Ironías de la Historia, la situación hoy probablemente sea la opuesta a la denunciada entonces por el marqués de Custine. La nueva Rusia paradójicamente pretendería mantener la tradición nacional ante el avance globalista posmoderno, con toda su parafernalia de devastación de la sociedad y la civilización.

Ahora bien, en relación con estas cuestiones nacionales, ¿para qué sirve hoy la OTAN? Desnaturalizada su razón de ser original, la OTAN se ha convertido en un brazo armado del globalismo tecnocrático proNOM, y pretende extenderse para terminar de acogotar a Rusia. En cierto modo, el conflicto ucraniano lo es entre naciones y globalismo. El golpe de Estado totalitario pro occidental y antiruso de 2014 pudiera considerarse su inicio. En cambio, a las naciones europeas occidentales les interesaría, al menos, coexistir pacíficamente con Rusia, promover el intercambio comercial, consolidar la estabilidad de los suministros energéticos necesarios para su actividad económica y bienestar, y tratar de promover la integración en una comunidad de intereses. Y no solo de intereses. También de lo que les une espiritual y culturalmente.

Fue el golpe de Estado de febrero de 2014 con los acontecimientos posteriores lo que provocó que Ucrania se convirtiera en un foco de desestabilización de toda la región, siguiendo la antigua idea de Zbigniew Brzezinski, cofundador de la Trilateral con Rockefeller, organización protecnocracia plutocrática globalista, de que Ucrania debería pasar a formar parte del cinturón de seguridad europeo.

Una forma de presión sobre Rusia. Pero la política exterior de Moscú ha querido dejar claro que no tiene la intención de observar callada la expansión adicional de la OTAN hacia el Este. Ni Ucrania ni Georgia. Una ampliación que está en su derecho de entender como muy peligrosa.

Han sido muchos los países admitidos en la OTAN y recibieron garantías militares estadounidenses después de 1991: República Checa, Eslovaquia, Rumania, Bulgaria, Hungría, Polonia, Eslovenia, Lituania, Letonia, Estonia, Albania, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte. Estos 14 nuevos miembros de la OTAN representan una expansión más audaz de los compromisos militares americanos que la creación original de la OTAN, cuando la alianza se encargó de proteger a 10 países de Europa Occidental contra el comunismo.

Hoy, la OTAN protege a 29 países que se extienden hasta Europa del Este; lo que no deja de ser pintoresco debido a su nombre: Atlántico Norte. ¿Ahora también Ucrania? La Ucrania posgolpista busca unirse a la OTAN y, por lo tanto, obligar a USA a luchar contra Rusia de su lado, y la OTAN mantener a los actuales dirigentes ucranianos.

Al final de la Guerra Fría, un pacto entre Gorbachov y Baker determinaría que Rusia aceptaría la unificación de ambas Alemanias si USA garantizaba que la OTAN no se movería más hacia el Este. Sea como sea, no se ha cumplido esta condición, lo que Rusia entiende como una amenaza. Si Ucrania se uniera a la OTAN, la Alianza tendría una frontera terrestre de 1.200 millas con Rusia, una situación difícil de gestionar. Es como si las tropas del antiguo Pacto de Varsovia se desplegasen en las fronteras de Canadá o México.

Si se me permite la ironía, una jugada “maestra” que indicaría lo absurdo de esta situación es que, globalismo aparte, Rusia pidiese también la entrada en la OTAN. Así se llevaría la frontera del “Atlántico Norte” nada menos que hasta el océano Pacífico.

Pero, para acabar sin que esto se haga demasiado largo, volvamos al principio, con Dugin y Dostoievski: “Soy una criatura temblorosa, ¿o tengo derecho?” (Crimen y castigo). A lo que responde Dugin: “Esta pregunta siempre me ha interesado. Incluso escribí un ensayo sobre ‘Crimen y Castigo’ en la escuela, y la maestra se sorprendió mucho, porque argumenté que no podemos entender ‘Crimen y Castigo’ sin un trasfondo religioso. Que esto no es la protesta social de Raskolnikov, sino que se está resolviendo el tema de la religión y la profundidad de la moral cristiana. No recuerdo qué evaluación me dieron, todo esto iba en contra de la posición soviética.

La pregunta está mal planteada. ‘Criatura’ es una creación de Dios, es algo dotado de una libertad colosal, y es precisamente porque somos criaturas, es decir, creados por Dios, no estamos temblando, pero tenemos el derecho, tenemos plena responsabilidad por el destino de ser.

Desde el sentido directo -la oposición del principio obstinado y el principio del humilde, sumiso, dispuesto a cualquier compromiso- debemos impulsar y repensar el contenido de esta fórmula. Si no fuéramos creados por Dios, entonces no seríamos libres.

A propósito, ¿a qué llega la civilización tecnocrática moderna? Dicen: las personas aparecieron de los animales, respectivamente, en el futuro, las personas pueden transferir la iniciativa a la inteligencia artificial. Con tales insumos, la humanidad se sumerge en cadenas fatales, mecánicas, absolutamente fatales de relaciones de causa y efecto, precisamente porque en este caso las personas no son creadas, es decir, no tienen ningún derecho, porque son códigos genéticamente calculados. Es decir, son nuestras criaturas nos hace no temblorosos, sino libres, responsables y con todos los derechos en este mundo.

Por supuesto, es necesario cambiar la situación con el viejo prestamista, por supuesto, es necesario cambiar la situación social, por supuesto, es necesario corregir, transformar el mundo, espiritual, cultural, social, naturalmente. Las personas deben contribuir a la transformación del mundo. Esto se llama cotrabajar con Dios. Parece como si Dios hiciera todo esto sin nosotros. Y no lo hará. Somos lo que él hace. Somos sus ojos, manos y mentes…”

Dugin, como antes Dostoievski, o el también citado Heidegger, pone la mano en la herida. La batalla en la que estamos incursos, sin duda, puede tener escenarios en diversos lugares geográficos como ahora Ucrania, pero en último lugar se desarrolla en la conciencia humana. En verdad, ¿qué queremos?, ¿tradición nacional o Agenda 2030?

*Ingeniero agrónomo, escritor y analista político

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