La Ley Trans: una agresión contra la humanidad,
una subversión de la biología, una guerra
contra la ley natural y espiritual
28 OCT 2022
No hay nada reversible en la cirugía genital: es una mutilación permanente e irreversible de la persona. Y no hay otra palabra para ello. […] Estamos hablando de la persona humana como una unidad de espíritu y forma […] hay una integridad en la masculinidad y la feminidad con la que estamos hechos. […] Los nervios conectados a una vagina siempre se registrarán en el cerebro como una vagina, incluso si ahora son parte de un pene construido quirúrgicamente, y viceversa […] porque el cerebro siempre registra los nervios genitales como procedentes de su órgano de origen.
He querido empezar el artículo con estas esclarecedoras palabras del doctor J. M. Laap –que ya cité en textos anteriores— porque son una luz a la vez que esperanza en este tenebroso ataque a la naturaleza del ser humano, en sus ámbitos biológico, psicológico y espiritual.
La Ley Trans del gobierno socialcomunista de España nos ha estallado en la cara y ahora no sabemos qué hacer con este esperpento servido en bandeja de plata. Es la esperada criatura del parto de la Ley integral de violencia de género, que supone un injusto acoso continuado contra los hombres para justificar el invento feminista del constructo social y el patriarcado, base de esta ideología totalitaria. Hace años que venimos advirtiendo sobre esta doctrina laicista y sus variados flecos germinados en las mentes desequilibradas de ideólogas del siglo pasado, la mayoría lesbianas o protagonistas de vidas desestructuradas y sentimientos atrabiliarios; entre ellas, Margaret Sanger, Margaret Mead, Bella Abzug, Shulamit Firestone, Kate Millet, Germanine Greer, Simone de Beauvoir, todas ellas con graves desequilibrios mentales. Prueba de ello son sus obras y sus dichos, aunque alguna en su madurez se arrepintió de sus errores del pasado. También ha habido algún coadyuvante masculino, de psiquismo complicado, como Alfred Kinsey, cuya influencia sigue vigente hoy.
Todo esto no ha llegado de la noche a la mañana. La responsable de la implementación de esta ideología es la ONU, a través de las Conferencias sobre la mujer: la de Viena en 1993, El Cairo en 1994 y Pekín en 1995. Esta última fue definitiva. En ella quedó asentado el feminismo de género de manera oficial, con el cometido de su adopción por parte de los Estados y la presión a los legisladores para introducir nuevas leyes ad hoc. El resultado de un terreno abonado durante años por parte de los gobiernos –mayoritariamente de izquierdas, ayudados por la derecha— y el apoyo servil de los medios de comunicación ha facilitado el enraizamiento de ideas contranatura sobre las que no se ha permitido un debate público, ni siquiera opiniones aisladas en contra, so pena de amonestación, sambenito homofóbico o incluso de perder el trabajo. Esta dinámica de pensamiento único es la alfombra roja de la Ley Trans que ahora nos desborda, como lo fue para el aborto y otras leyes censurables.
Hace un año, a propósito del anteproyecto de la Ley Trans aprobada en el Consejo de ministros del gobierno de España, escribí:
“Es de extrema gravedad tratar de enmendarle la plana a la naturaleza, jugando a la creación de seres amorfos, que no se sabe bien qué son, salvo por la etiqueta y, a veces, ni eso. Vivimos unos tiempos de auténtico disparate en lo relativo al sexo y sus múltiples géneros y variantes. Los ideólogos de estas nuevas tendencias deciden que se puede ser hombre o mujer por decreto, o incluso ambas cosas a la vez. Son mentes perversas, cuyas caras no conocemos, que padecen el delirio de ser dioses. Los políticos y legisladores de turno son meras marionetas de este sistema corrupto global, empeñado en cambiar el mundo. Eso no quiere decir que no se encuentren en su salsa trabajando para el Mal. Por eso están ahí en estos momentos de fin de ciclo”.
El anteproyecto de la “ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI” es uno de los mayores esperpentos presentados ante una cámara de representantes tradicionalmente respetable en el imaginario colectivo. Es una suerte de venganza contra la ley natural. Una parodia de la genitalidad, que lleva a la perversión de las conductas.
La ley, pretendiendo favorecer a un colectivo, es surrealista cien por cien, además de totalitaria. Querer presentar una situación anómala como paradigma raya en lo patológico, por mucho que se nos quiera vender que la sociedad está poseída por el espíritu de Foucault y que la gran mayoría es practicante del poliamor y demás aberraciones “queer”. Nada que ver con la realidad. La gente es mucho más normal de lo que exhiben las teles en sus shows.
Además, el soñado proyecto de Ley llega precedido de un gran fraude perpetrado nada menos que por el fiscal general del Estado –léase gobierno— al esconder un detalladísimo y crítico informe de la Fiscalía de la Sala Civil del Supremo, que no solo cuestiona varios puntos, sino que alega la falta de justificación del texto.
La Ley ha hecho saltar varias alarmas que hasta ahora habían permanecido prácticamente en silencio: algunas asociaciones de padres, médicos a título personal y algunos colegios, profesionales de la psiquiatría y la psicología, así como algunos periodistas y medios de comunicación del ala conservadora. No obstante, nos parece muy escasa la disidencia ante una ley que traerá gravísimas consecuencias, no solo en el ámbito individual de los afectados, sino para la sociedad en bloque, dado que, aparte de las secuelas físicas, supone una subversión de la biología y del orden natural y espiritual.
Según el nuevo texto de la Ley Trans, cualquier persona puede cambiar de sexo sin necesidad de dictamen médico; simplemente con su deseo expreso y un simple trámite administrativo. Los menores tendrán capacidad de decidir libremente su reasignación, simplemente manifestando en su centro escolar su deseo de ser chico o chica. El centro deberá acatar el deseo del menor, sin consentimiento de los padres y aun con su oposición. Si el centro se niega, será multado y en el caso de los progenitores, se les podrá retirar la patria potestad y estos pasarán a depender del Estado.
Con la nueva ley no será necesaria la operación de cambio de sexo, y el tratamiento hormonal será opcional. Es decir, un hombre que se ha registrado como mujer, podrá pasearse con su pene intacto y, lleve pechos postizos o no, tendrá todas las prerrogativas de las mujeres. Se les concede también el derecho de engañar ya que, en caso de que el sujeto tenga total apariencia de mujer, no está obligado a confesar su auténtico sexo a sus posibles parejas y que, por tanto, nunca podrá concebir un hijo. Pero hay más en esta corriente distópica: si cuando se descubre que la persona con nombre de mujer no es tal, a pesar de su apariencia, y es rechazada, esta podrá denunciar a su pareja por discriminación, homofobia o incluso por violencia de género, un saco donde cabe todo. Podrán además cumplir condena en cárceles de mujeres, con el consiguiente riesgo de violación como, de hecho, ya ha ocurrido. Por no hablar de su incursión en el deporte femenino, que conducirá a todo tipo de fraudes e injusticias. ¡Pero nadie se atreve a hablar de esto en los medios oficialistas!
Siendo un horror en su totalidad, lo peor de esta ley es que tanto los padres como los propios involucrados –sean estos homosexuales, lesbianas o trans— están maniatados, dado que no les permite una rectificación, aunque lo soliciten. Así se especifica en la ley:
“… se prohíben las terapias de conversión, aversión o contracondicionamiento destinadas a modificar la orientación, identidad sexual o la expresión de género de las personas, con independencia de que esta haya dado su consentimiento”.
Es decir, les prohíben acudir a un psicólogo si vislumbran la posibilidad de poder vivir en armonía con su propio sexo de nacimiento, casarse, tener hijos y formar una familia. Un atentado contra la libertad. Pero hace años que está prohibido tratar este tipo de disfunciones en consulta. Hay orden de transferir a estas personas a los chiringuitos del género para que las adoctrinen y les llenen la cabeza de ideas basura. Las teorías que han desarrollado en los últimos años, totalmente acientíficas, con sus eufemismos y jerga propia, son de juzgado de guardia, si estos sirvieran para lo que fueron creados.
Es muy preocupante que esta ley sea uno de los apoyos de oro a los objetivos marcados en la Agenda 2030 sobre la infancia. Los niños han sido siempre el caramelo de los regímenes totalitarios y de organizaciones como la citada y nefasta IPPF y la ONU, a través de UNICEF, que bajo su manto blanco esconde oscuros planes de corrupción de menores.
Bajo el paraguas de estas leyes cargadas de ideología y totalmente acientíficas, los llamados “niños trans” son sometidos a tratamientos hormonales muy agresivos para sus edades. Muchos profesionales de la salud auguran oleadas de suicidios en un futuro no muy lejano. El médico endocrino infantil, Quentin Van Meter, considera que las operaciones de cambio de sexo se están haciendo muy a la ligera, sin prever las consecuencias, y nos recuerda el experimento de género con los gemelos Reimer, que acabó en un considerable drama que la ciencia oculta y que desmonta la teoría del constructo social del género y su dogma sobre el patriarcado.
A pesar de las opiniones en contra, la Ley Trans se tramitará en el Parlamento y saldrá adelante con vítores y sin apenas reformas, lo mismo que otras leyes ideologizadas. Quizá nos merezcamos este oprobio. Quizá sea el precio a nuestro silencio de años. Nos callamos cuando se impuso el “todos y todas” o se prohibió en los centros de enseñanza y en la sociedad en general hacer cualquier referencia a lo masculino y a lo femenino, como elementos diferenciadores. Ahí empezó nuestra corrupción ciudadana. Nuestra tibieza nos ha hecho cómplices de que todo lo relacionado con el género y su ley de violencia contra la mujer esté por encima de la ley misma y la Constitución. El género es una cuestión prioritaria de las élites globalistas, porque conduce al caos, del que tanto provecho sacan, y a la destrucción de nuestra identidad humana. O trabajamos duro o la batalla de las ideas se perderá para siempre.