Ucrania: ¿de quién es la guerra?
Por Eduardo Arroyo
8/10/2022
Quién no sepa nada de los neoconservadores estadounidenses no sabe nada de la política internacional de los últimos 30 años. Así que mejor que se vaya a estudiar. Pero por cortesía diremos que es un “lobby” de presión de antecedentes comunes en la extrema izquierda estadounidense, militantes ardientes del entorno pro-israelí, que consiguieron diseñar toda la política exterior norteamericana después de los atentados del 11/S.
Su acción ha sobrevivido a todas las administraciones estadounidenses desde entonces y ellos significan la negación absoluta de una palabra que hoy día se escucha en boca de todos: el término de “geopolítica”. ¿Por qué? Pues porque los que manejan esta palabra -unos con fundamento, otros con un esnobismo que busca solo el prestigio de lo aparentemente complicado- creen que la política internacional funciona por necesidades de la ubicación de los países con relación a otros, así como en función de recursos propios y necesidades de materias primas, etc. La “geopolítica” es para estas personas algo similar al papel que la economía jugaba en el marxismo clásico: la superestructura en función de la cual todo lo demás eran meras estructuras. Esto es falso porque, si bien economía y geopolítica son factores de peso que pueden condicionar, lo que mueve la política internacional, y especialmente la de hoy día, han sido siempre las ideas, la voluntad de imponerse y la concepción del mundo en el sentido de lo que se quiere hacer con el poder y de cómo se desea que funcionen las cosas.
A modo de ejemplo, la idea de un Reino Unido en la línea del imperialismo nacionalista victoriano, movido exclusivamente por motivos de egoísmo nacional, tiene muy difícil explicar el desastre de las sanciones anti-rusas que amenazan con destruir la misma economía británica. Así mismo, el pasado 28 de septiembre, el digital austriaco “Heimat-Kurier” informaba de las tres guerras interétnicas que están ahora teniendo lugar en suelo británico: jamaicanos contra pakistaníes, sunitas contra la comunidad ahmadía y turcos contra kurdos (“Großbritannien: Multikulti droht der Super-GAU”, 28.9.2022). Nos preguntamos si William Pitt “el viejo” hubiera tolerado esta situación en suelo inglés o si más bien esta situación se ha generado por el contagio de una enfermedad común a todos los pueblos europeos, surgida por imposición de ciertas élites, que ha hecho del Reino Unido un país que trabaja por su propio suicidio.
Dicho esto, la guerra en Ucrania es bastante diferente de lo que nos cuentan los medios. Rusia ha telegrafiado, casi literalmente una y otra vez, su oposición a la ampliación de la OTAN hacia el este y ningún interés vital occidental dependía de dicha ampliación. Cualquier intento de ampliar más aún la OTAN constituye para Rusia una amenaza y siempre lo han dejado muy claro. Dado que la OTAN nació como respuesta defensiva a la alianza militar del Pacto de Varsovia, ¿qué razón tiene hoy de existir? ¿Existe aún alguna alianza militar para contrarrestar al imperio Austro-Húngaro o al Califato Omeya? ¿Por qué existe la OTAN entonces? Por ejemplo, si Suecia y Finlandia convivieron como neutrales con la URSS, ¿por qué no pueden convivir ahora con Rusia?
El gobierno de Kiev ha “gestionado” las aspiraciones de las regiones del país étnicamente rusas de manera desastrosa. Por esta razón, si Occidente debía de intervenir tenía que hacerlo exclusivamente para preservar una paz que a todos interesa y a nadie perjudica. Pero incluso, una vez producida la archi-anunciada invasión, había que trabajar a marchas forzadas por la paz, no por provocar una escalada de tensión como hacen ahora los medios occidentales: en España, desde “El País” hasta “La Razón” pasando por eldiario.es, desde el PSOE hasta VOX, todos repiten lo mismo. E igual sucede en el resto de Occidente. En EEUU es curioso ver desde Lindsey Graham a Mitch McConnell, desde Chuck Sumer a Nanci Pelosi repetir una y otra vez una retórica ultra-belicista pidiendo una mayor implicación en Ucrania, sin duda todos ellos “asesorados” por ciertos “expertos” y por una cierta presión mediática.
En esta guerra ideológica, juegan un papel muy especial los “neoconservadores” estadounidenses. Ellos piensan que los EEUU deben desempeñar en el mundo el papel de policías para imponer un cierto modelo de sociedad global. Esto, desde luego, no está en el interés de los estadounidenses normales, que buscan simplemente hacer su vida, sino solamente en la mente de ciertos visionarios capaces de hipotecar al mundo entero en beneficio de sus ideales.
Igual que en la guerra de Iraq en 2003, los mismos -con nombre y apellidos- que tramaron e impulsaron la “War on Terror” a base de acusar a todos los críticos de estar aliados con Al-Qaeda, ahora se han embarcado en un nuevo proyecto que amenaza con ser más catastrófico aún que sus anteriores aventuras: la guerra contra Rusia. Efectivamente, aupados a hombros de la izquierda “liberal” estadounidense, se construyen una formidable credibilidad a base de intervenciones y contratos con la CNN y con NBC News, mientras que escriben columnas en “The New York Times” o “The Washington Post” y son portada de “The Atlantic” o “The New Yorker”. A este respecto las cosas no han cambiado esencialmente. Solo que ahora los críticos son “agentes rusos” y en esa categoría caen todos los que se resisten a apoyar una de las guerras más estúpidas de la historia: desde el “paleo-conservador” Pat Buchanan hasta el troskista Bernie Sanders, todos ellos están “a sueldo del Kremlin”.
Bill Kristol, director del ya desaparecido “The Weekly Standard”, sale regularmente en MSNBC, donde regurgita todo su belicismo irracional, para consumo de la izquierda estadounidense en pleno. Robert Kagan -marido de la golpista profesional del “Euromaidan” ucraniano en 2014- Victoria Nuland, intoxica a través de sus columnas en “The Washington Post”. Así mismo, dos puntales del “partido de la guerra” son muy populares en los editoriales de ese mismo diario: Jennifer Rubin y Max Boot, donde azuzan para una nueva guerra en Europa.
Bill Kristol
Jennifer Rubin
Max Boot
Y hay más aún. Los antiguos directores de la CIA John Brennan y de la NSA Michael Hayden, así como el también antiguo director de Inteligencia Nacional James Clapper, todos ellos con George W. Bush, son ahora estrellas televisivas, lo cual aprovechan para acusar de “antiamericanos” a todos los que no les dan la razón en la locura de Ucrania.
John Brennan
Michael Hayden
James Clapper
David Frum
Pero quizás el peor de esta neo-inquisición de la guerra sea el siniestro David Frum. Este hebreo canadiense escribía a principios de la década del 2000 los discursos de George W. Bush; hoy es editor de “The Atlantic” y también colaborador de MSNBC. A él se le atribuye la expresión de “eje del mal”, que hiciera fortuna hace 20 años. Frum es el paradigma más evidente de las tres características que más unen a los conservadores: En primer lugar, el apoyo incondicional al Estado de Israel, que sirve para justificar a éste haga lo que haga, al amparo de la hegemonía militar global estadounidense. De ahí que en el “The Weekly Standard” de Bill Kristol, se acuñara el término “islamofascismo” para justificar guerras interminables en cercano oriente, varios países destruidos y miles de millones de dólares gastados. La historia de la “palabreja” puede consultarse en: “What Is ‘Islamofascism’? A History of the Word from the First Westerner to Use it” (The Weekly Standard, 17.8.2006). No es descartable que la hostilidad que los EEUU muestran hacia Rusia proceda de la alianza de ésta última con Siria, donde Rusia mantiene una base en Tartús.
En segundo lugar, la gente como Frum muestra un apetito insaciable de nuevas guerras y nuevos bombardeos. Para ellos, todo el dinero que puedan imaginarse es escaso para pagar una nueva guerra, para financiar una guerrilla o para involucrarse en no se sabe qué país en el que la realidad no cuadra con sus deseos. Y todo con la excusa de “promover la democracia”.
Por último, la tercera característica es el espíritu inquisidor con el que persiguen por ”anti-patriotas” a los que se oponen a nuevas guerras, a nuevas implicaciones letales en las que -¡cómo no!- van a morir los hijos de los demás.
Frum, a este respecto, ha perfeccionado su técnica por espacio de dos décadas. Allá por marzo de 2003, Frum escribía un artículo en “The National Interest” -buque insignia del conservadurismo estadounidense- titulado “Unpatriotic conservatives” (25.3.2003) en el que primero señalaba diciendo: “Puede que usted conozca los nombres de los conservadores que se oponen a la guerra. Algunos son famosos: Patrick Buchanan y Robert Novak. Otros no lo son: Llewellyn Rockwell, Samuel Francis, Thomas Fleming, Scott McConnell, Justin Raimondo, Joe Sobran, Charley Reese, Jude Wanniski, Eric Margolis y Taki Theodoracopulos.” Luego sentenciaba: “Pero los conservadores contra la guerra han ido mucho más allá de la defensa de estrategias alternativas. Han hecho causa común con los movimientos izquierdistas e islamistas contra la guerra en este país y en Europa. Niegan y excusan el terror. Propugnan un derrotismo potencialmente autocumplido. Publicitan teorías de conspiración salvajes. Y algunos de ellos anhelan explícitamente la victoria de los enemigos de su nación”. Tras este párrafo todo se dispara: como si fuera un editorial de eldiario.es sobre la “ultraderecha”, se desencadena un “totum revolutum” en el que el autor dice quién es bueno y quién es poco menos que un monstruo en un torbellino de datos imprecisos, en el cual la culpabilidad por asociación -con Hitler, el KKK o quién sea- funciona a marchas forzadas.
Esto era en 2003 pero el modus operandi no ha variado en absoluto. Lo que importa, para ellos, es salirse con la suya, incluso contra todas las evidencias “geopolíticas” de acuerdo con las que EEUU debería de estar haciendo esto o aquello, y no arriesgando a su pueblo y al mundo a la destrucción en una guerra nuclear. Así, hoy por hoy, todos los que creemos que las fronteras de Ucrania no son los suficientemente importantes para que el mundo entero se enzarce en una guerra catastrófica estaremos en el punto de mira de Frum y de gente como él.
Por supuesto, ni uno de estos personajes resultó elegido en las urnas. Pero ayudándose unos a otros, prestigiando al de al lado como recurso al propio prestigio, han conseguido sentarse -bien cómodamente- en el asiento de atrás de la política de los EEUU. Y llevan ahí desde hace mucho, ahora aconsejando a un presidente senil cuyo lenguaje belicoso pone los pelos de punta.
Como nada de esto que hemos dicho aquí forma parte de una conspiración oculta, sino que es algo bien urdido a las claras para todo aquél que se moleste en estudiar la cuestión, téngase en cuenta a este grupo de presión para todos los análisis que quieran hacerse sobre los tiempos que vivimos. Lo contrario será un estudio necesariamente cojo, bien por superficial, bien por motivos que pueden resultar incluso sospechosos.
Para El Correo de España