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domingo, 23 de octubre de 2022

¿Es compatible la democracia con el catolicismo?

¿Es compatible la democracia con el catolicismo? 
Por Ángel Gutiérrez Sanz
23 OCTUBRE 2022

La democracia es uno de los términos ambiguos, donde los haya, que suele ser definida como un “sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de los ciudadanos a elegir y controlar a sus gobernantes”, lo cual es preferible, sin duda, a que el gobernante venga impuesto por vía hereditaria, sin otros merecimientos a tener en cuenta más que los puramente genético-biológicos, lo que hoy se interpreta como reliquias del pasado capaces de suscitar sentimientos nostálgicos infantiloides. Aún con todo, para emitir un juicio de valor ajustado sobre la democracia hay que precisar de que tipo de democracia estamos hablando. Porque no es lo mismo una democracia respetuosa con los principios fundamentales, que una democracia que se salta todo a la torera y se instala en un relativismo omnímodo. Si hablamos de la primera, es decir de la democracia bajo tutela moral, no es extraño que tanto autores paganos como Aristóteles o cristianos como Sto. Tomás, le concedan legitimidad en paridad con otras formas de gobierno, sin que pueda decirse cual de todas ellas es la mejor, juicio sobre el que sobreabunda Juan XXIII en su encíclica “ Pacem in Terris” expresándose en los siguientes términos: “No puede establecerse una norma universal sobre cuál sea la forma mejor de gobierno, ni sobre los sistemas más adecuados para el ejercicio de las funciones públicas”. Desde el primitivo cristianismo la Iglesia Católica, no solo se mostró tolerante con este tipo de democracia aplicada a la política, sino que se sirvió de ella en asuntos de gobernabilidad interna. Recuérdese que la designación de muchos de sus jerarcas se produjo por aclamación popular, como fue el caso de Ambrosio, obispo de Milán, de Agustín, obispo de Hipona y tantos otros, sin contar el reconocimiento de los “santos súbitos” proclamados por el pueblo o el gran predicamento que siempre tuvo dentro de la Iglesia el “sensus fidelium”.

Otra cosa bien distinta sucede con la democracia que no reconoce un orden superior ni acepta la existencia de la ley natural, ni valores morales absolutos que estén por encima de la voluntad parlamentaria, entonces como no podía ser por menos el juicio valorativo de la Iglesia es otro bien distinto por lo que, a tal respecto y con toda razón, el teólogo José Mª Iraburu se ve obligado a decir que : “Hoy la Iglesia no prefiere ciertamente una democracia liberal, agnóstica y relativista, sustentada por una pluralidad de partidos alternantes, a cualquier otro régimen de gobierno que se fundamente mejor en Dios, en el orden natural y en las tradiciones propias de cada pueblo. Y hay que reconocer que hoy la gran mayoría de las democracias en Occidente son liberales, agnósticas y relativistas” (Católicos y política –VI. Doctrina de la Iglesia. En Info-Católica 26.08.10). No solo la Iglesia, el mismo Aristóteles y no digamos Platón, condicionan la acción política a las virtudes éticas. Lo cual quiere decir que no es suficiente una base exclusivamente legal para justificar una democracia, ya que puede darse el caso de que las leyes parlamentarias divorciadas de la ética sean inicuas, injustas y tan caprichosas que conducen irremisiblemente al más abyecto totalitarismo, que es exactamente donde ahora nos encontramos, con lo cual naturalmente un cristino no puede encontrarse satisfecho y menos hacer el caldo gordo a un sistema así. Que hoy se está practicando en España algo muy parecido al terrorismo de estado, lo atestigua la ley de Memoria Democrática y otras canalladas inimaginables. como la perpetrada en el Valle de los Caídos, que no ha hecho más que comenzar.

Desgraciadamente nos hemos ido acostumbrando al relativismo político y hemos acabado dando por buenas a las democracias liberales masónicas, que tiene como único criterio de discernimiento la aritmética parlamentaria, pero no es así como piensa la Iglesia, depositaria de una tradición secular, que no ha dejado de advertirnos incluso en los tiempos actuales que en todos los regímenes políticos puede haber perversión y que existe un tipo de democracia que no puede ser asumida desde la perspectiva cristiana, ni tampoco desde la perspectiva de un humanismo enraizado en la propia naturaleza humana. Una democracia que se cree fin en sí misma, que pospone la defensa de la dignidad de la persona, que legitima el pluralismo en clave de relativismo moral, una democracia para la que no hay verdades absolutas, sino solo opiniones, que se niega a admitir que existen principios innegociables que están por encima de la voluntad popular, no es una democracia recomendable. “Después de la caída del marxismo, dice Juan Pablo II en su encíclica “Veritatis splendor”, existe hoy un riesgo no menos grave: la alianza entre democracia y relativismo ético que quita a la convivencia cualquier referencia moral segura”. Un sistema político que se olvida de la moralidad y actúa de espaldas a la dignidad de la persona, o no tiene en cuenta las exigencias del bien común, no merece ser tomado en consideración. No es suficiente con que se cumplan las formalidades legales exigibles de legitimidad, es necesario que se respeten las exigencias del orden moral. Así, en el catecismo se puede leer: “la autoridad solo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si para alcanzarlo emplea medios moralmente lícitos”.

En este orden de cosas, especialmente sugerente se nos muestra Benedicto XVI, en uno de sus muchos brillantes artículos, cuando todavía era el cardenal Ratzinger. Rememoramos sus palabras: “La sensación de que la democracia no es la forma correcta de libertad es bastante común y se propaga cada vez más… ¿En qué medida son libres las elecciones? ¿En qué medida son manipulados los resultados por la propaganda, es decir, por el capital, por un pequeño número de individuos que domina la opinión pública? ¿No existe una nueva oligarquía, que determina lo que es moderno y progresista, lo que un hombre ilustrado debe pensar?...¿Quién podría dudar del poder de ciertos intereses especiales, cuyas manos sucias están a la vista cada vez con mayor frecuencia? Y en general, ¿es realmente el sistema de mayoría y minoría realmente un sistema de libertad? ¿Y no son los grupos de intereses de todo tipo manifiestamente más fuertes que el parlamento, órgano esencial de la representación política? En este enmarañado juego de poderes surge el problema de la ingobernabilidad en forma aún más amenazadora: el predominio de la voluntad de ciertos individuos sobre otros obstaculiza la libertad de la totalidad” (“Verdad y Libertad”. Arvo.net. Filosofía).

Palabras aún más duras del Cardenal Ratzinger, las encontramos escritas en “Una mirada a Europa”. (Ediciones Rialp .1993), donde se dice: “Un Estado agnóstico en relación con Dios, que establece el derecho sólo a partir de la mayoría, tiende a reducirse desde su interior a una asociación delictiva... donde Dios resulta excluido, rige el principio de las organizaciones criminales, ya sea de forma descarnada o atenuada. Esto comienza a hacerse visible allí donde el asesinato de seres humanos inocentes –los no nacidos– se cubre con la apariencia del derecho, porque éste tiene tras de sí la cobertura del interés de una mayoría”.

No hace falta ser un lince para ver que dentro de la democracia, que pasa por ser un sistema de libertades, pueden ocultarse formas sutiles de opresión y discriminación que es preciso denunciar. Es tanta la fuerza y el poder del Estado democrático hoy día y tan poco operativos los medios de control, que resulta difícil no caer en excesos y arbitrariedades. Políticos, periodistas y poderes fácticos a la sombra, están contribuyendo a que las garantías y libertades reales de las personas sean más aparentes que reales. Sin duda alguna preocupa y mucho que la democracia sea utilizada con fines partidistas y se convierta en una máquina de clientelismo político. La dictadura de las mayorías se esta dejando sentir sobre las minorías, que cuando menos merecen un respeto que no se les dispensa. Muchos cristianos se sienten lacerados en sus sentimientos religiosos al ver cómo se hace mofa de su religión o se justifican manifestaciones impías y espectáculos blasfemos, mientras a ellos no se les permite rezar públicamente en la calle. Muchos cristianos se sienten perseguidos, aunque de forma enmascarada. “La cristofobia” y el “odium Dei” siguen presentes como en otros tiempos de triste recuerdo y lo más grave de todo es que aquí nadie se da por aludido, todo el mundo guarda silencio, solamente interrumpido por el grito de “viva la democracia que nos hemos dado” que al unísono propalan pseudointelectuales, periodistas, políticos y grupos de influencia haciéndonos comulgar con ruedas de molino.

En medio de este maremagnum nada tiene de extraño que haya cristianos que se muestren desorientados y se vean atrapados en una tela de araña que, cuando menos, dificulta una visión trascendente de la realidad. Se está necesitando que la Iglesia hable y ponga fin a un largo periodo de sequía de documentos eclesiales, destinados a orientar políticamente a los los fieles, o cuando menos les den a conocer el magisterio de la Iglesia a través de “sylabus” de Pio IX y León XIII y recuerden de vez en cuando a todos los católicos que la condena eclesial del liberalismo masónico, emparentado con la democracia relativista, sigue aún vigente. Ha llegado la hora de mojarse y comenzar a llamar a las cosas por su nombre. Ruego a Dios para no llegar a la situación de tener que decir que el origen de nuestra degeneración política no fue solo obra de los malvados. sino también de quienes tenían la obligación de hablar y no lo hicieron.