Apostasía: tercera parte del mensaje o secreto de Fátima
Por Cardenal Raymond Leo Burke
21/03/2021
Sin entrar en la discusión acerca de si el Tercer Secreto ha sido completamente revelado, parece claro a partir de los estudios más autorizados sobre las apariciones de la Virgen de Fátima, que el mismo se relaciona con las fuerzas del mal desatadas en el mundo en nuestro tiempo y en la vida misma de la Iglesia, alejando las almas de la verdad de la fe y, por lo tanto, del Amor Divino que fluye del glorioso Corazón traspasado de Jesús
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Sor Lucía
El 10 de Septiembre de 1984 Mons. Alberto Cosme do Amaral, entonces Obispo de Leiria-Fátima, sobre la base de sus estudios, cuyos resultados fueron confirmados por la hermana Lucía, declaró, durante una sesión en la Universidad de Viena sobre el contenido de la tercera parte del mensaje o secreto de Fátima, lo siguiente:
«Su contenido … solo concierne a nuestra fe. Identificar el secreto con anuncios catastróficos o con un holocausto nuclear es distorsionar el significado del mensaje. La pérdida de la fe de un continente es peor que la destrucción de una nación: es cierto que la fe está disminuyendo continuamente en Europa.»
Asimismo, el Hermano Miguel de la Santísima Trinidad, en su estudio monumental sobre las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, escribe sobre la tercera parte del Secreto o lo que a menudo se llama el Tercer Secreto, lo que sigue: «En resumen, el triunfo del Inmaculado Corazón de María probablemente se refiere aún más al Tercer Secreto que al segundo. Porque la paz recuperada será un regalo del Cielo, pero no, estrictamente hablando, el triunfo del Inmaculado Corazón de María. Su victoria es de otro orden, sobrenatural y temporal además. Será ante todo la victoria de la fe, que pondrá fin a los tiempos de apostasía y al gran fracaso de los pastores de la Iglesia.»
Tan horribles como los castigos físicos asociados con la rebelión del hombre desobediente a Dios, pero infinitamente más horribles, son los castigos espirituales, las consecuencias del pecado mortal: la muerte eterna. Así, vemos claramente que sólo la Fe, que es lo que coloca al hombre en una relación de unión con el Corazón de Jesús a través de la mediación del Inmaculado Corazón de María, puede salvar al hombre de la pena espiritual que la rebelión contra Dios necesariamente implica, contra sus instigadores y contra toda la sociedad y la Iglesia.
La enseñanza de la fe en su integridad y con valor son el corazón de la misión encomendada al Romano Pontífice, a los Obispos en comunión con la Sede de Pedro, y a sus principales colaboradores, los sacerdotes. Por esta razón, el tercer secreto se dirige, con una fuerza especial, a aquellos que tienen la responsabilidad pastoral en la Iglesia. Su incapacidad para enseñar la fe, en fidelidad a la enseñanza y práctica constante de la Iglesia, ya sea por un enfoque superficial confuso o incluso mundano, o por su silencio, ponen en peligro mortal, en el sentido espiritual más profundo, a las mismas almas que se les tienen encomendadas. Los frutos envenenados del fracaso de los pastores de la Iglesia se ven en estas formas de adoración, enseñanza y disciplina moral que ya no concuerdan con la Ley Divina.
Apostasía
El término técnico de la Iglesia para el abandono de la fe es la apostasía. La palabra apostasía proviene de la palabra griega secesión, apo istamai, «alejamiento de». En la Iglesia se ha usado para describir el estado de alguien que recibió el don de la fe, pero luego, de alguna manera, lo abandonó, …
Sobre el tema de la apostasía Santo Tomás de Aquino escribe: «La apostasía es una forma determinada de alejarse de Dios. Hay varias maneras de alejarse de Dios, ya que hay varias maneras para que el hombre se una a Dios … Pero si [el hombre] se aleja de la fe, entonces parece que estamos lejos de Dios. Por lo tanto, para hablar simple y absolutamente, la apostasía es lo que hace que alguien se aleje de la fe: se llama apostasía por incredulidad. Es de esta manera que la apostasía pura y simple está conectada con la infidelidad.»
… En respuesta a una objeción sobre la naturaleza de la apostasía, es decir, si es más un acto de la voluntad que del intelecto, Santo Tomás escribe:
«Para la fe no sólo está conectada la creencia del corazón, sino también la protesta de esta fe interna con palabras y actos externos, porque la confesión es un acto de fe. Y es también por esto que ciertas palabras o trabajos externos están relacionados con la infidelidad, en la medida en que son el signo, como llamamos «saludable», que es un signo de salud … por lo tanto, al igual que a la desaparición de la vida corporal, todos los miembros y todas las partes del organismo se vuelven anárquicos, así también de la supresión de esa vida de rectitud que proviene de la fe, el desorden aparece en todos los miembros. 1º Aparece en la boca: es a través de ella que el corazón se manifiesta más; 2 ° en los ojos; 3° en los órganos del movimiento; 4° en la voluntad que tiende al mal. Y de esto se desprende que el apóstata siembra la disputa, porque busca alejar a los demás de la fe, ya que él mismo se ha apartado de ella».
La explicación de Santo Tomás de la naturaleza de la apostasía nos recuerda la oración que el Ángel de Portugal enseñó a los pastores de Fátima durante la primera de sus tres apariciones preparatorias a las apariciones de la Madre de Dios. Tal oración expresa la unidad inseparable de la fe y la virtud: la fe en Dios se expresa necesariamente en el amor a Dios. El mensajero de Dios a los pequeños pastores ya indicaba así los medios por los cuales la Madre de Dios conduciría al mundo frente a la grave crisis de la apostasía: los medios de la fe y la oración, la penitencia y reparación.
La apostasía se distingue de la herejía, el otro pecado grave contra la fe. El P. Dominique Prümmer, OP, en su clásico manual de teología moral sobre la apostasía la define como «…la deserción total de la fe cristiana recibida en el pasado voluntariamente». La apostasía es la deserción total de la fe católica, mientras la herejía es la negativa de uno u otro artículo de fe. La herejía, de acuerdo con la forma en que se adopta, puede conducir a la apostasía, es decir, al abandono total de la fe, mientras que la apostasía, en su misma raíz, es un abandono total de la vida de la fe.
Como señala el padre Prümmer, para que la apostasía sea efectiva, no es necesario que el creyente otorgue su adhesión a otro credo determinado, por ejemplo, el judaísmo o el islam, sino simplemente que «…después del bautismo recibido en la Iglesia Católica, niegue por completo la fe.»; pone como ejemplo a aquellos que abandonan su fe católica para convertirse en racionalistas, ateos, librepensadores o masones.
A modo de ejemplo sobre cómo la Iglesia viene sufriendo las persistente doctrina herética del modernismo, el Papa San Pío X, en su primera Encíclica, E Supremi, del 4 de Octubre de 1903, expresando las aprehensiones que le asaltaron al aceptar su elección a la silla de Pedro, declaró: «…sentimos una especie de terror al considerar las condiciones fatales de la humanidad en este momento. ¿Podemos ignorar la enfermedad tan profunda y grave que está inficionando, en este momento mucho más que en el pasado, la sociedad humana, que, empeorando día a día y royendo hasta la médula, la lleva a su ruina? Esta enfermedad, Venerables Hermanos, lo saben, es, con respecto a Dios, el abandono y la apostasía; y nada sin duda conduce más seguramente a la ruina, según esta palabra del profeta: «He aquí, los que se apartan de ti perecerán» (Salmo LXXII, 17).»
Cuánto más hoy el Romano Pontífice se enfrenta al desalentador desafío de una apostasía generalizada de la fe. Cuánto más hoy los movimientos por un gobierno mundial unificado y ciertos movimientos dentro de la misma Iglesia ignoran la ley moral porque no tienen su fundamento en Dios y en su plan para nuestra salvación eterna.
En su encíclica Pascendi Dominici Gregis, del 8 de Septiembre de 1907, el Santo Pontífice mostró que las doctrinas heréticas del modernismo son resultado del racionalismo y el sentimentalismo que mantienen a las almas alejadas de la propia fe. Él ya alertó sobre la corrupción dentro de la Iglesia causada por la adopción de una cultura mundana desprovista de los fundamentos de la filosofía y la teología sanas: «Lo que exige sobre todo que hablemos sin demora es que hoy no hay necesidad de buscar errores entre los enemigos declarados. Se esconden y es un tema de aprehensión y angustia muy fuerte, en el corazón mismo de la Iglesia, enemigos tanto más formidables canto menos abiertos. Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de laicos católicos, y, lo que es aún más lamentable, de sacerdotes, que, bajo el color del amor de la Iglesia, absolutamente carentes de la filosofía y la teología seria, impregnados por el contrario hasta la médula de un veneno de error extraído de los adversarios de la fe católica, se presentan, desafiando toda modestia, como renovadores de la Iglesia; los cuales, en grupos compactos, atacan todo lo que es más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar a su propia persona, a la que humillan, por una temeridad sacrílega, reduciéndola a simple y pura humanidad.»
¡Hasta qué punto los creyentes de hoy, de manera irresponsable, se dejan seducir y cegar por apariencias, propuestas y eslóganes llamativos, bajo los cuales la sustancia es un veneno para su alma!
Es muy útil distinguir dos tipos de «manifestación externa» de apostasía, como se establece en el Diccionario de Teología Católica. La apostasía puede manifestarse externamente de una manera explícita «…si los fieles dan a conocer por una declaración categórica o por actos que equivalen a una declaración, que renuncian a la fe católica.»; tal y como sería el caso de un bautizado católico que abraza el judaísmo o el islam o que, a través de declaraciones, escritos u otros medios, se presenta como libre pensador o ateo, o aquellos que conscientemente prestan su nombre y apoyo a grupos notoriamente hostiles a la fe católica.
La apostasía también se puede manifestar de manera implícita e interpretativa «…cuando un cristiano, sin expresar formalmente que renuncia a su creencia, incluso pretendiendo mantener su título de cristiano, se conduce o actúa de tal forma que sin duda se puede concluir que se ha convertido en un extraño para la fe.». Ejemplo de ello son aquellos que aplauden los ataques de impiedad contra la religión, que se burlan de los pastores de la Iglesia, que se burlan de las instituciones, los ritos sagrados, y la vida religiosa, o que proponen y apoyan una legislación contraria a la ley divina o la ley de la Iglesia. «En estas manifestaciones externas, cuando se reflejan y, sobre todo, se repiten, hay pruebas de que la fe ha desaparecido de los corazones de los culpables de ella».
En resumen, «…la apostasía es un pecado contra la fe, ya que rechaza la doctrina revelada; contra la religión, ya que niega la verdadera adoración a Dios; contra la justicia, ya que pisotea las promesas del cristiano». En referencia a un autor moderno, Jean-François Badet, quien llama a la apostasía un «suicidio espiritual», el diccionario de teología católica dice: «Este «suicidio religioso» es, después del odio de Dios, el más grave de los pecados, porque más completamente y más definitivamente que las faltas simplemente opuestas a las virtudes morales, separa de Dios los poderes del alma humana, la inteligencia y la voluntad».
Está claro que la apostasía, explícita o implícita, aparta los corazones del Inmaculado Corazón de María y, por lo tanto, del Sagrado Corazón de Jesús, la única fuente de nuestra salvación. A este respecto, como subraya el mensaje de Fátima, los pastores de la Iglesia que en cierta manera cooperen con la apostasía, especialmente con su silencio, tienen una grave responsabilidad.
El estado actual de la Iglesia y el remedio de Fátima
Hoy, la Iglesia está acosada por la confusión y el error acerca de algunas de sus enseñanzas más básicas y consistentes. Mientras que se lleva a cabo un programa gradual de secularización del mundo, promoviendo el ataque contra la vida humana inocente e indefensa, la integridad del matrimonio, su fruto incomparable, la familia y la propia libertad del hombre para adorar a Dios «en espíritu y en verdad», la Iglesia misma parece confundida e incluso a veces indulgente con un mundo que se rebela contra Dios y su ley. El mundo necesita con urgencia que la Iglesia anuncie la fe, la verdad de Cristo, con claridad y coraje, pero lamentablemente con demasiada frecuencia permanece en silencio o parece insegura sobre la verdad o su aplicación firme en la vida cotidiana del mundo. Al mismo tiempo, la confusión, sin corregir, genera profundas divisiones entre los obispos y las Conferencias Episcopales, entre los sacerdotes y entre los fieles en general. Las más fundamentales e importantes cuestiones de la moral reciben una respuesta diferente de los pastores de la Iglesia en diferentes lugares. Se ha confundido una nueva evangelización con la adopción sentimental de una cultura secular que no incita a la conversión a través de la integridad de la vida cristiana. No sin razón, los creyentes se encuentran confundidos y desorientados. Tal situación también lleva a una sensación de abandono.
Reflexionando sobre la urgente necesidad de responder a la gracia de una nueva evangelización, vemos cuánto siguen siendo relevantes las apariciones y el mensaje de Fátima. En Fátima, la Madre de Dios, nuestra Madre, nos proporciona los medios para ir fielmente a su Hijo divino y buscar de Él la sabiduría y la fuerza para llevar su gracia salvadora a un mundo profundamente atribulado. Nos proporciona seis formas especiales de lidiar con esta situación. Ella nos pide, como fieles particulares: 1) rezar el Rosario todos los días; 2) usar el escapulario del Monte Carmelo; 3) hacer sacrificios para salvar a los pecadores; 4) reparar las ofensas contra el Inmaculado Corazón mediante la devoción de los Primeros Sábados; y 5) convertir nuestras propias vidas cada vez más a Cristo. En última instancia, sigue pidiendo que el Romano Pontífice, en unión con todos los obispos del mundo, consagre a Rusia a su Inmaculado Corazón. Por estos medios, ella promete que su Inmaculado Corazón triunfará, trayendo almas a Cristo, su Hijo. Volviendo a Cristo, ellos repararán sus pecados. Cristo, por intercesión de Su Santísima Madre, los salvará del Infierno y traerá paz al mundo entero.
Mientras que el Secreto de Fátima es realista acerca de los grandes males que acosan al mundo y a la Iglesia, es también fundamentalmente un mensaje de esperanza en la victoria del Sagrado Corazón de Jesús por el Inmaculado Corazón de María. El triunfo de la gracia, sin embargo, significa para nosotros la conversión diaria a Cristo, la purificación de los pecados de nuestra vida mediante la oración y la penitencia, y la reparación de los pecados cometidos.
En su visita al Santuario de Fátima el 13 de mayo de 1982, en el primer aniversario del atentado contra su vida, el Papa S. Juan Pablo II declaró:
«Hoy Juan Pablo II, sucesor de Pedro, continuador de la obra de Pío, Juan y Pablo, … Se presenta a sí mismo, volviendo a leer con temblor la llamada materna del Corazón de María que resonó en Fátima hace sesenta y cinco años. Sí, lo lee con un corazón tembloroso porque ve cuántos pueblos y sociedades -muchos de ellos cristianos- han ido en dirección opuesta a la indicada por el mensaje de Fátima. El pecado está firmemente enraizado en el mundo, y la negación de Dios se ha extendido a las ideologías, ideas y planes de los seres humanos. Pero precisamente por estas razones, el llamado evangélico al arrepentimiento y la conversión pronunciado en el mensaje de nuestra Madre, sigue siendo eminentemente relevante. Es incluso más relevante que hace sesenta y cinco años. Es aún más urgente …. En nombre de estos sufrimientos, y con conciencia del mal que se extiende por todo el mundo y amenaza a los individuos, las naciones y la humanidad como un todo, el sucesor de Pedro viene aquí con mayor fe en la salvación del mundo, en el Amor redentor, siempre más fuerte, siempre más poderoso que todo mal….».
Las palabras del Papa S. Juan Pablo II resaltan la importancia perdurable del Mensaje de Fátima: el don de todos los corazones unidos al Inmaculado Corazón de María, el Sagrado Corazón de Jesús, y por lo tanto el compromiso de convertirse en un agente cada vez más eficaz de la nueva evangelización, si es necesario, de nuestra civilización. La atención a la guía materna de nuestra señora de Fátima atrae a las almas a Cristo que les dará los siete dones del Espíritu Santo para la conversión de sus vidas y la transformación de una cultura de la muerte en una cultura de amor.
Conclusión
No nos desanimemos por la situación tumultuosa en la que se encuentran el mundo y la Iglesia en este momento. Sigamos, aún más y de nuevo, la dirección que la Virgen de Fátima nos muestra por vía materna, de una nueva evangelización de la Iglesia y del mundo.
Recibir el escapulario de la Virgen del Carmen y ofrecer todos los días el Santo Rosario por la conversión de los pecadores y por la paz en el mundo. Centremos todos nuestros actos alrededor de la participación en el Santo Sacrificio de la Misa, en acción de gracias después de cada Misa y durante todo el día, en torno a la adoración eucarística y alrededor de la recitación del Santo Rosario, para la cual nuestro Señor, por intercesión de Nuestra Señora, transformará nuestras vidas y nuestro mundo.
Reparemos los numerosos y graves delitos cometidos contra el amor infinito y eterno de Dios para nosotros, practiquemos la devoción de los primeros Sábados del mes y aceptemos el sufrimiento y el sacrificio diario por amor a nuestros hermanos y hermanas, especialmente aquellos que más lo necesiten.
Dediquémonos al Inmaculado Corazón de María, y trabajemos para la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María.
Ciertamente, el Papa S. Juan Pablo II dedicó al Corazón Inmaculado de María el mundo, incluyendo Rusia, el 25 de marzo de 1984. Pero ahora y hoy, una vez más, resuena el llamamiento que hizo la Virgen de Fátima para que se consagre Rusia a su Inmaculado Corazón en la forma que explícitamente ella manifestó. La consagración solicitada es a la vez un reconocimiento de la importancia que Rusia sigue teniendo en los planes de paz de Dios; así como signo de profundo amor por nuestros hermanos y hermanas de Rusia.