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sábado, 22 de mayo de 2021

*La culpa no es del Chachachá ni de Sánchez ni de Mohamed VI, sino de la cobardía de los españoles

La culpa no es del Chachachá ni de Pedro Sánchez 
ni de Mohamed VI, sino de la cobardía de los españoles
21 mayo 2021

Cuando el 11 de marzo de 2004 volaron por los aires aquellos cuatro trenes dejando 193 muertos y dos mil heridos, el pueblo español no reaccionó con la castiza rabia ni con la furia bravía de sus ancestros, sino con unas lacrimógenas y multitudinarias manifestaciones que responsabilizaban directamente al gobierno de Aznar de los crímenes, a causa de su participación, junto a Inglaterra y Estados Unidos, en la invasión de Irak.

El resultado de las elecciones generales del domingo siguiente, precedidas por el asedio popular de las sedes del PP en toda España, puso de manifiesto el siniestro talante de pueblo español. Una nación que vive en la más absoluta abducción y estulticia, aferrado como pocos a las pasiones carnales y que, a partir del 30 de agosto, se dedica a esperar con ansiedad el próximo verano tomando cervezas durante todo el invierno en los exteriores de los bares con gorros de lana en la cabeza… Un pueblo, famoso en el mundo entero, por esos brutalísimos botellones donde revienta su hígado y pierde su miserablemente su virginidad la juventud de España, mientras los sufridos vecinos suplican, no que se rediman de sus adicciones, sino que la pasma se los lleve a otro lugar porque “ojos que no ven corazón que no siente”, es un pueblo decadente que camina hacia su destrucción.

Durante años el pueblo español ha comulgado, con la sonrisa en los labios, con todas las ruedas de molino que le ha ofrecido el poder: con el divorcio que destruyó la unidad familiar; con la auto esterilización de un país donde el 75% de las mujeres de 30 años todavía no han tenido su primer hijo; con el aborto provocado que ha arrasado con media nación; con el matrimonio gay y la adopción de niños por parejas homolésbicas; con la ideología género, el cambio de sexo y la polisexualidad con la que pervierten a sus hijos y nietos en las escuelas; y con la eutanasia que vaciará de socios a los del movimiento por las pensiones dignas y saneará las arcas del Estado saqueador.

Se han corrompido cometiendo execraciones. No hay quien obre el bien”. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que, acostumbrado a la comodidad del chiringuito de playa, vive atemorizado, escondido tras la mascarilla y esperando la salvación de unas vacunas experimentales que provocan trombos? Lo único que puede esperarse es contemplar en ellos el trasero del avestruz cuando esconde la cabeza bajo tierra.

El pueblo español hace tiempo que perdió el orgullo patrio, por mucho que quiera resucitarlo el pobrecito Abascal con simplistas bravatas en su discursito de Ceuta. Un diputado nacional que se dirige a cientos de personas con un altavoz de mano comprado en un chino, no merece más credibilidad que la de uno que no se atreve a molestar lo más mínimo a los que dice criticar. A los ceutíes, míster Abascal, y al resto de los españoles sólo les preocupa la inmigración ilegal mientras deambula cerca de sus casas y de sus hijas, pero cuando se la lleven a la península, cuando dejen de verla ante sus narices, se entregarán a sus insanos ocios hasta extenuarse.

País de turistas, camareros y hoteles, nación de chiringuitos y camellos cargados de grifa y hachís, que espera como agua de mayo a los guiris que se hincharán de wiskhy y birra y vomitarán su bilis y regarán con sus meados las ciudades de la costa, mientras sonreímos con la boca abierta y agradecemos, cual serviles esclavos, los eurillos de la prostitución patria.

Mohamed VI lo tiene fácil y Pedro Sánchez de película. 
Puede Marruecos enviar a sus mayores y a sus menores…

¡Qué lo hagan sin miedo! Dentro de unos años (¡y no muchos!) España habrá dejado de existir. Yacerá enterrada bajo el vertedero de la estulticia y de la perversidad de un pueblo que se ha hecho indigno de la herencia que un día pudo haberle dejado su gloriosa historia… Y desde los minaretes de las mezquitas que poblarán la piel de toro resonará cada mañana por unos magnificos altavoces -no los del patriotero Abascal- el afinadísimo canto del muecín gritando: “¡Alá es el más grande!” Lo más triste es que igual entonces hasta salimos ganando.

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