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domingo, 24 de enero de 2021

V Centenario del Convento de la CONCEPCIÓN. Fundado por Leonor de Quiñones, hija del Conde de LUNA, en su palacio de la Rúa de los peregrinos a Santiago de Compostela, en LEÓN

V CENTENARIO DEL CONVENTO 
DE LA CONCEPCIÓN DE LEÓN 
Ana I. Arias Fernández
2017

Retablo del Convento

La historia del convento de la Concepción o Concepcionistas está ligado a la vida de la beata y santa Beatriz de Silva, nacida en Portugal en 1424. Descendiente de familia noble llegó a la corte de Castilla como dama de la reina Isabel de Portugal, segunda mujer de Juan II. Isabel y Juan fueron los padres de la Reina Isabel la Católica. Será ya en Castilla donde Beatriz inicia una vida de santidad ejemplar, según cuenta el cronista franciscano Fray Eusebio González de la Torre, que dice de ella que era “hermosa sin presunción, señora sin altivez, compasiva sin melindre, y sobre todo virtuosa en espíritu de verdad”. 

Quizá por todas estas virtudes la Virgen le encarga fundar una nueva orden religiosa en honor a la Inmaculada, misión que pudo lograr, en 1492, gracias a la ayuda de Isabel la Católica y del papa Sixto IV, el cual aprueba el nuevo hábito (túnica y escapulario blanco y manto azul) y les concede también el título de Concepción bajo la regla del Cister y el rezo particular a la Concepción. Tras su muerte fue beatificada en 1926 y canonizada el 3 de octubre de1976 por Pablo VI. 

Convento adosado a Muralla Romana

ICÓMO SURGIÓ EL CONVENTO 
DE LAS CONCEPCIONISTAS EN LEÓN 

Corrían los albores del siglo XVI cuando Juana Enríquez, viuda del primer Conde de Luna, Diego Fernández Quiñones, decide fundar un monasterio de religiosas observantes en el Palacio de los Quiñones, que fue dado a María de Padilla por el rey don Pedro. Juana, sin embargo, no pudo ver su empeño materializado, pues la muerte le sorprendió en el trascurso del proyecto. Pero ya tenía previsto en su codicilo que su hija Leonor de Quiñones, el canónigo Pedro de Ferreras y el bachiller y capellán Juan de Ávila recogieran el testigo de su obra. Para ello dejaba establecido en el testamento que Leonor, su hija, heredaría todas las cosas de su capilla, ornamentos, retablos..., así como todos los bienes y casas junto con el ganado, para que una vez vendido y tras pagar sus exequias, el dinero sobrante fuera para ayuda del convento, junto con un juro de 24.000 maravedíes de renta sobre las alcabalas de la ciudad de Oviedo, para que las gozase el convento, y con una dotación de tres plazas de monjas en el citado monasterio por iniciativa del Obispo de Valladolid y pariente de Leonor, Juan Vigil de Quiñones

Así, su hija Leonor, ayudada por su hermano Fray Francisco Quiñones, cardenal de Santa Cruz, la primera maniobra que realizó fue conseguir de la reina doña Juana, en 1515, un privilegio firmado por el papa León X para que el convento gozase in integrum del residuo de las limosnas de la Virgen del Camino, así como su administración y que las monjas no pagasen décimas en sus tierras, con la condición de que lo primero que sacasen fuera para el culto de la Virgen y reparo de la ermita9 ; aunque no siempre fue respetado este privilegio. El Cabildo interpuso un pleito al Convento por esta limosna de la Virgen del Camino, pleito que perdió el convento ante la Cámara Real, teniendo que compartir una tercera parte para los niños expósitos, hasta que en 1677 se declaró que el Santuario pertenecía al Real Patronato y el convento se quedó en posesión íntegra del residuo de las limosnas. 

Y ya, en 1711, en una segunda revisión del juicio ante la Real Cámara, se resuelve que el convento tenga íntegramente la posesión de los privilegios otorgados desde los Reyes Católicos hasta Felipe V. Pero no sólo León X benefició al convento, sus sucesores también le fueron otorgando prebendas: Clemente VII en 1521 concede a las monjas de la Concepción que sean absueltas una vez al año de las censuras reservadas a Su Santidad, que puedan conmutar en obras piadosas todos los votos a excepción de los cinco reservados una vez al año, que una vez año sean absueltas de todos los pecados, que puedan celebrar en el altar portátil, aunque no estén en lugar sagrado, que las monjas y 12 personas que ellas elijan pueden oír misa a puerta cerrada y divinos oficios, y, que las hermanas y los que estén sentado a la mesa con ellas puedan comer sin escrúpulos de conciencia en cuaresma: huevos, queso, manteca y otros lacticinios, aunque, por otra parte, se les indica que el día de san Francisco deben rezar cinco veces el Padre Nuestro para sacar almas del purgatorio. 

En 1527, se concedió al convento unas cabezas de santos junto con una indulgencia plenaria a todo el que se enterrase con el hábito de la Concepción, así como el beneficio de Villoria en la Ribera del Órbigo. Paulo III concedió para la iglesia del monasterio las siguientes reliquias: un pedazo de lignum crucis, dos varas con que hirieron a Cristo, un pedazo del velo de Nuestra Señora, de María Magdalena y de Santa Clara, la cabeza de uno de los inocentes, y la reliquia de las 11.000 vírgenes, entre otras, junto con un beneficio y préstamo de Villar de la Reina en la diócesis de Salamanca, pasando éste a ser el primer beneficio del convento en la persona de Juan de Quiñones, y tras éste quedó en manos de fray Francisco de los Ángeles, General de la Orden y Embajador del Papa León X. 

En esta tarea Leonor Quiñones dedicó no solo su hacienda, sino también la casa palacio de la Rúa, construida por sus abuelos a mediados del XIV. Para relanzar este proyecto, otro hombre relevante de la ciudad, Rodrigo de Villamizar, regidor de la ciudad, donó para ayuda del convento las alhajas y el arca de las limosnas que tenía la ciudad, iniciándose así un tiempo de concordia entre la Ayuntamiento y el convento, concordia que no siempre se hizo tan patente como en esta ocasión, aunque se decidió desde el siglo XV que el 8 de diciembre fuera fiesta de guardar para los obreros, y que éstos debían llevar vestimentas azules. Leonor de Quiñones fallecía el 12 de diciembre de 1547 bajo el testamento cerrado que había hecho ante Pedro Argüelles el 3 de noviembre de 1545, en la casa que poseía justo al lado del convento concepcionista, dejando como testamentarios a su sobrina Leonor, la cual será su heredera universal, y a fray Pedro de León, su confesor. 

Pedía ser enterrada en el monasterio, junto a sus hermanas, o bien en la sepultura de su sobrina Isabel, y que su cuerpo se vistiera con el hábito de franciscano y que no fuera abierto ni desmembrado, y que se tuviera amortajado durante veinticuatro horas sin meter en el ataúd, y por supuesto, que se sacaran los huesos de su marido Antonio11 y se depositaran junto a los de ella en el convento. Y como era costumbre en la época, también pedía que se vendiera parte de sus bienes para pagar las exequias y que el día de su entierro dieran de comer a todas las monjas del monasterio, así como a los frailes de San Francisco, a cambio de que rezasen una misa todos los días. 

Así mismo, ofrece a tres frailes un hábito nuevo y deja a las monjas 100 ducados de oro para que puedan pagar los reparos de la casa, así como 10.000 maravedíes de juro para arreglos que necesita el convento. También se preocupa por sus criados a los que deja, durante el tiempo que vivan, sus salarios íntegros, y exige que tras su muerte se dé libertad a Sabina, esclava que vino del Reino de Granada, para que no quede sujeta a cautiverio alguno. También deja los 217.000 maravedíes de juro de venta en cada año en las alcabalas de la ciudad de León para que se pueda fabricar el coro del convento con una verja de hierro dorada de cuatro esquinas, similar a la que tenían los Guzmanes en el monasterio de Santo Domingo, para que dentro pudiesen colocar un túmulo de madera cubierta por un paño negro con el hábito de Alcántara, y a un lado de la reja el escudo de armas de los Rodríguez Ledesma y a otro con el de los Quiñones y una leyenda que dijera: Aquí están sepultados los señores don Antonio Rodríguez Ledesma, Caballero del hábito de Alcántara y doña Leonor de Quiñones, su mujer. 

Esta tarea se encomendó con urgencia a Vigil de Quiñones, puesto que la casa corría peligro de desmoronarse al estar vieja, y su prioridad era que su cuerpo y el de su marido pudieran descansar perpetuamente allí. Este testamento fue abierto ante los testigos y el corregidor Claudio Fernández de Quiñones, conde de Luna. A pesar de los bienes que obtuvo el convento con esta herencia, una de sus preocupaciones más inmediatas era ampliar sus dependencias, por ello, en 1550, Bernardina de Quiñones, abadesa del convento de la Concepción, decide agrandar la casa monasterio comprando a Antonio de Acuña, señor de Matadeón y caballero de Santiago, sus casas en la ciudad de León, las cuales lindaban con el monasterio. Éstas fueron vendidas en 1300 ducados y Alonso de Quiñones ayudó con 400 ducados para poder pagarlas. 

Pero, a pesar de estas incorporaciones, las mejoras que necesitaba el convento seguían siendo continuas y poco a poco se iban sufragando. Así, en 1593, siendo abadesa Antonia de Guzmán, el padre provincial, Fray Hernando del Campo, incorpora al convento la 54 - Argutorio 38 - II semestre 2017 casa que fue de Leonor de Quiñones y también da licencia para que se pongan las celosías para que las monjas del convento pudieran ver las procesiones. Asimismo, arregló la entrada de la portería, mandó hacer unas paneras en la casa, allanó el corral y revocó la escalera que subía a los dormitorios. En 1596 se realiza el primer inventario completo de todos los bienes del convento, de la mano del padre vicario de las monjas de la Concepción, 

Unos años más tarde, el 5 de noviembre de 1597, el Canónigo, Luis de Rabanal, en virtud de una comisión dada por Juan Alonso de Moscoso, obispo de León, obligaba a Alonso Díez, cura de Chozas de Arriba, a dar la cesión de la ermita de Nuestra Señora al convento de las Concepcionistas. Convento de la Concepción. León. Los cambios dentro del convento seguían, aunque a menor ritmo del que deseaban las monjas. En 1603 se puso la reja de la sala del confesionario y la puerta que sale al patio principal, así como el nicho de la torre, el cual estaba hundido. 

Ese mismo año se trasladan los huesos de Leonor de Quiñones y su marido Antonio Ledesma a la capilla mayor del coro. Aunque esta remodelación no era impedimento para que las monjas pudieran dedicar parte de su tiempo a los más desfavorecidos, como hacía sor Catalina de Olivera, de Valencia de don Juan, que preparaba ungüentos para asistir a los muchos enfermos que acudían hasta allí día y noche para ser atendidos en la enfermería, y, aun así, Catalina sacaba sus momentos para acudir al coro cuando dejaba a las hermanas descansando, y tras una sangrienta disciplina dedicaba dos horas a la oración antes de empezar el día. Aun así la vida en el convento no era fácil por la infraestructura que tenía el edificio. Tres años más tarde se hundió el techo de la iglesia, y su arreglo supuso el desembolso de 680 ducados para una economía no muy boyante y con una importante merma de hermanas, pues del convento partieron las religiosas Isabel de Quiñones, Inés de Reinosa, Mariana de Benavides y Marcela de Lorenzana para fundar un monasterio de Concepcionistas en Toro. Pero los reparos y obras seguían implacablemente en el cenobio. 

En 1621 mandaron hacer dos campanas con un coste de 220 reales y tras muchas tribulaciones pudieron pagar los 155 ducados de la deuda acumulada en medicinas desde hacía veintiún años. Casi doce años después se desplomó la torre del campanario junto con el tejado de la iglesia y el coro, así como una parte de la casa y dormitorios que hubo que reconstruir. Pero no todo fueron malas noticias, puesto que en 1634 se pudo desempeñar una lámpara de plata junto con unos candelabros y una fuente que llevaban más de ocho años empeñados por 968 reales, y pocos años después se pudo empedrar el claustro, hacer un conducto para evacuar el agua que manaba de la bodega y encargar una corona de plata sobredorada que se pagó con las limosnas del año 1643, a pesar de que el Papa había dado orden para que todas las imágenes de la Virgen solamente llevaran túnicas sin ostentación. 

Y por su parte Juan de Alba y su mujer Isabel de Lorenzana donaron el retablo de la Sagrada Familia para que se celebrase la fiesta de San José con una misa cantada con prédica. A cambio pedían poder ser enterrados cerca del altar. Años más tarde, siendo abadesa Mª Teresa Amandi, se acometerían otras obras importantes como rehacer el mirador y las bóvedas de la iglesia, así como abrir ventanas con vidrieras, alargar la sacristía, mandar hacer tres altares y pintar las armas reales encima de las rejas del coro. Y en 1667 llegó al monasterio el deseado órgano realejeo para el coro, pagando 600 reales por él al maestro de órganos, Gregorio de Zabala. 

Los años fueron pasando en el convento, algunos con aprietos y otros con más bonanza, hasta que el 19 julio de 1808 estalla un gran alboroto en la ciudad. El motivo no es otro que la llegada de las tropas francesas a la capital. Ese mismo día salieron del convento por la noche ocho monjas profesas y tres novicias para refugiarse en diferentes casas de la urbe. Paulatinamente las monjas iban abandonado el cenobio, y el 22 del mismo mes se encontraban ya cerrados los monasterios de San Claudio, las Descalzas y Santa Catalina, y las Carbajalas estaba a punto de cerrar. El 15 de agosto se fueron otras cuatro monjas concepcionistas y otra novicia que se refugiaron en Rioseco de Tapia; según cuentan las crónicas todos los habitantes del pueblo se fugaban desde los generales a los más ínfimos artesanos y el padre vicario de las Descalzas avisó al padre guardián a las 3:30 de la madrugada para que todos se levantasen del lecho para huir de la bien notoria barbarie y ferocidad del enemigo francés. 

Pasada la invasión de los franceses, la ciudad vuelve poco a poco a su vida apaciguada y ello lo demuestra el siguiente hecho: la abadesa Tomasa García el 14 de septiembre de 1831 se dirigió al Corregidor de la ciudad para pedirle que le concediera el callejón que había entre las murallas, que era frecuentado por jóvenes y en él jugaban y blasfemaban, siendo un peligro para los que transitaban de noche por la calzada de San Francisco, “desde la casa que fue de Manuel Blanco hasta la casa demolida del peso de líquidos de la ciudad”. Tras estudiarse el asunto en el pleno del Ayuntamiento el 15 de noviembre de 1831, se decidió que un regidor acompañado por un arquitecto viera el sitio y determinara si realmente corrían peligro14. Tras varias deliberaciones, se concede la posibilidad de que las monjas puedan cerrar y levantar al menos varios pies de alto y hacer un empedrado con mucha pendiente hacia el reguero, para que el sitio quede limpio, seco y aseado, conservando así la muralla en buen estado. 

Otra abadesa, Ruperta Ibáñez, mandó construir un órgano nuevo que costó 7993 reales y también ordenó la construcción del mirador que da a la calle. En principio todo parecía indicar que por fin, el 6 de diciembre de 1831, se iba a conceder al convento el sitio a condición de que cada año diera en concepto de foro a la ciudad 9 reales. Pero las cosas se torcieron, y el 29 de julio de 1831 el Ayuntamiento envía un oficio al convento. En él le deniega la escritura del foro de los 9 reales anuales por no haber cerrado ni evitado los perjuicios públicos y da 8 días de plazo al convento para realizar la obra. Pero la abadesa desiste de este empeño por parecerle demasiado gravoso para la comunidad de religiosas los términos de la concesión del mencionado terreno; aunque de lo que la abadesa no se da cuenta, es que sobre esos mismos terrenos tiene una servidumbre del desagüe de las aguas pluviales y de las comunes que salen de dicho convento hasta que entran en el reguero de la calzada y que está prohibido por las reales ordenanzas edificar al lado del convento. 

Pero en 1868 el estado del convento es tan ruinoso que realmente urge la venta. Aunque no era el único cenobio que tenía problemas; el de las Recoletas se ofreció como asilo de beneficencia para el Ayuntamiento en julio de 1871 y el las Catalinas se incautó por el estado en 1835 cuando la exclaustración ocupada por los Amigos del País y San Marcos se confiscó por el Estado el 20 de enero de 1869, mediante los decretos del 38 y San Isidoro se requisó el 1 de diciembre de 1868, siendo ocupado por la Diputación Oficial para oficinas. Y ya el 8 de junio de 1948, el arquitecto municipal, J. Torbado, firmó una serie de reformas urgentes en el convento, como fueron: demolición de los muros de tapial, retejo de la cubierta o ejecución de un enfoscado y revoco, todo ello por valor de 48.042 pesetas (288,738 euros). 

RELACIÓN DE MONJAS PROFESAS 
EN LOS PRIMEROS TIEMPOS 

1.- Teresa de Osorio, religiosa, hija de Pedro Álvarez de Osorio y de Beatriz de Quiñones, marqueses de Astorga, dejó para el convento 30.000 maravedíes de juro y 30 cargas de trigo limpio y seco al año que le habían tocado de su madre Beatriz de Quiñones en 1524, y que entrega al convengo al tomar los hábitos. La escritura de esta cesión se formalizó ante Pedro de Argüelles. 
2.- María Guzmán, monja profesa, que dejó de dote en el convento 6.000 maravedíes de renta de las alcabalas de Sahagún, por privilegio que la reina Juana dio a Rodrigo de Villamizar, su marido y regidor de León, el 20 de julio de 1509, y Felipe II el 15 de junio de 1556 la otorgó en perpetuidad para el convento. 
3.- Francisca y Magdalena de Reinosa, hijas de Pedro de Reinosa, señor de la villa de Autillos de Campos, en Palencia, entraron como monjas el 19 de marzo de 1522 y su padre se comprometió a entregar al cenobio una paga de 60.000 maravedíes a cuenta de la herencia de la madre de las niñas, Inés Valdivieso. 
4.- Inés de Reinosa trajo de dote un juro de 13.125 maravedíes de renta sobre las alcabalas de Ponferrada por privilegio dado el 16 de febrero de 1566. 
5.- Antonia de Zúñiga y Villamizar entró con una dote de un censo de 12 ducados al año. 
6.- Isabel de Valencia, que profesó el día de San Andrés de 1677. 
7.- Bernardina de Quiñones, que era monja profesa en el monasterio de Santa Clara de Palencia, fue traída a este monasterio por su tía Bernadina. Ésta era hermana de María de Quiñones, mujer de Juan de Ulloa, señor de la Villa de la Mota e hijo de los Condes de Luna.
8.- María de Mendoza, antes llamada Juana de Quiñones, era hermana de Claudio de Quiñones, conde de Luna. 
9.- Catalina de Zamora, hija del barbero de la ciudad, Cristóbal Zamora. 
10.- Úrsula de Aguilar, natural de Villalpando, entró como monja en 1579. 
11- Magdalena de Guzmán, ingresó ya mayor en el convento de la mano de su hijo Gonzalo de Quiñones, y tuvo que frenar los propósitos, ayudada por la vicaria, Isabel de Quiñones, de Gabriel Núñez, que pretendía tomar posesión de la capilla mayor del convento como patrono poniendo silla y estrado, pues decía que Alonso de Quiñones, caballero de Alcántara, había pagado 2.000 ducados por reedificar parte de la mencionada capilla, y ahora él la reclamaba como legítimo sucesor, siendo Juan de Rivero el que hizo la traza, dibujo y condiciones de la citada capilla. 
12.- Inés Manrique, hija del Mariscal de Zamora y de Leonor de Zúñiga, fue monja profesa en este convento y posteriormente pasó a las Descalzas de Valladolid.
13.- Francisca Pimentel, hermana de Bernardino Pimentel, marqués de Tábara, tras estar en este convento partió al de Villafranca para ser abadesa allí. 
14.- Isabel Osorio, hija de Diego Osorio de Quiñones y de Catalina Villagómez, es recibida por la abadesa Antonia Garabito, en 1588. 
15.- María Castañón, hija de Pedro Castañón, regidor de León, entró en el convento profesando como monja de velo negro. 
16.- Antonia de Garabito, ingresó como abadesa en el convento teniendo por vicaria a Ana de Mendoza y por provisora a Ana de Valdés. 
17- En 1601, el día de las Candelas tomó profesión María Guzmán con 550 ducados de dote, la cual fue usada por el convento, pues con las rentas que recibía no bastaba para vivir. 
18.- En junio del mismo año, 1601, entraron en el convento las hermanas Inés e Isabel de Quirós. Isabel fue destinada a ser tañedora y cantora por sus cualidades. La hermana mayor tenía 12 años al ingreso en el convento. Ambas tuvieron como maestra a Isabel Vázquez, de carácter áspero y dominante, que vendió las piezas de plata que el tío de las niñas, el canónigo Martín Recio, había entregado en el convento: un calderillo de plata labrada, un vaso sobredorado y 2 escudillas de plata. 
19.- María de Guzmán tomó el hábito con 10 años en 1648, profesando como monja el 21 de noviembre de 1649, y el 20 de agosto del mismo año se dio hábito a Isabel Vaca a la edad de 7 años. 
20-. Leonor de Herrera, hija de Andrés de Herrera de Madrid y de Antonia Buitrón de Lorenzana, incorporó al convento como dote 20.057 maravedíes de juro situados en las rentas del servicio ordinario y extraordinario de la ciudad de León en diciembre de 1655. 
21.- Francisca Cabeza de Vaca, hija de Francisco Cabeza de Vaca, pagó de dote al convento 900 ducados en 1664. 
22.- Inés de Rebolledo vivió 50 años de religiosa muy modesta. Cuando a los 40 años de su muerte se abrió su tumba para dar sepultura a otra religiosa, se halló su cuerpo fresco, entero y sin corromper, con el hábito, el velo y la toca 
23.- Sor Isabel entró muy humilde en el convento. Se dedicaba a barrer la casa, levantándose a las tres de la mañana, y oraba seis horas al día; mientras fue religiosa no comió carne. 
24.- Sor Josefa de la Vecilla sufrió grandes mortificaciones con las disciplinas y padeció grandes luchas con el demonio. Estando orando una vez ante la imagen de san Francisco, éste sudó sangre y la religiosa la recogió como reliquia.