Las llamadas tres «derechas»
¿Por qué España es el único país europeo que
no tiene un partido identitario electoralmente fuerte?
Carmen López Guzmán
14 FEB 2021
Desde hace años, las derechas identitarias, conocidas como “alt-right” por los comentaristas anglosajones, se han convertido en actores políticos de peso. Al mismo tiempo que Donald Trump emprendía su carrera a la Casa Blanca, en Europa ya se habían hecho un nombre propio líderes como Geert Wilders, Marine Le Pen y Nigel Farage, entre otros muchos. La elección de Jair Bolsonaro en Brasil confirmó que el fenómeno de las derechas identitarias no es ajeno a las democracias del sur del continente americano. España, también en esto, es diferente. Somos el único país europeo que carece de una verdadera derecha alternativa. Lo más parecido ha sido Vox, aunque a años luz de los postulados identitarios que defienden las formaciones de Matteo Salvini y Marine Le Pen, con cuyos eurodiputados no se sentarán en el Parlamento de Bruselas. .
Vox se ha ido alejando del antiglobalismo y abrazado sin tapujos el ideario «neocón». De hecho, sus líderes rechazan en público cualquier tipo de homologación con la derecha identitaria y patriótica europea. Iván Espinosa de los Monteros, que habla un inglés excelente (pasó parte de su infancia en los Estados Unidos y asistió a la Escuela de Negocios en la Universidad de Northwestern), ha sido muy crítico con los medios internacionales que han comparado a Vox con grupos de «extrema derecha» en Francia o Italia.
Es cierto que han existido contactos de Vox partidos identitarios de Europa, como la que Abascal mantuvo en 2017 con Marine Le Pen, la líder identitaria gala. Sin embargo, Espinosa de los Monteros redujo este encuentro a una simple reunión «de cortesía».
Por otra parte, la apuesta neoliberal de Vox le obliga a desmarcarse de las críticas que habitualmente hacen los partidos identitarios europeos a las grandes instituciones transnacionales, como el FMI, el Banco Mundial o la Unión Europea. Vox también se ha significado por su fervoroso apoyo al Estado de Israel y al sionismo. De hecho, personas que formaron parte de Vox coinciden al señalar que el partido verde está al servicio de los intereses geopolíticos de Estados Unidos e Israel.
Asimismo, Vox mantiene excelentes relaciones con los neoconservadores norteamericanos vinculados al anglosionismo. Uno de los interlocutores de estos grupos es Rafael Bardají, otro de los exponentes del neoconservadurismo español, ex asesor de Aznar y en la actualidad uno de los principales estrategas del partido verde. Bardají es conocido por su apoyo a Israel. Es fundador y ex director del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), con sede en Madrid, y también es director ejecutivo de la iniciativa Friends of Israel (Amigos de Israel).
Vox fue creado para evitar la aparición de un movimiento de verdadera derecha patriótica. Desde el principio ha contado con el apoyo de los neoconservadores norteamericanos y con financiación de un grupo opositor iraní vinculado a Israel. Por otra parte, lo que descarta a Vox de ser un partido identitario es su rechazo a la cuestión antropológica. Vox defiende la llegada de inmigrantes provenientes del centro y sur de América y nunca hemos escuchado a sus líderes defender el concepto de la racialidad como el principal fundamento de las naciones. Lo que predica Vox es un relativismo antropológico influenciado por asociaciones ultracatólicas que ejercen una gran influencia en la dirección del partido. Como muestra, el silencio de Vox ante la incesante llegada de ilegales a España.
La derecha social española debería preguntarse por qué seguimos siendo el único país de Europa que no cuenta con un partido perteneciente a la derecha identitaria. ¿Por qué son tan frágiles y vulnerables los supuestos líderes de esa derecha y por qué Sánchez, sin embargo su manifiesta incompetencia, nos ha barrido en las elecciones?
Habría que recordar los antecedentes de esta situación. En noviembre de 2011 los españoles entregaron a Rajoy una generosa mayoría absoluta para que recondujera al país y lo rescatara de los desastres del zapaterismo. Una vez instalado en Moncloa, el de Pontevedra se arrojó en brazos de la socialdemocracia, una ideología que en el resto del mundo estaba en bancarrota, gestionó torpe y cobardemente la crisis catalana, proporcionó oxígeno a cadenas televisivas de izquierda que estaban al borde de la bancarrota, debilitó a las clases medias en lugar de fortalecerlas y convirtió al PP en una máquina inmensa de corrupción. Rajoy lo que hizo fue actuar como salvavidas del socialismo. Ni siquiera fue capaz de defender el honor de sus militantes ante las generalizaciones hechas por el partido que saqueó Andalucía por espacio de casi cuarenta años.
El problema sin embargo es de fondo. Hay un amplio sector de la derecha social española que esquiva la defensa de sus posiciones morales y humanísticas por un enfermizo y obsesivo sentimiento de culpa frente a la izquierda. El partido que mayoritariamente representa a ese sector, el PP, se define como una formación “de centro”. La derecha no se identifica con la asunción del término porque en la cultura política española tiene un punto de ilegitimidad moral. Ser de derechas no está bien visto en España. Y esto es así, entre otras razones, porque desde hace muchos años, la izquierda nos restriega una superioridad moral que pocos líderes derechistas se atreven a refutar con la contundencia que lo hace AD. La supuesta derecha ha renunciado a cualquier pretensión de entablarle batalla ideológica a los defensores del marxismo cultural. Esto ha permitido a la izquierda, en cualquiera de sus siniestras ramificaciones, el control de la cultura y la educación oficiales, así como de la mayor parte de los medios de comunicación. Esta rendición ideológica no es tampoco ajena a Vox, que prefirió exhibir un patrioterismo escopetero y rancio antes que formular un ideario con las grandes contradicciones, incoherencias, falsedades y mentiras sobre las que se asienta la ideología izquierdista, más allá de los tópicos y chascarrillos mitineros.
Ser de derechas en España va asociado a ser franquista; por consiguiente, a ser partidario de la dictadura y enemigo de la libertad. La izquierda nos impone sus mantras porque los representantes políticos de la derecha, incluidos los de Vox, han heredado como taras genéticas los mismos complejos. ¿Imagina el lector la suerte que correría el miembro de Vox que elogiase el régimen de Franco por librar a España de caer en las garras de la liberticida órbita soviética? Si por mucho menos desfenestraron a Fernando Paz…
Si la derecha social española quiere que sus ideas tengan un calado socialmente mayoritario, tendrá que dejar de pensar como pasiva “gente de orden” y comenzar a movilizarse, a sacudirse los complejos, a perder el miedo, a preferir el fondo que las formas, a vivir con conciencia política, a sostener la coherencia moral como principio básico, a defender sin miedo los valores en los que dice creer, a rechazar la corrección política y la dictadura del pensamiento único, a tener protagonismo en la vida civil, a comprar los libros y revistas de quienes comparten su visión del mundo, a borrar el cainismo de su ADN, a estar presente en todos los foros de debate públicos y privados. Nada de esto lo va a hacer el PP, ni tampoco Vox. Lo tiene que hacer la gente. Muchos lectores de AD llevan años haciéndolo.
Si la derecha social no cambia el chip, la apisonadora izquierdista pasará por encima nuestra y dejará a España en una posición política residual en el contexto occidental. Y no será porque no llevamos tiempo advirtiéndolo.