General Rodriguez Galindo "AZOTE de ETA"
FALLECIÓ ayer a los 82 años, R.I.P.
18 JUN 2021
Rodriguez Galindofalleció a los 82 años
14/2/2021
De sobra es conocida la trayectoria de Enrique Rodríguez Galindo, el hombre que capitaneó la Guardia Civil en el cuartel de Intxaurrondo.
El episodio que centra esta historia se remonta a junio de 1984, un día después del asesinato del guardia civil Ángel Zapatero. Las embestidas de ETA socavan los cimientos de la democracia española. Sólo desde 1980, los comandos etarras han puesto 225 muertos encima de la mesa. Una cadencia de una víctima cada semana. La espiral frenética se sostiene sobre los hombros de tipos como Jesús María Zabarte, con 17 crímenes mortales a sus espaldas. Uno de ellos, de un niño.
Arranca la operación
El Instituto Armado tiene información inequívoca de que ETA emplea de forma asidua el piso ubicado en el 3ºD del número 16 de la calle Navarra, en Hernani. Se monta un dispositivo de envergadura, con agentes apostados en edificios contiguos. Son las 3.30. “¡Guardia Civil, abran la puerta!”. Se escuchan pasos amortiguados en el interior del piso, pero nadie responde. El comandante Galindo da la orden de echar abajo la puerta y entrar en el domicilio.
Se encuentran de bruces con Pedro Milner y su mujer, Fermina, junto a su hijo. La Guardia Civil evacua a los tres con presteza. A lo largo del pasillo hay tres puertas -la de en medio, cerrada- y, al fondo, se adivina un salón. El agente Antonio Aguayo abre el camino. Nadie en la primera habitación. Pasa de largo por delante de la que está cerrada para prestar apoyo desde la tercera. Ráfagas de disparos. Varios le alcanzan y le hieren de gravedad. Su codo derecho queda inutilizado.
“¡Mis niños, mis niños!”. Los gritos desgarrados de Fermina se escuchan por encima de la vorágine de disparos. Dos siluetas se deslizan a través de la segunda puerta, la que estaba cerrada
El tiroteo es creciente. Los guardias civiles no pueden socorrer a su compañero herido, que se arrastra hasta el salón del fondo. Aguayo mete sus dedos en sus heridas y, con la sangre, escribe en la pared: “I love GC”. “¡Mis niños, mis niños!”. Los gritos desgarrados de Fermina se escuchan por encima de la vorágine de disparos. Dos siluetas se deslizan a través de la segunda puerta, la que estaba cerrada. Son dos niños temblorosos y cogidos de la mano, el mayor ronda los ocho años. Dos agentes se lanzan al interior de la vivienda y entregan a los pequeños a los brazos de su madre.
Más disparos, más caos. El guardia civil herido arranca unas cortinas, las anuda entre sí y las descuelga por la ventana. Deja un rastro de sangre y, a pesar de estar en un tercer piso, se descuelga al exterior. Le arde el codo derecho, pero no hay tiempo para el descanso: los terroristas, desde la ventana contigua, abren fuego contra él. Los agentes apostados en el edificio contiguo inician la cobertura y disparan contra el lugar en el que están los etarras. Más mal que bien, Aguayo llega hasta la calle. Salvará la vida, pero con consecuencias físicas que lastrará para siempre.
'El carnicero de Mondragón'
Los terroristas se defienden con inusitada fiereza en un tiroteo que se prolonga durante horas. En una de las ofensivas, la Guardia Civil logra capturar a uno de ellos, semidesnudo. A su lado hay una bolsa con un subfusil Uzi, una pistola Browning, cuantiosa munición, granadas y dos kilos de explosivos. “¿Es usted el que manda el comando?”, interroga Enrique Rodríguez Galindo. Ante sí tiene al carnicero de Mondragón. “Quizá yo puedo hacer que se entreguen”, responde el etarra.
“¡Kattu, Txuría! -grita-. ¡No hay salida, dejad las armas y venid conmigo!”. Una voz se escucha desde la habitación en la que están los otros etarras: “Que vengan a buscarnos esos txakurras [perros, en euskera] si tienen cojones”. “Kattu, que del mako (cárcel) se sale, pero…”. Las explicaciones del carnicero de Mondragón no convencen a sus compinches y la Guardia Civil lo traslada al calabozo.
Galindo ordena que se traiga más munición desde la comandancia. El tiroteo se prolonga durante horas, hasta que finalmente se arroja una granada de fusil. La explosión acaba con la resistencia, aunque los agentes no saben en qué situación están los etarras. Se desata un incendio en el edificio y se ordena su evacuación. Uno de los guardias civiles, jefe del puesto de Andoáin, lleva en sus brazos a una anciana que vive en los pisos superiores.
Con la detención del carnicero de Mondragón y la muerte de sus compinches queda desarticulado el comando Donosti. En la calle permanecen los tres niños que vivían en aquella vivienda, ahora reducida al desastre. No tienen dónde dormir y el comandante Galindo se los lleva a su casa, en la comandancia de Intxaurrondo, para que pasen la noche. Al día siguiente, unos familiares se los llevan consigo.
También se cuenta cómo uno de los niños que durmió en casa de Rodríguez Galindo, Imanol Miner Villanueva, se integraría años más tarde en un comando de ETA que el 8 de marzo de 2001 asesinó al ertzaina Iñaki Totorika. La explosión que acabó con la vida del agente retumbó en todo Hernani.
Galindo llegó con los años a general de la Guardia Civil, hasta su juicio y condena en el año 2000 a 75 años de prisión por los GAL, tras probarse su implicación en el caso Lasa y Zabala. Cuatro años después se le excarceló por problemas de salud. En enero de 2005 se le concedió el tercer grado y en 2013, la libertad condicional.