China comunista: el mayor contaminador
del mundo sigue contaminando
7 JUN 2021
En 2020 la China comunista construyó el triple de centrales térmicas de carbón que el resto del mundo junto, el equivalente a más de una gran planta carbonífera a la semana, según un informe de Global Energy Monitor. En la imagen (Kevin Frayer/Getty Images), una central térmica de carbón de propiedad estatal en la localidad china de Huainan (Anhui).
Por Judith Bergman.- En 2020 la China comunista construyó el triple de centrales térmicas de carbón que el resto del mundo junto, el equivalente a más de una gran planta carbonífera a la semana, según un informe publicado en abril por Global Energy Monitor. Ese mismo año, las emisiones chinas de CO2 aumentaron un 1,5%, mientras que las de la mayoría de los países disminuyeron.
Aunque en 2020 el mundo se fue distanciando del carbón, dicho apartamiento eclipsado por las nuevas plantas chinas.
China era el mayor emisor de dióxido de carbono de combustible fósil (CO2) ya antes de que construyera esas centrales: en 2019 fue responsable de casi el 30% de las emisiones de CO2, prácticamente el doble que EEUU, el segundo mayor emisor. China, el mayor consumidor mundial de carbón, ya dispone de la mayor concentración mundial de plantas carboníferas: en 2020 produjo 3.840 millones de toneladas de carbón, su mayor registro desde 2015; e importó otros 304 millones, 4 millones más que en 2019.
Según la Agencia Internacional de la Energía, “el 79,7% de las emisiones de China en 2018 procedían del carbón, frente al 70,6% de la India, el 25,8% de EEUU y el 27,95% de la UE”. “Desde 2011, China ha consumido más carbón que el resto del mundo junto”.
Pese a ser el mayor contaminador del planeta, China sigue dándoselas de virtuosa y vendiéndose falsamente como el campeón del medioambiente. “Deberíamos proteger la naturaleza y preservar el entorno de la misma forma en que cuidamos de nuestros ojos, y acometer y fomentar una nueva relación en la que el hombre y la naturaleza puedan prosperar y vivir en armonía”, manifestó Xi Jinping en la reciente Cumbre de Líderes sobre el Clima, organizada por el presidente de EEUU, Joe Biden.
Sin embargo, en realidad el Partido Comunista de China (PCC) hace justo lo contrario de preservar el entorno.
En un artículo publicado por la Escuela de Medioambiente de Yale en 2017, el profesor William Laurance escribió:
“Nunca había visto a un país tener un impacto tan abrumador sobre la Tierra como lo tiene China en la actualidad.
Por todo el mundo, prácticamente en cada continente, China está implicada en una vertiginosa variedad de proyectos de infraestructuras –carreteras, vías férreas, presas hidroeléctricas, minas–, de extracción de recursos, agrícolas y energéticos que están causando un daño inaudito a los ecosistemas y la biodiversidad”.
El artículo citaba un análisis de cerca de 3.000 proyectos elaborado por el Banco Mundial, según el cual los inversores y compañías chinos a menudo imperan en países pobres con controles y regulaciones medioambientales débiles, lo que hace que esos países se conviertan en focos de polución para las compañías chinas.
Laurance añadió:
China lleva mucho tiempo siendo un agujero negro para el comercio ilegal de animales salvajes, es el mayor consumidor global de todo, desde pangolines y partes de tigre a aletas de tiburón y cuernos de rinoceronte (…) China es un gran consumidor de maderas ilegales, pese a que ha dado tardíos pasos para contener el flujo hacia sus mercados. En África occidental, los bosques de palisandro han sido ilegalmente arrasados, casi exclusivamente para satisfacer la gran demanda china. El impacto es aún peor en la región Asia-Pacífico, donde los bosques nativos, desde Siberia hasta las Islas Salomón, han sido sobreexplotados para suplir a los mercados madereros chinos.
Con todo, en la referida cumbre, Xi sonó como si China no estuviera sino esperando a que EEUU volviera al Acuerdo de París. “China saluda el retorno de EEUU al proceso de gobernanza multilateral del clima”, dijo, y añadió:
Los países desarrollados necesitan redoblar su ambición y acción climáticas (…) necesitan hacer esfuerzos concretos para ayudar a los países en desarrollo a reforzar sus capacidades y su resiliencia frente al cambio climático, apoyarlos con financiación, tecnología, capacidad de construcción (…) para ayudarles a acelerar la transición hacia un desarrollo verde y de bajas emisiones.
Parece que Pekín pretende rehuir sus propias responsabilidades emisoras al seguir presentando a China como un país en desarrollo –de los que necesitan ayuda–, aunque ya es la segunda mayor economía del mundo, por detrás de EEUU.
Cada país signatario del Acuerdo de París ha enviado un objetivo –una contribución nacionalmente determinada (CND)– de reducción de emisiones de carbono para 2030. Por su parte, China obtuvo permiso para aumentar sus emisiones hasta 2030 precisamente, cuando se supone que van a alcanzar su punto culminante. Eso significa que “generará vastas cantidades [de] CO2, entre 12.900 y 14.700 millones de toneladas al año durante la próxima década, o un 15% por encima de los niveles de 2015”.
En la cumbre, Xi insistió en su promesa previa de alcanzar la neutralidad de emisiones de carbono antes de 2060, “limitar estrictamente el aumento de consumo de carbón en el 14º periodo del Plan Quinquenal [2021-2025] y reducirlo gradualmente en el 15º”. Llamativamente, no hizo alusión a una reducción del consumo de carbono en los próximos cinco años; simplemente habló de limitar su incremento.
Si China fuera en serio con la reducción de emisiones, lo habría dejado de manifiesto en su plan quinquenal para el periodo 2021-2025, publicado en marzo y del que se ha dicho que no contiene más que “vagos compromisos para atajar las emisiones de dióxido de carbono”.
Con su plan, “las emisiones chinas seguirán aumentando”, ha afirmado el doctor Zhang Shuwei, economista en jefe del Draworld Environment Research Center.
En líneas generales, el plan no contiene detalles suficientes sobre cómo piensa China acelerar la descarbonización de la economía, ni ofrece una guía estratégica sobre cómo va a alcanzar el pico de carbono antes de 2030 y la neutralidad en 2060.
En cambio, EEUU se comprometió, bajo el mandato de Barack Obama, a tener en 2025 unos niveles de emisiones de CO2 entre un 26 y un 28% inferiores a los de 2005. El presidente Biden, que hizo a EEUU volver al Acuerdo de París en una de sus primeras órdenes ejecutivas, se comprometió en la cumbre ya citada a que su país reduciría sus emisiones al menos un 50% para el año 2030.
Tal y como escribió el Wall Street Journal en un editorial en febrero, iniciativas como esta explican por qué “Pekín ama a Biden y [el Acuerdo de] París”. Pues permiten a China, dice el WSJ, ser un “gorrón del carbono”, es decir, tener un crecimiento económico irrestricto en un momento en que busca convertirse en la potencia hegemónica en los ámbitos de la economía y la tecnología.
Es extremadamente improbable que China cumpla sus compromisos climáticos, y abundan los precedentes que invitan a no fiarse de las promesas del PCC. En 1984 Pekín prometió que la autonomía de Hong Kong, que afecta a sus derechos y libertades, permanecería inalterada durante 50 años –bajo el principio de un país, dos sistemas– tras el retorno del territorio a la soberanía china (1997). Sin embargo, en junio de 2020, con la aplicación de su dacroniana ley de seguridad nacional en la excolonia británica, China renegó de sus compromisos, y el PCC sigue machacando a Hong Kong.
Pekín también rompió su promesa (2015) de no militarizar las islas artificiales que ha estado construyendo en el archipiélago de las Spratly, en el Mar del Sur de China, y jamás ha cumplido al menos nueve de los compromisos que hizo cuando se sumó a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La lista de promesas rotas ni siquiera incluye las mentiras que China contó al mundo a propósito de la supuesta no transmisibilidad del coronavirus, que se originó en Wuhan, se ha cobrado la vida de más de millones de personas hasta la fecha y ha devastado la economía de incontables países.
Según un estudio encargado en 2017 por el Consejo Americano para la Formación de Capital con el apoyo del Instituto de la Energía del s. XXI de la Cámara de Comercio de EEUU, cumplir los compromisos climáticos de Obama podría costar a la economía norteamericana “3 billones de dólares y 6,5 millones de puestos de trabajo en el sector industrial para el año 2040”. El modelo empleado en el estudio incluía “los beneficios de erigir y operar proyectos de energía renovable. No obstante, (…) eran sobrepasados por los crecientes costes”. ¿Cuánto costarán las promesas climáticas de Biden, y a quién beneficiarán, y qué margen darán a China?
En un tiempo en que China está tan obviamente diciendo una cosa y haciendo otra, y en el que no cumple su parte de los compromisos mundiales con la reducción de las emisiones de C02 –como debería hacer en su condición de segunda economía del planeta–, aumentar las obligaciones norteamericanas manda la señal equivocada. Lo que China y otros ven es que no importa lo que Pekín haga –incluso si engaña al mundo y sigue con su comportamiento depredatorio–, EEUU está dispuesto a reducir su propia competitividad, extendiendo a China una gruesa alfombra roja para que se convierta en la superpotencia hegemónica. Justo lo que pretende.